Mostrando entradas con la etiqueta Francesco Carril. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Francesco Carril. Mostrar todas las entradas

Volveréis

🌟🌟🌟

Los espectadores, al final de la película, nos dividimos entre los que creen que Ale y Álex volverán y los que creemos que no. Yo apostaría, no sé, tres dólares, a que después de la fiesta final se dan dos besos en la mejilla y -como asegura la hija de fruta de Isabel Natividad- no vuelven a cruzarse en la vida porque ésa es una de las grandes ventajas que tiene vivir en Madrid: que allí nunca te encuentras con tu ex porque se respira libertad y solo en las ciudades comunistas puedes toparte con un viejo amor al entrar en el café.

El otro día, en “Celeste” el personaje de Manolo Solo, el paparazzo, aseguraba que había fotografiado a tantas parejas de famosos que había desarrollado un instinto arácnido para saber cuáles estaban en la cima de su amor y cuáles bajaban danto tumbos por la ladera. El paparazzo presumía de acertar un 99% de las veces. El único error -decía- lo había cometido consigo mismo, una vez que vivió muy seguro de su matrimonio y descubrió que su mujer se la pegaba con un compañero de trabajo. 

Yo no voy a presumir de un 99% de efectividad en estas artes adivinatorias, pero tampoco soy un pardillo que camine ciego por la vida. Como Manolo Solo, no suelo equivocarme con el pronóstico de los amores a no ser que se trate de mis propios romances estrambóticos, pero no por ceguera, sino porque desafío contumazmente a la realidad.

En el fondo es muy sencillo: si la pareja se entiende en la cama -y por entenderse en la cama cabe desde la ausencia completa de sexo hasta la bacanal epicúrea y cotidiana, el caso es entenderse- la cosa tira para delante. Ale y Alex ya no se entienden, o se entienden a medias, y cuando en una de sus discusiones aparede la neo-palabra "cosificación" ya está todo sentenciado.  En cuanto un miembro de la pareja empieza a padecer un exceso o un déficit de contactos se siente traicionado y empieza a mirar por la ventana a ver si pasa alguien con quien entenderse mejor y seguir sus pasos arrastrando la maleta. 




Leer más...

Los años nuevos (2023-2024)

🌟🌟🌟🌟🌟


Nochevieja de 2023

Mientras ceno con mi madre, en León, miro el teléfono varias veces por si entrara un mensaje de N. a última hora. Lo seguiré haciendo hasta después de las uvas. Pienso: “entre su kilométrica familia, sus mil amigas, sus innumerables ex amantes y el colapso general de las líneas telefónicas, puede que hasta la una de la madrugada aún haya tiempo para recibir una felicitación ambigua que abra... ¿qué?: ¿una puerta?, ¿una gatera? 

Cuando el reloj marque las dos comprenderé que ese mensaje ya no va a llegar jamás. Ni yo tampoco voy a forzarlo con un mensaje por mi parte. De hecho, ya no tengo a N. en mi lista de contactos. Por un lado ya no quiero saber nada; por otro -aún- quiero aspirar a todo. 

Dormiré inquieto, quizá con dos copas de El Gaitero de más. Al despertar, lo primero que haré será mirar el teléfono con la penúltima de mis esperanzas. El silencio en el espacio electromagnético es atronador. N. ya es, oficialmente, historia.


Nochevieja de 2024

Ceno en casa de mi madre, que es la casa de mi infancia. Estamos los dos solos porque mi hijo está con su madre en la otra trinchera. Le echo de menos. Mi madre ha preparado la sopa de pescado de toda la vida. En la tele dan las mismas tonterías consabidas. Es un déjà vu confortable pero derrotista.

Cenamos en esa mesa victoriana que es todo un lujo de anticuario, de madera de nogal. La talló mi propio padre con motivos vegetales. Mi padre tenía alma -aunque muy escondida- de poeta. Él es uno de los fantasmas de las navidades pasadas que viene a visitarnos. Mi madre siempre le recuerda en voz alta en algún momento. Yo no, pero sí percibo su presencia. 

Iba a decir que mis ex amantes también son fantasmas de las navidades pasadas que rondan por aquí. Pero como no me consta que ninguna haya fallecido, yo diría que son sus cuerpos astrales los que se amorran al ventanal para ver cómo me va en esta soledad ya un poco resignada. Unas para burlarse y otras por simple curiosidad. Ese rato que va del fin de la cena a las campanadas en la Puerta del Sol es sin duda el más tonto del año. Y en algo tienen que entretenerse.






Leer más...

Los años nuevos (2021-2022)

🌟🌟🌟🌟🌟


Nochevieja de 2021

Poco antes de atacar los langostinos en casa de mi madre, N. reaparece por sorpresa en mi teléfono para felicitarme el año y prometerme que el día 2, esta vez sí, y no como la otra vez, cruzará la cordillera para conocerme. 

La otra posibilidad -que yo vaya a conocerla cerca del mar- siempre la descarta de plano, como si las vías del tren solo tuvieran un sentido. Hay algo muy inquietante en su negativa, pero ella es una mujer guapísima, sospechosamente inalcanzable, y yo prefiero hacerme un poco el despistado. 

N. me asegura que no estaba muerta, ja já, sino solo de parranda. Que se le han ido los días y las noches un poco de la mano... Llevamos un mes jugando al gato y al ratón pero nos habíamos conocido dos años antes, en Tinder. Por aquel entonces las conversaciones quedaron en punto muerto y yo ya no supe más de ella. Ni ella de mí. O bueno, sí: a veces nos seguíamos furtivamente en internet. 

N. reapareció un mes antes de la Navidad con un mensaje de whatsapp -hola, perdona, qué tal vas... - como si la conversación se hubiera interrumpido por un fallo en la cobertura. El “Decíamos ayer” de fray Luis de León. Yo estoy muy interesado en ella, telemáticamente enamorado, pero al mismo tiempo me mosquean sus apariciones de oasis o de espejismo. Su falta de explicaciones razonables. Sus mentiras y sus mentirijillas.

El día 2, por supuesto, no aparecerá. Lo hará el día 7 como regalo de Reyes, siempre tardía, sin reloj ni calendario.


Nochevieja de 2022

Aunque esa Nochevieja nos cruzamos muchas promesas de amor eterno, N. y yo, en el videojuego de nuestra relación, aún no henos alcanzado el nivel de juntar a las dos familias en una mesa comunal. Así que cenaremos separados por la cordillera y por una cierta desconfianza. 

Cuatro meses antes, en verano, hemos viajado juntos por Europa y hemos descubierto que somos espíritus afines. De pronto lo banal se tornó muy trascendente y nos asustamos un poco, así que rompimos, volvimos, nos juramos amor eterno esta vez de verdad... Todo ello en un trimestre.

Esa Nochevieja, los mensajes de amor se prolongarán hasta las 2 ó 3 de la madrugada. Llegaremos a insinuar cosas muy serias y formales. Luego me dijo que ya se iba a dormir. Yo le dije lo mismo. Una parte de mí confiaba en ella. La otra no.




Leer más...

Los años nuevos (2019-2020)

🌟🌟🌟🌟🌟


Nochevieja de 2019

Jana ya no está en mi vida. O sí, pero de otra manera. Sale en algunos sueños y en muchas pesadillas.

Esa Nochevieja, al otro lado del teléfono, y también al otro lado de la frontera provincial, hay una mujer llamada X. que me quiere. A su extraño modo, pero me quiere. Yo también la quiero, a mi manera. Nunca hay dos quereres iguales ni canónicos. O sí, pero solo en las películas de Hollywood. A veces das una cosa y te corresponden con otra. A veces te entregas y ellas te fallan; a veces tú fallas y ellas se entregan. A veces la comunión de los cuerpos enmascara la descomunión de los espíritus. Y al revés. Supongo que la Gran Sintonía es eso que llamamos el Gran Amor. Pero el Gran Amor -empiezo a sospecharlo ya por esa época- sólo es un argumento ideado por Don Draper para vender cocacolas.

Paso esa Nochevieja en León, con mi madre. Mi hijo ya no recuerdo si estaba porque desde que se hizo mayor de edad elige trinchera cada año. Estoy seguro de que en los whatsapps de aquella noche alguien comentó la última noticia sobre un virus raro que se expandía rápidamente por China. Cosas de chinos, dijimos... Tres meses después, justo antes de mi cumpleaños, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tomaron posiciones en las fronteras interiores.


Nochevieja de 2020

No recuerdo nada especial: León, mi madre, quizá mi hijo, las campanadas con la Pedroche, el programa de Cachitos en La 2... Aún eran tiempos de pandemia. Somos muchos los que hemos desarrollado una amnesia peculiar -yo diría que freudiana- sobre aquellos días vacíos y desperdiciados. Esa Nochevieja no hubo viajes ni experiencias. Nada de fiestas ni de polvos del siglo. Sólo la calma chicha del tiempo en reclusión. 

Esa noche, los reinos de taifas seguíamos separados por fronteras de alambre y espino. X. no solo vivía al otro lado de la raya provincial, sino también al otro lado de la raya autonómica, lo que en aquella época era como vivir más allá del Muro de Berlín, con tipos armados y cabreados pidiendo pasaportes y salvoconductos. Fueron malos tiempos para la lírica. Internet mantuvo muchas relaciones distantes al calorcillo de las brasas.




Leer más...

Los años nuevos (2017-2018)

🌟🌟🌟🌟🌟


Nochevieja de 2017

Ceno en casa de Jana. De hecho, ya vivo allí. En realidad es nuestro segundo intento de convivencia, porque el primero fue -por decirlo de algún modo- tragicómico, falto de sustancia y de convencimiento. Yo echo de menos mi casa -tan aislada de ruidos, tan tranquila, tan fácil de calentar- pero el amor requiere sacrificios y yo, por Jana, a pesar de todo, estoy dispuesto a perpetrarlos.

Mi madre pasa la noche con nosotros. Es la primera Nochevieja que pasa fuera de su casa en casi cincuenta años. En un momento dado, paso por la cocina a recoger algo y la sorprendo llorando en un rincón, un poco por todo: por la desubicación, porque falta mi hijo -que está con su madre-, porque el amor que yo creo floreciente visto desde fuera no tiene remedio ni perdón. Le digo que no se preocupe, que las cosas van bien, pero en verdad no me lo creo del todo.


Nochevieja de 2018

He regresado a mi casa de antes. Estaba de nuevo disponible en el mercado. Los dioses suelen darte por un lado lo que te quitan por el otro. Pero esa Nochevieja no la paso en La Pedanía, sino en León, en casa de mi madre. Jana se ha quedado en la suya, con sus responsabilidades y sus turnos de trabajo. En realidad seguimos juntos, pero no estamos. O puede que sea al revés... Es todo muy raro. Hemos roto y vuelto tantas veces que en ocasiones, cuando me preguntan, me quedo dudando y la gente me mira sin comprender. Deben de pensar que soy imbécil. Que somos imbéciles.

La explicación más simple es que ninguno de los dos se atreve a dejarlo para siempre. Estamos muy hartos, pero también muy solos. Hay desencuentros inconsolables, pero también conexiones mágicas, momentos de comunión casi como de película romántica. La vida nos da un miedo terrible. Harían falta varios psicólogos para explicarnos. O quizá no: luego te enteras de que hay mucha gente así, viviendo historias incluso más grotescas que la nuestra.

Recuerdo que el día 2 de enero nos fuimos a La Coruña, al piso que mi hijo nos dejó. Allí, frente al mar donde encallan y arden los petroleros, intentamos reflotar nuestro velero de papel. Qué cursilada, por Dios... “Alondra”, la que buscaba poetas, se hubiese emocionado.





Leer más...

Los años nuevos (2015-2016)

🌟🌟🌟🌟🌟

Nochevieja de 2015. 

Es la primera Nochevieja que paso oficialmente como “separado”. La buena noticia es que ya no tengo que comer las uvas en casa de mis suegros. Estoy a salvo, al menos, de un envenenamiento. Los últimos años,  como ya nadie me miraba, le cambiaba el plato al cuñado más cercano. 

Esa Nochevieja, en casa de mi madre, hay una mujer de nick “Alondra” al otro lado de los mensajes. He contactado con ella hace un par de semanas, en las aplicaciones del amor. Vivimos apenas a un kilómetro de distancia pero ella dilata y dilata el primer encuentro con café. Como soy un pardillo primerizo, tomo por timidez lo que sin duda es un juego de veterana. 

Con el año ya iniciado llegaremos a vernos un par de veces. Seré como uno de esos actores que obtienen el papel de rebote. En la primera cita habrá eso, café, y nada más. En la segunda me dirá que no le gusta nada de lo que escribo. Que ella busca soñadores y poetas que la hagan “sentir”... Que es una pena y tal.


Nochevieja de 2016

Ella se llama -vamos a decir- Jana. La he conocido hace un par de meses y ya me ha dejado dos o tres veces para luego retomarlo. Hay algo raro en ella. Más tarde me contará que también estuvo jugando con varios candidatos. Yo tengo mis dudas lacerantes, pero en esa montaña rusa de abandonos inexplicables y de retornos entusiastas he tenido el mejor sexo de mi vida. Llegó muy tarde, tardísimo, pero llegó. Y yo apenas soy un antropoide con un barniz de sofisticación.

Esa Nochevieja la paso con mi madre y con mi hijo. Jana se compromete a recogerme después de las uvas para irnos de parranda. A las tantas de la mañana, harto ya de esperarla, empiezo a quitarme la ropa de gala cuando ella por fin aparece. Tiene coartada, o yo al menos me la creo. Su vestido ayuda mucho a convencerme.

Para ser justos con Jana, esa Nochevieja que dio paso al 2017 fue la noche más tonta de mi vida. Yo ni si quiera me reconocía por los garitos, de pronto atrevido y ocurrente. Al amanecer, antes del penúltimo combate, tomamos los churros en la primera cafetería abierta que encontramos. Yo ya lo iba confundiendo con el amor.

(Continuará)





Leer más...

Tenéis que venir a verla

🌟🌟🌟🌟


En el campo, digan lo que digan, no está la tranquilidad. O sí, pero solo si tienes un casoplón de la hostia y puedes marcas distancias con los vecinos. Como hace esta pareja tan presumida de la película. 

Yo también tengo conocidos que sintieron la llamada de la selva y se fueron al campo seducidos por el agropop y por los paisajes de la tele. Pero como no alcanzaba el parné se compraron un chalet adosado para escuchar los pedos del vecino. Y sus gemidos, y sus televisores, y sus broncas maritales, y hasta sus manejos con los interruptores de la luz. Un espectátulo gratuito gracias al pladur y al ladrillo desgrasado. La “country experience”, convertida en una trampa estereofónica.

Yo mismo vivo en el campo, o casi, y al principio sí que podía presumir de tranquilidad. Hace veinte años La Pedanía era la Arcadia de los neuróticos como yo. Yo también les decía a mis (escasas) amistades: tenéis que venir a verla. Mi casa, tan modesta, y tan de alquiler, pero sin vecinos a los lados, y situada al pie del monte, en las afueras de la civilización. Por las mañanas sacaba al perrete a pasear y nos encontrábamos a los corzos casi todos los días. Pero luego asfaltaron el camino para dar salida a los coches con ansiedad y de pronto el campo se convirtió en un afluente de la A-6, camino de Galicia. Es verdad que puedes poner ventanas dobles, pero ya no es el campo. Abres la ventana para ventilar y ya no escuchas el canto de los pájaros, ni el runrún de la naturaleza. Todo se ha vuelto motor, claxon, petardeo...

Luego sales al campo propiamente dicho -tras jugarte la vida para cruzar el río de asfalto- y tampoco puedes ir distraído por la vida como cantaba Serrat. Parecía el anhelo más asequible  de su manojo de sueños y ya ves tú, resulta casi un imposible. Cuando no son los cazadores con las escopetas, son los viticultores con los todoterrenos o los divorciados con las bicicletas de montaña. O los tontos del pueblo con las motos. En el campo, como en la ciudad, siempre hay alguien dando por el culo. Ya no hay fronteras. Todo es azar y barullo.





Leer más...

Los ilusos

🌟🌟🌟

Los ilusos termina con unas niñas destripando viejas cintas de VHS que ya nadie puede reproducir, porque nos hemos quedado sin reproductores, y cuando los tenemos -mi madre todavía tiene uno, en León, que furrula milagrosamente- descubrimos que o bien la cinta grabada ya se ha desmagnetizado, y nuestra boda o nuestra película se han diluido en una sucesión de borrones que más parecen pintura abstracta -y qué simbólico es, en ocasiones, ese desmoronamiento -o bien que la experiencia analógica, de una imagen compuesta por líneas de definición, ya no hay telespectador que la soporte, acostumbrados al buen caviar de la televisión digital, con su Full HD, y ahora su 4K, y lo que nos vayan trayendo los coreanos que siempre llevan la delantera.

    La imagen de las niñas envolviéndose con las cintas de VHS para jugar a ser momias, o gimnastas rítmicas, es muy simbólica, poderosa, el colofón de una película que habla de sueños, de amores, de colegas con los que partirse de risa. Pero que, sobre todo, habla de amor por el cine. Del cine que siempre es mágico, absorbente, indispensable, sin importar el plato en el que lo consumamos -que digo yo que ése es el simbolismo del final, porque como sucede casi siempre en las películas de Jonás Trueba, hay cosas que se entienden y otras que no, pero incluso las que no calan siempre resultan fascinantes y misteriosas, como si tuviéramos la explicación en la punta de la lengua y nos sintiéramos desafiados a interpretarlas.



    Los ilusos es una película de arte y ensayo, para gafapastas, y yo, que llevo gafas de pasta, me siento aquí como pez en el agua.  Trata de un tipo que o está haciendo películas, o está imaginando películas, o vive su propia vida como un trabajo de campo del que tomar notas e inspiraciones para seguir soñando películas. Un yonqui. Un alienado. Un abducido por la otra dimensión. Alguien que, como yo, a una edad muy temprana, decidió que la realidad estaba en las películas, y no al revés. Que no entiende esa expresión tan manida de “evadirse de la realidad” cuando podríamos convertir el cine en nuestra prisión, tan confortable como el salón de nuestra casa, y evadirnos de las películas sólo el tiempo indispensable para procurarse el sustento, y probar los lances del amor.

    “Desde que se inventó el cine, vivimos tres veces más: vivimos experiencias que no viviríamos de otra manera, aprendemos cosas, y sobre todo, ahorramos tiempo”. Lo dice León, a su chica, a la salida del cine. Quizá quiere decir que ahorramos tiempo con las películas porque, así, no lo perdemos en otra cosa.




Leer más...

Los exiliados románticos

🌟🌟🌟

En Los exiliados románticos, tres amigos residentes en Madrid cogen la furgoneta de Scooby-Doo y se lanzan a las autopistas camino de Francia, a retomar el amor fugaz que una vez mantuvieron con tres bellas extranjeras. Es verano, tienen tiempo libre, y no parece que en los madriles tengan mucho éxito con las mujeres. 

    Aunque son jóvenes y cultos, leídos y aventureros, uno de ellos es tímido hasta la psicopatología, y además empieza a perder un poco de pelo. Otro tiene cara de alelado permanente, como de no terminar nunca de despertarse. Y el último, el más feo, el que parece más cultureta y alternativo, tiene un parecido inquietante a Ignatius Farray cuando a éste le pega la chaladura. Nada grave, quizá, en otras circunstancias sociales, en otro contexto más amable del coqueteo y del folletear. Pero las españolas, últimamente, como bien sabemos los españolitos que llamamos a su puerta, o escalamos a su ventana, están anhelando por encima de sus posibilidades. Están muy exigentes, muy desconfiadas. Muy de pedir currículos inmaculados, y romanticismos de Pretty Woman, que cuestan un huevo de la cara.


    Han pasado cuarenta años desde que Alfredo Landa y José Luis Vázquez buscaran el amor entre las vikingas que arribaban a nuestras playas. Ellas eran europeas, liberales, mujeres de pocos melindres, y lucían un bodi muy lustroso entre las dos piezas del bikini. Los Landas y los Vázquez de aquel entonces también eran, a su modo paleto y franquista, unos exiliados románticos, como los de la película de Jonás Trueba, aunque ellos no viajasen al extranjero porque entonces era caro de narices, y los viajes en carretera resultaban agotadores. Ahora, en la modernidad, cuando cualquiera ya puede coger un avión o recorrer un autopista y todo quisque puede entenderse con el inglés de los macarranes, los españolitos sin suerte en el amor, como los sin suerte en el trabajo, vuelven a mirar hacia Europa para arreglar su vidas descosidas.



Leer más...

La reconquista

🌟🌟🌟

En La reconquista, Manuela y Olmo son dos treintañeros que se reencuentran en la noche de Madrid tras quince años sin verse. De adolescentes fueron novios, o novietes, y caminaban de la mano por los parques del barrio, alelados y felices. Cuando no podían estar juntos se juraban amor eterno en cartas de papel cuadriculado que escribían con el boli de cuatro colores.

    Pero la eternidad, ay, duró lo que Manuela decidió que durara, ansiosa por conocer otros chicos, otras vidas, otros mundos que no constriñeran su curiosidad. Ella vive ahora en Buenos Aires, en el exilio laboral, y aprovechando unos días de asueto ha regresado a Madrid para ajustar cuentas sexuales con su pasado. Pero Olmo es un chico algo parado, con cara de panoli, que acude a la cita más curioso que excitado, y terminará convirtiendo lo que iba a ser un lance erótico en un repaso melancólico del amor que compartieron.


    Mis ojos han resbalado por La reconquista sin comprenderla del todo. El guión es críptico, la realización austera, los personajes hieráticos y sosainas. Se supone que hay un volcán interior a punto de reventarlos mientras ellos guardan las formas y se ponen a filosofar. Pero yo no soy capaz de sentir su ímpetu, su calor. El mismo título de la película tiene algo de equívoco, porque aquí nadie trata de reconquistar a nadie: sólo echar un polvo, como mucho, si la noche se vuelve loca, y recordar luego, recostados en la cama, su amor primerizo y despistado. La supuesta reconquista se va a quedar como mucho en una batalla fugaz en la cueva de Covadonga. 

Me falta perspicacia e interés para seguir sus devaneos. Y sobre todo, me falta esa experiencia del amor adolescente que yo nunca tuve. Les entiendo, pero no les siento. Aquí dentro tengo un boquete, un déficit, un buen mordisco perdido en el calendario. La reconquista es una película que no termino de entender, pero que me ha puesto muy triste, al borde del llanto. Son malos tiempos para la lírica.



Leer más...