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Conan, el bárbaro

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Antes de ser gobernador de California, Conan el bárbaro fue rey en Aquilonia. Pero la película no se centra en tales episodios gloriosos, sino en sus primeros pasos por el mundo de la política. Concretamente en cómo pasó de ser un huérfano muy parecido a Jorge Sanz a cargarse al rey de las serpientes en los parajes de Almería, y ganar renombre entre los habitantes de la Era Hiboria, al otro del océano y del tiempo.

Conan nació en Cimeria, que está muy cerca de Segovia, y pasó años musculándose como esclavo dando vueltas en una noria. Pero al contrario que los burros, él iba meditando, cavilando su ideología política para cuando un golpe de suerte le dejara libre por las estepas. Conan, por supuesto, es un neoliberal que predica el sálvese quién pueda y el acaparamiento de las riquezas, robándolas por la fuerza si hace falta. Y a quien proteste, un buen par de hostias si le pilla de buenas, o un mandoble de espada, si le pilla cabreado con la parienta o con un forúnculo en el culo. Y por encima de todas las cabezas, las cercenadas y las conservadas, el dios Crom desde su nube, que es otro dios de derechas como Dios manda, protector del abusón con musculitos o del mierdecilla armado hasta los dientes. 

Cuando Conan se aburrió de gobernar en Aquilonia porque estaban muy atrasados en lo tecnológico y además ya se había tirado a todas las cortesanas, no le costó nada adaptarse a su puesto de gobernador en California, para el que fue elegido, eso sí, democráticamente, dada su fama y su halo de invencible, y su casamiento con la sobrina de John Kennedy, otro héroe mitológico del que en esta película no se dice ni mu, pero al que siempre tenemos presente en nuestras oraciones.

En fin... Que me he puesto a ver “Conan el bárbaro” no sé muy buen por qué. Porque me aburría, y porque me picaba la curiosidad. Porque una vez, de adolescente, por influjo de un amigo conanólogo de León que se compraba todos los cómics y todas las novelas, yo también llegué a saberlo casi todo del personaje. Y quería, no sé, bañarme un poco en la nostalgia. Comprobar lo que recordaba y lo que no, casi cuarenta años después de mi etapa hibórea, tan flacucho entonces y con acné.





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La caza del Octubre Rojo

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En la ficción bélica de 1990, el Octubre Rojo era el último grito en cuanto a submarinos nucleares se refiere. Y era, por supuesto, con ese nombre tan bolchevique, un submarino soviético. Un cachalote gigantesco, pero silencioso, y muy cabroncete, capaz de salir de Múrmansk, cruzar todo el Atlántico con el sigilo de un fantasma y emerger delante de las Torres Gemelas para derribarlas de un pepinazo, antes de que el siguiente enemigo de la democracia copiara la idea y copara las portadas de los periódicos.

Mientras veía la película en la siesta canicular -bueno, es un decir, porque ahora mismo en la Meseta se está la mar de bien- me acordé de aquel otro ingenio soviético que también era la pera limonensky, el Firefox, el caza a prueba de radares que Clint Eastwood les robaba a los soviéticos dejándolos con un palmo de narices. Y me dio por pensar que los americanos, en el fondo, son como esa mujer guapísima que no deja de envidiar a todas las demás, cuando es ella la inalcanzable, la pluscuamperfecta. Un complejo de inferioridad que en las películas siempre atribuía a los rusos la última tecnología, la más letal, la que era casi alienígena, aunque luego -porque los del politburó eran unos carcas, y los subsecretarios unos arrogantes, y los ejecutores unos psicópatas chapuceros- los americanos siempre salieran triunfantes de todos los enredos.

No había más que ver los Ladas que circulaban por nuestras carreteras comarcales, en los tiempos de la Guerra Fría, para sospechar que los soviéticos, de tecnología, iban más bien justitos, y que su apuesta estratégica era ganar la guerra por aplastamiento, y no por refinamiento, produciendo más misiles y más artefactos que nadie. Y así fue como se arruinaron, claro... Quiero decir que yo mismo, de adolescente, sin ser analista político ni sovietólogo de carrera, podría haber predicho el colapso de la URSS con sólo observar aquellos Ladas que eran como tanquetas cuadriculadas, hostia proof, eso sí, pero lentos, y poco estilosos, nada que ver con los coches americanos, y a siglos-luz de los automóviles alemanes, tan fiables y comodísimos.



 



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