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Laura

 

🌟🌟🌟🌟

En el acto mismo de la concepción está simbolizado el quehacer principal de la humanidad. Del mismo modo que los espermatozoides se arremolinan alrededor del óvulo pero sólo uno consigue penetrar la membrana, los hombres, ya más creciditos, se arremolinan ante las mujeres más codiciadas pero sólo uno logra acceder desnudo a su alcoba. Y penetrarla. Luego hay complicaciones muy interesantes, claro, juegos numéricos de mucho retozar, pero no vienen al caso porque complican la ecuación, pertenecen a minorías ilustradas y además me estropean el discurso que ya traía preparado.



    En el acto de la reproducción está la metáfora misma del deseo de reproducirse, o de hacer que uno se reproduce. Hombres que se afanan, y mujeres que conceden. Y poco más, es la vida: un cortejo mejor o peor disimulado, más o menos insistente, y señoritas que seleccionan con el dedo al ganador. Como en Los Inmortales, que al final sólo quedaba un fulano en pie. Cortejar y dejarse cortejar: eso es lo sustancial, y lo otro sólo es pasatiempo y literatura. Hay quien se lo toma con humor, gente que lo convierte en tragedia, y poetastros, incluso, que niegan la mayor y dicen que la vida es la unión mística con Dios o con las energías del universo. Pues bueno… Los hay, también, que convierten este hecho indudable en obras maestras del cine. No porque sean películas redondas en realidad, sino porque dan con el meollo de la cuestión, y salvada la vigilancia de la censura no se andan con gilipolleces. Laura, por ejemplo, es una película inmortal porque cuenta la historia de tres hombres que quieren acostarse con Gene Tierney y no dejan de hacer el ridículo en el empeño. (Pero quién, ay, enfrentado a su belleza mareante, no caería en ese pozo, en esa disputa, en ese sueño que alimentaría ciento y una masturbaciones desoladas).

    Laura es cine clásico, cine negro. Cine viejuno pero reconfortante. Va de un detective y de una mujer asesinada, pero en realidad es un pre-make de Algo pasa con Mary, que era la historia descacharrante de varios merluzos enamorados de Cameron Díaz, todos a la vez. La vida...

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Rebeca

🌟🌟🌟

Lo que no se dice en Rebeca, porque estamos en 1940 y bastante se insinúa ya sobre la lascivia de esta mujer, es que la primera señora de Winter, cuando su marido y sus amantes se iban a jugar al golf, aprovechaba para calzarse también al ama de llaves, a la famosa señorita Danvers, que ahora, al inicio de la película, vaga por Manderlay como alma en pena, y como cuerpo sin éxtasis.

    Lo primero que uno piensa de Rebeca de Winter, aparte de ser una bisexual intolerable para la época, es que iba tan burra que lo mismo se acostaba con hombres apuestos de la jet-set que con mujeres feuchas de la servidumbre. Cualquier cosa, con tal de apagar el fuego que la abrasaba. Pero quién sabe: tal vez, en la precuela de Rebeca que nunca se rodará, pero que a mí me apetecería mucho ver, la señorita Danvers era una mujer jovial, cantarina, enamorada del mundo, incluso guapa, y seductora, que al entrar en tratos con su divina señora transfiguraba su rostro, y sonreía a los pájaros en el alféizar de su alcoba, tras las marejadas del amor.



    Quizá el odio que destila la señorita Danvers hacia su nueva señora sólo es eso,  desinterés sexual. Nada personal. La certeza de que con esa poquita cosa de Joan Fontaine -aunque un día improbable se pusieran al asunto- nada iba a ser como antes, en el tálamo clandestino. O quizá está pirada de verdad, la señorita Danvers, como se insinúa en la película para tranquilidad de las beatas, y respiro de los pacatos, y ella se encuentra con fantasmas imaginarios por los pasillos de la mansión: el de Rebeca, y el de sus besos, y a toda la reata de señoras de Winter que allí vivieron en los siglos anteriores, vestidas con sus cosas estupendas.

    No sé: son teorías sexuales que yo me monto para aplacar el aburrimiento. Y el sentimiento de culpabilidad, porque de nuevo, ante el clásico incuestionable y venerado, me he sentido un cinéfilo de Tercera División. El farsante provincial de toda la vida… Sólo el tramo final de Rebeca ha despertado mi sensibilidad de garrulo. El resto ha envejecido mal, muy mal. Música entrometida, transparencias lamentables, diálogos de merluzos, comportamientos caprichosos… Menos mal que esto no es un blog de cine, sino un diario camuflado, y que para pastorear almas sensibles ya existen otros foros por ahí.



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