Mostrando entradas con la etiqueta Las niñas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Las niñas. Mostrar todas las entradas

Las niñas

🌟🌟🌟🌟


Yo también fui preadolescente en un colegio religioso. Yo también fui Las niñas. Yo también salí a la pizarra cagado de miedo en aquel tiempo pendular en el que los profesores -y más si llevaban hábitos o crucifijos- podían insultarte y humillarte sin rubor. Yo también canté alabanzas a la Virgen fingiendo que cantaba, el día de la ofrenda floral, que Madre nuestra es. Yo también vi “Marcelino, pan y vino” en clase de religión sintiendo que la fe se diluía poco a poco en el ácido de las hormonas. 

Yo también estuve en la cuerda de presos que era obligada a confesarse cada cierto tiempo, sin previo aviso, en la capilla del colegio, para contarle a un sacerdote sin celosía, a puro huevo, face to face, que te peleabas con tu hermana, y que mentías a tus padres, y que te tocabas el eso, o empezabas a tocártelo, y que un día con tus amigos viste la primera revista porno de tu vida, y te ponías rojo como un tomate mientras el tipo te apretaba el brazo con fuerza -como si fuera el brazo ofendido del Señor, su brazo ejecutor- y luego te ordenaba rezar una retahíla de oraciones que en vez de limpiar la mente te la encochinaban todavía más, porque aquellas jaculatorias, que de niño aún tenían un sentido, una lógica fantástica de cuento infantil, ahora, de preadolescente, en la edad de la razón, ya sólo eran un mantra, un ruido de fondo, el hilo musical de una emisora religiosa que inventaron mucho después, Radio María, la única emisora -por algo es divina- que está en todas partes, en el pico de la montaña, o en el fondo del mar, cuando todas las demás fallan y se desvanecen. 


Las oraciones ya eran entonces una sarta de tonterías que pasaban como las nubes sin lluvia, inocuas, muy por encima de tu cabeza, mientras tú no parabas de pensar en el beso, en la teta, en la imagen fugaz, en los secretos que te contaban tus amigos más mayores, o más avezados, en un rincón del patio, en el corrillo, para que ningún cura pudiera captarlo. La cédula revolucionaria de los salidos.

Yo viví mi preadolescencia diez años antes de 1992, que es el año en el que estas niñas sufren su adoctrinamiento moral, su inoculación de la culpa, su monserga del niño Jesús que se ofende por todo lo genital. Pero ya da igual, 1992 que 1982, porque el tiempo sin internet y sin teléfonos móviles ya nos parece todo el mismo: las teles cuadradas, la vajilla de Duralex, los coches de matrícula provincial... Las preadolescentes sin acceso a Youporn.




Leer más...