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Poquita fe. Temporada 2

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Dice Juan José Millás que no se envejece gradualmente, sino por escalones. Y tiene razón: un día estás más o menos presentable y al siguiente, porque te tocaba bajar el escalón, has envejecido varios años de sopetón. En esa noche de Valpurgis se te ha arrugado el entrecejo y se ha expandido la superficie de tu frente. Un vértebra que antes no crujía ahora hace un ruido extraño al levantarte. Te notas un poco más cansado, un poco más resfriado, un poco más hasta los cojones de la gente... Crees que es algo pasajero pero ya no tiene solución. Los escalones, por las leyes de la termodinámica, sólo permiten descender. Has envejecido.

Es por eso, dice Millás, que saludas a los conocidos por la calle y te dices: “Joder el tío, o la tía, está igual que siempre, no sé cómo lo hace... ”, hasta que otro día te los vuelves a cruzar y es como si les hubieran caído cinco años a traición. 

Eso mismo es lo que me ha pasado con varios personajes de “Poquita fe”: que hacía dos años que no los veía y de pronto me han parecido avejentados y arrugados. Golpeados por la vida y maltratados por la entropía. Se ve que en algún momento de este paréntesis les tocaba envejecer. En sus rostros no han transcurrido dos años, sino cinco, o incluso más. El tiempo no respeta ni a los famosos. Ni a los personajes de ficción. Yo mismo acabo de bajar un escalón y sé muy bien de lo que hablo. Me miro en las fotografías de hace dos años y no termino de reconocerme. Justo cuando ya me recuperaba del mal de amor empezaron a fallarme los cromosomas...

Viendo la segunda temporada de “Poquita fe” me dio por pensar en la corrupción de la carne y no me he reído tanto como planeaba. La serie me hace gracia pero no me arranca la carcajada. Lo mío es el humor salvaje, ofensivo, el que corta cabezas y no conoce ni a su padre. “Poquita fe” es humor ingenioso pero inocuo. Bajo en calorías, apacible y tontorrón.





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Poquita fe. Temporada 1

🌟🌟🌟


En ninguno de los 12 episodios de “Poquita fe” aparece la advertencia de que ningún animal fue lastimado en el rodaje de esta serie. Pero no por descuido, sino porque no hay animales en estas tramas costumbristas del siglo XXI. Ni salvajes ni domésticos. Los protagonistas de “Poquita fe” viven en Madrid y no tienen tiempo para nada. En el paraíso ayusista, entre el trabajo y los desplazamientos, ya se les van doce horas al día a los ciudadanos liberados. Y luego, claro, hay que preparar la comida, fregar los cacharros, bajar la basura, ver series de Movistar, tomarse un carajillo, recibir la visita de los suegros... Echar un polvo del siglo o cascarse una paja según vengan las amarguras y los disgustos de cada día.

En el mundo ultraliberal de “Poquita fe” no hay tiempo ni espacio para pasear un perro o acariciar un gato. Los únicos animales que pululan por “Poquita fe” -aparte de varios merluzos y de algunas cacatúas- son unas palomas que cagan sobre los seguratas a la puerta de un Ministerio. 

Sí sale, sin embargo -o puede que lo haya soñado-  un rótulo que advierte que “Ningún  obispo, monarca, teniente-general o político fascistoide ha sido ofendido en el rodaje de esta serie”. Son los nuevos tiempos de Movistar +. Desde que la neutralidad política es marca de la casa ya solo se toleran chistes sobre sexo, drogas y rock and roll. Los accionistas de la plataforma no tienen problema con esto porque forma parte del negocio. 

En “Poquita fe” nunca sabrías a qué partido vota cada personaje. Ni remota idea. Es una serie sobre... nada. Como “Seinfeld”, pero de categoría regional. Los tertulianos de la cultura -entusiasmados, por supuesto, con una serie tan poco dañina para las encuestas- dicen que es una serie sobre el aburrimiento vital. Y tienen razón: cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo espanta a las moscas. Así que sale mucho Raúl Cimas espantando moscas al estilo peculiar e intransferible de Raúl Cimas, y ya sólo con eso te entretienes y te echas unas risas de vez en cuando.






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