Poquita fe. Temporada 2

🌟🌟🌟


Dice Juan José Millás que no se envejece gradualmente, sino por escalones. Y tiene razón: un día estás más o menos presentable y al siguiente, porque te tocaba bajar el escalón, has envejecido varios años de sopetón. En esa noche de Valpurgis se te ha arrugado el entrecejo y se ha expandido la superficie de tu frente. Un vértebra que antes no crujía ahora hace un ruido extraño al levantarte. Te notas un poco más cansado, un poco más resfriado, un poco más hasta los cojones de la gente... Crees que es algo pasajero pero ya no tiene solución. Los escalones, por las leyes de la termodinámica, sólo permiten descender. Has envejecido.

Es por eso, dice Millás, que saludas a los conocidos por la calle y te dices: “Joder el tío, o la tía, está igual que siempre, no sé cómo lo hace... ”, hasta que otro día te los vuelves a cruzar y es como si les hubieran caído cinco años a traición. 

Eso mismo es lo que me ha pasado con varios personajes de “Poquita fe”: que hacía dos años que no los veía y de pronto me han parecido avejentados y arrugados. Golpeados por la vida y maltratados por la entropía. Se ve que en algún momento de este paréntesis les tocaba envejecer. En sus rostros no han transcurrido dos años, sino cinco, o incluso más. El tiempo no respeta ni a los famosos. Ni a los personajes de ficción. Yo mismo acabo de bajar un escalón y sé muy bien de lo que hablo. Me miro en las fotografías de hace dos años y no termino de reconocerme. Justo cuando ya me recuperaba del mal de amor empezaron a fallarme los cromosomas...

Viendo la segunda temporada de “Poquita fe” me dio por pensar en la corrupción de la carne y no me he reído tanto como planeaba. La serie me hace gracia pero no me arranca la carcajada. Lo mío es el humor salvaje, ofensivo, el que corta cabezas y no conoce ni a su padre. “Poquita fe” es humor ingenioso pero inocuo. Bajo en calorías, apacible y tontorrón.





No hay comentarios:

Publicar un comentario