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Poquita fe. Temporada 1

🌟🌟🌟


En ninguno de los 12 episodios de “Poquita fe” aparece la advertencia de que ningún animal fue lastimado en el rodaje de esta serie. Pero no por descuido, sino porque no hay animales en estas tramas costumbristas del siglo XXI. Ni salvajes ni domésticos. Los protagonistas de “Poquita fe” viven en Madrid y no tienen tiempo para nada. En el paraíso ayusista, entre el trabajo y los desplazamientos, ya se les van doce horas al día a los ciudadanos liberados. Y luego, claro, hay que preparar la comida, fregar los cacharros, bajar la basura, ver series de Movistar, tomarse un carajillo, recibir la visita de los suegros... Echar un polvo del siglo o cascarse una paja según vengan las amarguras y los disgustos de cada día.

En el mundo ultraliberal de “Poquita fe” no hay tiempo ni espacio para pasear un perro o acariciar un gato. Los únicos animales que pululan por “Poquita fe” -aparte de varios merluzos y de algunas cacatúas- son unas palomas que cagan sobre los seguratas a la puerta de un Ministerio. 

Sí sale, sin embargo -o puede que lo haya soñado-  un rótulo que advierte que “Ningún  obispo, monarca, teniente-general o político fascistoide ha sido ofendido en el rodaje de esta serie”. Son los nuevos tiempos de Movistar +. Desde que la neutralidad política es marca de la casa ya solo se toleran chistes sobre sexo, drogas y rock and roll. Los accionistas de la plataforma no tienen problema con esto porque forma parte del negocio. 

En “Poquita fe” nunca sabrías a qué partido vota cada personaje. Ni remota idea. Es una serie sobre... nada. Como “Seinfeld”, pero de categoría regional. Los tertulianos de la cultura -entusiasmados, por supuesto, con una serie tan poco dañina para las encuestas- dicen que es una serie sobre el aburrimiento vital. Y tienen razón: cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo espanta a las moscas. Así que sale mucho Raúl Cimas espantando moscas al estilo peculiar e intransferible de Raúl Cimas, y ya sólo con eso te entretienes y te echas unas risas de vez en cuando.






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En fin

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Mi primera decisión sería no ir a trabajar. Otros trabajos cesarían tras el anuncio del apocalipsis, pero el nuestro no. Los clientes vendrían a quejarse a las puertas del colegio. La muerte cercana no nos eximiría de seguir garantizando la conciliación laboral. Y si ya no hubiera trabajos, pues mira, la conciliación personal. La educación es un derecho inalienable que depende de un mandato de la ONU, no de que el planeta Tal nos amenace con el exterminio. Pero a mí, ya digo, que me buscasen.  Para algo tiene que valer el dinero ahorrado. Otro cantar sería cómo sacarlo de allí: supongo que habría colas, tiros, hostias... Quizá ni bancos. 

Me quedaría en casa, con Eddie, a verlas venir, acumulando suministros. Para desviar la trayectoria del planeta confiaría en la ciencia de los misiles nucleares, como en las películas americanas. Pero por si acaso, cuarenta años después de mi apostasía, volvería a misa los domingos para mantener vivos todos los frentes de la esperanza. 

Supongo que Movistar +, por causas ajenas a su voluntad, suspendería sus emisiones y se dedicaría a emitir refritos programados. Ya no habría deportes ni Ilustres Ignorantes. Sólo boletines informativos con ministros del Gobierno. Pero como tengo mil películas y mil libros apilados en las estanterías, confiaría en el funcionamiento de las centrales eléctricas para que la tele y las bombillas siguieran funcionando. Quizá peco de optimismo.

En cuanto a vicios, me daría por probar todo lo que nunca he probado. Todo estará a precios exorbitantes o te lo darán casi regalado. Quién sabe cómo funcionará la economía cuando la economía ya carezca de sentido. Probaré la cocaína, por ejemplo, a ver si es verdad lo que se cuenta. Y si venzo la timidez, me meteré en una de esas orgías que sin duda se montarán. Con mucho respeto, claro, y con mucho consentimiento. 

Ya no aguantaré a nadie que no quiera aguantar. Si todo se desmorona, vagaré con Eddie por los caminos. Conoceré mundo. Quizá haga por fin el Camino de Santiago. Lo que nunca haré -eso sin duda- será terminar de ver esta serie. "En fin" es como tener un amigo idiota: dos gracias por hora no compensan la función. La vida es muy corta. Y más que puede ser.





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El cuerpo en llamas

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Aquí todo el mundo tiene el cuerpo en llamas: primero el policía al que mataron y luego quemaron, claro, pero también la condenada, que siempre va caliente, y el condenado, que es una pura calentura, y hasta el ex de la condenada, que también se gasta una hostia muy guapa. La serie habla de un cuerpo en llamas pero no especifica cuál. Da un poco igual porque todos son policías. Es un solo Cuerpo. 

También podría ser mi cuerpo en llamas, fíjate tú, que se enciende cada vez que Úrsula Corberó aparece en pantalla. Y eso que Úrsula no es mi tipo de mujer, tan retaca y voluptuosa. Tan caribeña. Pero da igual: dile tú a un volcán que erupciona justo a tu lado que no quieres quemarte. Que no es tu tipo de catástrofe. Que prefieres esperar los huracanes monzónicos o las inundaciones en primavera. 

La Rosa Peral que he encontrado en las fotografías verdaderas es otra cosa: más cuqui y menos carnal. Tiene un aire lejano a Inés Arrimadas. Es otro tipo de belleza. Pero a saber cómo era la pantera cuando se desenvolvía en los triángulos amorosos, y también en los cuadriláteros. Los productores han preferido la contundencia física de Úrsula Corberó y no voy a ser yo quien eleve una protesta. No es sólo que sea una mujer perturbadora: es que su trabajo es inquietante y magnético. Le podría costar una carrera, por encasillamiento, de lo bien que lo hace. 

También es verdad que el mal siempre es más fascinante que el bien. El mal te obliga a hacer preguntas, a cuestionar la naturaleza de la gente. Aunque yo, la verdad, creo que hay que ser un roussoniano muy gilipollas para no entender que hay mucho hijoputa suelto por ahí, y mucha hijaputa camuflada entre nosotros. Gente chunga bajo la apariencia del cachondeo o la normalidad. Psicópatas de paisano y sociópatas de paisana. Mentirosas compulsivas y violentos estresados. Muchas veces son indetectables. Sola la buena suerte impide que nos crucemos. 

Buena parte del mérito de la serie le corresponde a ese lunar que Úrsula Corberó tiene justo encima del labio. Como la serie es un puntín reiterativa -Netflix sigue comprando los guiones al peso- a veces me fijaba en él y me quedaba embobado. Es el lunar en llamas. 





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