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Dogman


🌟🌟🌟🌟

El Monolito de 2001 no sale en Dogman porque hubiera sido muy raro verlo allí, en Castel Volturno, en esa cochambre de barriada a orillas del mar. En una película que es como del neorrealismo italiano pero del neorrealismo de ahora, con trapicheos de droga y matones en chándal. Setenta años después ya no se trata de robar bicicletas para ir al trabajo, porque en realidad ya nadie roba para tener que comer, sino de mangar motos de alta cilindrada para hacerse el machote y enamorar a las poligoneras -y a las que no lo son tanto- y ponerse de coca hasta las cejas para saltarse los semáforos sin pensárselo dos veces.


    Aquí no sale el Monolito de Carlos Pumares, decía yo, pero es evidente que en algún momento que no vemos se presenta ante el pobre Marcello para enseñarle cómo recuperar la charca de su dignidad. No suena el Así habló Zaratustra porque se trata de un pequeño paso para el hombre pero no de un gran paso para la humanidad. Pero casi. En Dogman, el monolito imparte una clase particular, no un salto evolutivo de la especie, y por eso la banda sonora es humilde y minimalista. Casi como el propio Marcello, el de la tienda para perros, que no es precisamente Marcello Mastroianni, sino un tipo bajito, enjuto, con una cara sacada del neorrealismo de antaño. 

Marcello, “el media hostia”, sólo gana cuatro perras con su negocio perruno, y tiene que complementar los ingresos trapicheando coca al por menor. Su cliente más fiel es un neandertal llamado Simoncino que desciende, directamente, de aquellos monos que no recibieron la visita del Monolito en la película de Kubrick. Simoncino es un garrulo que todo lo soluciona a base de hostias, pero hostias simiescas, muy poco inteligentes, que siembran el miedo entre los vecinos a la espera de que algo, o alguien, se interponga finalmente en su camino. Y ese alguien, contra todo pronóstico, será el propio Marcello, el de los chuchos, el Dogman, que harto de sufrir palizas y humillaciones recibirá la visita del paralelepípedo para imaginar una venganza satisfactoria y luego lanzar el hueso al aire, jubiloso.





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