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Luna nueva

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El personaje de Cary Grant en "Luna nueva" podría ser el bisabuelo americano de Pedro J. Ramírez. Lo digo porque la ética periodística brilla por su ausencia en el "Morning Post" como brilló siempre en todos los folletines que dirigió -y sigue dirigiendo- el Señor de los Tirantes.

Hubo una vez que Pedro J. se creyó el Woodward/Bernstein de la prensa peninsular porque destapó no sé cuántas miserias del gobierno de Felipe González. Pero luego, con los años, a fuerza de retorcer la realidad y de prestar sus páginas a todo tipo de golpistas y sociópatas, Pedro J. se convirtió en un periodista muy risible y caricaturizable. En su modo periodístico de proceder -interesado, volátil, siempre al sol que más calienta y al que mejor paga las opiniones- hay material suficiente para hacer otro remake de la obra teatral de Ben Hecht y Charles MacArthur. Tras “Luna nueva”, “Primera plana” e “Interferencias”, ¿por qué no rodar una versión carpetovetónica en la que saliera Pedro J. cometiendo tropelías a troche y moche solo para que “El Español” -su panfleto de ahora- se llevara la exclusiva de una noticia?   

(Después de todo, su affair con Exuperancia fue el menor de sus pecados, porque la carne es débil, y en eso -y sólo en eso- somos todos hijos de Dios y se anulan las diferencias de clase).

Por otro lado, el personaje de Rosalind Russell podría ser la bisabuela americana de todas las mujeres independientes que ya no se pliegan ante los mandatos masculinos. Rara avis, en 1940, esta mujer periodista y contestona, cuando lo normal en las películas era la pata quebrada y la tarta de manzana puesta en el horno. Sin embargo, el personaje de Rosalind se va diluyendo a lo largo de la película por culpa del amor. Amar es un acto libre e incluso necesario, pero amar a este delincuente que interpreta Cary Grant dice muy poco de ella misma. Porque Grant -eso lo entendemos- es un hombre apuesto, elegante, y tiene una sonrisa que derrite y una verborrea que seduce. Irresistible para cualquier tonta del bote que quiera medrar, pero no para esta mujer que presumíamos -ay- tan inteligente.





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Entre pillos anda el juego

🌟🌟


La película es una tontería. Una memez pasada de rosca. Javier Ocaña, en su libro sobre cinefilias, dice que es un clásico de la comedia que él disfrutó mucho con sus chavales. Po bueno, po fale, po m’alegro, como decía el Makinavaja. Pobres chavales... Las historietas del Maki que dibujaba Ivá sí que son un clásico de la comedia, y no esta astracanada de John Landis que tiene gracia al principio y luego ya nada: solo el cuerpazo de Jamie Lee Curtis -y que me perdonen las inquisidoras-, y la voz de Eddie Murphy si ves la película en VOS. Detalles anatómicos, que no humorísticos.

Y digo que al principio tiene cierta gracia porque los hermanos Duke -estos hijos de putero que venderían a su madre por ganar un dólar en la Bolsa- se apuestan ese dólar para ver qué influye más en las conductas de los seres humanos: si la herencia recibida o el medio ambiente que nos baña. Y ése problema, y no otro, es el cogollo central de la filosofía. Todo lo demás -la metafísica, el dualismo, el fundamento último de la ética- no son más que zarandajas y verborreas. Yo, al menos, llevo media vida planteándome la cuestión, comprando libros y analizando al personal, y cuanto más viejo me hago más pellejo me vuelvo. Cada vez creo más en el dios Gen y menos en el dios Ambiente. Somos pirámides de piedra que necesitarían milenios para pulirse y erosionarse.

De John Landis ya no se sostiene ni “Granujas a todo ritmo”, que empecé a verla el otro día y se ha quedado en una gamberrada con exceso de metraje. Así que la gran contribución de Landis a la cultura sigue siendo el vídeo de "Thriller": el de Michael Jackson bailando con los zombis y luego convertido en hombre lobo. Una obra de arte que también se remonta al año 1983, y que los más dormilones nos perdimos en la Nochevieja del "Viva 84" porque nadie nos avisó de la primicia. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en el corrillo de los amigos. Que fuera Año Nuevo ya no era novedad para chavales que llevábamos 12 años en el mundo. Lo del vídeo de don Michael sí.



 


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La semilla del diablo

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Instalado desde la adolescencia en el relativismo moral -a escondidas de los curas que nos daban filosofía- soy de los que afirma que el Mal no existe. Y el Bien tampoco, claro. Sostiene, Rodríguez, que ninguna posición moral es absoluta, y que como demostró Albert Einstein en su teoría -que era física y ética al mismo tiempo-, ningún observador posee una posición privilegiada en el espacio o en el tiempo. O en la estimación de lo que es correcto o y lo que no.



    Pero esto, quizá, lo digo porque nunca he visto el Mal frente a frente. Ni el Bien… Tengo amigos más o menos razonables que creen en los fantasmas, a pies juntillas, o a cadenas chirriantes, y dicen que mi escepticismo sólo obedece a que nunca me he topado con ninguno. Yo sonrío, y les hago un gesto de desprecio con la mano, bah… “Si algún día os digo que he visto un fantasma, metedme en el manicomio”, les digo. Y aprovecho para recordarles que si algún día, también, les anuncio que he regresado a la religión, al maniqueísmo de la infancia, y les aseguro haber visto al Demonio en la cola del pan, o en los ojos de un bebé -uno que iba de paseo en el carricoche con una mamá rubia, de pelo cortito, a lo Vidal Sassoon-, que me sacrifiquen directamente sin pasar por ninguna institución.

    Roman Polanski sobrevivió al gueto de Cracovia con 10 años. Vivió escondido en varias casas durante dos años -como el pianista de su película- para que los nazis no le fusilaran al instante o le enviaran a los hornos de cremación. Supongo que una experiencia así te deja marcado. Un miembro de las SS que garantiza la muerte tiene que ser, a la fuerza, el Mal personificado. Quizá por eso, en las películas de Polanski siempre hay un demonio disfrazado de persona, o una persona disfrazada de demonio. O el Demonio mismo, en algunas, como en La semilla del diablo -si es que al final no resulta que Rosemary estaba como una chota, que es la otra lectura de este clásico imprescindible.



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