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Black Mirror: Common People

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Esta vez el futuro de “Black Mirror” ya está llamando a nuestra puerta. Charlie Brooker y sus guionistas sólo han tenido que anticiparse unos años  a los abusos hospitalarios que dentro de nada nos sacarán el dinero a navajazos. ¿Cuánto queda para que nos curen una enfermedad grave a cambio de que vayamos soltando anuncios por la boca...? 

“Common People” es un cuento de terror absoluto, aunque parezca -y de hecho lo es- una historia de amor demoledora. El acojone era la intención inicial de “Black Mirror” cuando secuestró nuestra mirada. Anticiparnos el reverso tenebroso de la tecnología y ponernos sobre aviso. Pero luego vino el desbarre, el mainstream, tal vez el agotamiento creativo, y nos fuimos desentendiendo de la serie hasta casi olvidarla por completo.

Pero no hay mal que cien años dure: parece que Charlie Brooker ha vuelto muy fresco y vitaminado. Es como si hubiera pasado, precisamente, por una clínica de rehabilitación neurológica... Esperemos que Charlie no esté en manos de “Rivermind” y que pronto empiece a decir sandeces por no pagar la suscripción Plus + de su terapia psicológica.

Los seguros privados de salud ya funcionan de un modo parecido al que vende “Rivermind”, esa empresa sin escrúpulos que uno se imagina gestionada directamente por el tío del Lambo -¿o al final era un Maserati?- y su novia la Quironesa. La “common people” muriéndose por no poder pagar su seguro y ellos de fiesta en el ático, o en la playa de las Seychelles, dando vivas a la libertad. 

En este año del Señor de 2025 ya hay cosas que cubre la póliza contratada y otras que necesitan una autorización expresa que no siempre se produce. Cuando la cosa se pone jodida empiezan las jodiendas y aparecen las propuestas de ampliación: Salud Extra, Bienestar Premium, Cobertura Óptima y Total... Todo va bien hasta que no aparece la enfermedad mortal que necesita un pastón en tratamientos. Mientras hablamos de gripes o de brazos rotos todo son sonrisas y tías buenas atendiéndote. El día que vaya a hacerme una prueba y me atienda la enfermera menos agraciada empezaré a temerme lo peor.






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La red social

🌟🌟🌟🌟🌟

Cuando Facebook todavía se llamaba The Facebook y aún no había traspasado los ámbitos universitarios, un amigo le preguntó a Mark Zuckerberg si conocía el estado sentimental de Fulana de Tal para iniciar una maniobra de aproximación.

-No lo sé -le respondió Zuckerberg-. No la conozco lo suficiente. Las chicas no van por ahí con un cartel de "Disponible" o "No disponible".

Y en ese mismo instante, sin llegar a terminar la frase, traspasado por el mismo rayo de lucidez que electrocutó a Arquímedes en su bañera, Zuckerberg comprendió realmente para qué iba a servir Facebook, su niño bonito: no para conectar gustos y experiencias, no para hacer el mundo más grande, no para socializar ni para vender entradas de los conciertos, sino para conocer la predisposición sexual de las personas. Facebook sería una hermosa pradera de color azul donde desplegar la cola de pavo y bichear un poco al personal. La más antigua y poderosa de las intenciones humanas. Todo lo demás es perifollo y disimulo. 

Zuckerberg -que a decir de la película desarrolló Facebook para impresionar a una chica que le abandonó- comprendió que los usuarios iban a usar su herramienta para celebrar la danza de los sexos. Primero serían cien, pero si la cosa tenía éxito, luego ya serían mil millones. Los dólares también.

Hace unos meses, en Instagram, que es la hija bonita de Facebook ahora que la matriz original ya solo la usamos los carcas y los despistados, apareció una nueva red social llamada “Threads”. El algoritmo secreto detectó que yo escribo mucho y mal y me puso en contacto con otros fracasados de la novela: gente que se autoedita, que pena por las editoriales, que se queja de que nadie hace ni puto caso... Y yo me dije: hostia, qué raro, una herramienta cultural, de hermanamiento literario... Realmente una red social y no una red sexual. Pero el engaño apenas duró una semana. Ahora, ya presentados todos, hemos vuelto a lo de siempre: tías buenas que claman por un hombre de verdad y amargados literarios que exhibimos las plumas mustias a ver si alguien se apiada (sexualmente) de nosotros. En realidad, todo es el universo de Tinder expandido.





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On the Rocks

🌟🌟🌟🌟

El mundo de Sofia Coppola es el mundo del pijerío. Se ve que lo conoce al dedillo porque vive en él, o porque le fascina su paisanaje. Lo normal sería que fueran ambas cosas, dado su pedigrí de nacimiento, los Coppola de toda la vida, con las mansiones y los viñedos, los apartamentos en Nueva York y las vacaciones en Europa. Pero quizá Sofia reniega de su condición, repudia a sus semejantes, y simplemente es que conoce bien el percal, y lo retrata como nadie en sus películas.  Yo mismo, que me crie en el arrabal de León, fui a un colegio exclusivo donde era alumno desubicado y transgresor. Pero quedé tan marcado por mis compañeros del pijerío, por su modo de vivir y de comportarse, que veo a los personajes de Sofia Coppola y es como si les conociera de toda la vida, tan glamurosos, tan atildados, tan de ensalada en Pijo`s Cafe a 90 pavos la tontería.

    Yo, como Sofia con su cámara, no dejaba de seguir asombrado a mis pijos: su manera de hablar, sus ropas, sus preocupaciones crematísticas... La perfección de sus dientes, de su vocabulario, de sus maneras educadas. Mis compañeros nunca llevaban roña en las uñas, ni cerumen en el oído, ni legañas en el lagrimal. Nosotros, los del barrio, nos lavábamos todas las mañanas, por supuesto, pero al poco rato de estar en clase siempre manaba una disfunción cutánea que delataba tu origen. Ellos, como los personajes de Sofia Coppola, lo llevaban todo en su sitio, sin mácula, sin tacha. Impecables y pluscuamperfectos. Eran odiosos, pero también eso, fascinantes, y no te digo nada las chicas pijas, tan hermosas, tan repeinadas, con sus cabellos rubios que en mi barrio no se cultivaban, y con sus diademas, y con sus faldas reglamentarias de las monjas...

    Deberían de repatearme el culo, estos retratos del pijerío que pinta Sofia en sus películas. Pero el amor, ay, nos iguala a todos en sus penurias. En las alegrías no, porque hay amores de 5ª Avenida y amores de polígono industrial. Pero en la desdicha, todos somos hermanos y hermanas. Que los ricos también lloren cuando les va mal en la vida, pues mira, que les den por el culo; pero si lloran por desamor, o porque temen perderlo, yo estoy con ellos, empático y desclasado.




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