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La red social

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Cuando Facebook todavía se llamaba The Facebook y aún no había traspasado los ámbitos universitarios, un amigo le preguntó a Mark Zuckerberg si conocía el estado sentimental de Fulana de Tal para iniciar una maniobra de aproximación.

-No lo sé -le respondió Zuckerberg-. No la conozco lo suficiente. Las chicas no van por ahí con un cartel de "Disponible" o "No disponible".

Y en ese mismo instante, sin llegar a terminar la frase, traspasado por el mismo rayo de lucidez que electrocutó a Arquímedes en su bañera, Zuckerberg comprendió realmente para qué iba a servir Facebook, su niño bonito: no para conectar gustos y experiencias, no para hacer el mundo más grande, no para socializar ni para vender entradas de los conciertos, sino para conocer la predisposición sexual de las personas. Facebook sería una hermosa pradera de color azul donde desplegar la cola de pavo y bichear un poco al personal. La más antigua y poderosa de las intenciones humanas. Todo lo demás es perifollo y disimulo. 

Zuckerberg -que a decir de la película desarrolló Facebook para impresionar a una chica que le abandonó- comprendió que los usuarios iban a usar su herramienta para celebrar la danza de los sexos. Primero serían cien, pero si la cosa tenía éxito, luego ya serían mil millones. Los dólares también.

Hace unos meses, en Instagram, que es la hija bonita de Facebook ahora que la matriz original ya solo la usamos los carcas y los despistados, apareció una nueva red social llamada “Threads”. El algoritmo secreto detectó que yo escribo mucho y mal y me puso en contacto con otros fracasados de la novela: gente que se autoedita, que pena por las editoriales, que se queja de que nadie hace ni puto caso... Y yo me dije: hostia, qué raro, una herramienta cultural, de hermanamiento literario... Realmente una red social y no una red sexual. Pero el engaño apenas duró una semana. Ahora, ya presentados todos, hemos vuelto a lo de siempre: tías buenas que claman por un hombre de verdad y amargados literarios que exhibimos las plumas mustias a ver si alguien se apiada (sexualmente) de nosotros. En realidad, todo es el universo de Tinder expandido.





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On the Rocks

🌟🌟🌟🌟

El mundo de Sofia Coppola es el mundo del pijerío. Se ve que lo conoce al dedillo porque vive en él, o porque le fascina su paisanaje. Lo normal sería que fueran ambas cosas, dado su pedigrí de nacimiento, los Coppola de toda la vida, con las mansiones y los viñedos, los apartamentos en Nueva York y las vacaciones en Europa. Pero quizá Sofia reniega de su condición, repudia a sus semejantes, y simplemente es que conoce bien el percal, y lo retrata como nadie en sus películas.  Yo mismo, que me crie en el arrabal de León, fui a un colegio exclusivo donde era alumno desubicado y transgresor. Pero quedé tan marcado por mis compañeros del pijerío, por su modo de vivir y de comportarse, que veo a los personajes de Sofia Coppola y es como si les conociera de toda la vida, tan glamurosos, tan atildados, tan de ensalada en Pijo`s Cafe a 90 pavos la tontería.

    Yo, como Sofia con su cámara, no dejaba de seguir asombrado a mis pijos: su manera de hablar, sus ropas, sus preocupaciones crematísticas... La perfección de sus dientes, de su vocabulario, de sus maneras educadas. Mis compañeros nunca llevaban roña en las uñas, ni cerumen en el oído, ni legañas en el lagrimal. Nosotros, los del barrio, nos lavábamos todas las mañanas, por supuesto, pero al poco rato de estar en clase siempre manaba una disfunción cutánea que delataba tu origen. Ellos, como los personajes de Sofia Coppola, lo llevaban todo en su sitio, sin mácula, sin tacha. Impecables y pluscuamperfectos. Eran odiosos, pero también eso, fascinantes, y no te digo nada las chicas pijas, tan hermosas, tan repeinadas, con sus cabellos rubios que en mi barrio no se cultivaban, y con sus diademas, y con sus faldas reglamentarias de las monjas...

    Deberían de repatearme el culo, estos retratos del pijerío que pinta Sofia en sus películas. Pero el amor, ay, nos iguala a todos en sus penurias. En las alegrías no, porque hay amores de 5ª Avenida y amores de polígono industrial. Pero en la desdicha, todos somos hermanos y hermanas. Que los ricos también lloren cuando les va mal en la vida, pues mira, que les den por el culo; pero si lloran por desamor, o porque temen perderlo, yo estoy con ellos, empático y desclasado.




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