Mostrando entradas con la etiqueta Richard Harris. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Richard Harris. Mostrar todas las entradas

Robin y Marian

🌟🌟🌟🌟


El sueño de Robin es el mismo que tenía Sean Thornton en El hombre tranquilo: regresar a su tierra después de haber dado ya todos los tumbos. Renunciar para siempre a las peleas y a los guantazos. No volver a matar de pensamiento, palabra, obra u omisión. Olvidar la vanidad, aparcar la gloria, quemar la codicia. Levantar la choza, cultivar la huerta y respirar el aire verde de cada mañana. Llegar noblemente cansado al final de la jornada. Compadrear con los amigos en la taberna. Sentirse, por primera vez en muchos años, libres y sonrientes. Y hacer todo esto en compañía de la mujer amada: Robin con su querida Marian, y Thornton con su pastora pelirroja. Follar mucho, y reírse aún más. Sostenerse con fuerza y aguantarse con humor. No tener que explicar ya nada, ni que reprochar gran cosa. Quizá ni hablar: sólo entenderse con las miradas. Ése es el amor en los tiempos del reposo. Quizá el único verdadero.

    Quizá por eso me gusta tanto Robin y Marian. Porque se parece mucho a El hombre tranquilo. También porque contiene la declaración de amor más hermosa de la historia del cine, claro, y porque trabajan en ella Sean Connery y Audrey Hepburn, que iluminan la pantalla. Y porque la Edad Media, en esta película, aparece como falta de medios, como poco lustrosa y sanguinaria, que es lo que uno siempre pensó de aquellos tiempos, y no esa mierda folclórica que nos llevan vendiendo desde que se inventó el cine: la vajilla reluciente, y los castillos impolutos, y la gente recién salida de la ducha...

    Robin y Marian podría ser algo así como “un romance crepuscular”, y yo estoy ahora muy en el ajo de los romances crepusculares. Es lo que toca, cuando uno lleva casi medio siglo dando tumbos por el mundo. Tumbos modestos, de andar por las pedanías, nada de la gloria en las Cruzadas, ni de colegueos con los reyes, pero tumbos. Yo también tengo ese sueño de Sean Thornton y de Robin de los Bosques. Pero tengo que empezar por el principio. Buscar mi patria. Mi último lugar en el mundo. La Pedanía es una buena candidata. Mi Innisfree, o mi bosque de Sherwood.



Leer más...

Gladiator

🌟🌟🌟🌟

Hay películas que valen por un solo instante, como Gladiator, que siendo espectacular y memorable, siempre me ha parecido de un maniqueísmo tontorrón, tan simplona como una función de guiñoles armados con cachiporra. O con espada, en este caso.

    Pero llega ese momento inolvidable, el de Russell Crowe dándose la vuelta, y a uno se le siguen encogiendo los huevos, aunque lo haya visto mil veces en YouTube, y lo haya imitado mil veces ante el espejo, recitando el texto y forzando esa voz grave y barriobajera del gladiador, y al mismo tiempo altanera, de orgullo muy medido para no levantar las iras del Emperador. “Me llamo Máximo Décimo Meridio…”, y por un momento ya no estoy viendo una película de romanos, sino que estoy en la misma Roma, en la arena del Coliseo, escuchando con la boca abierta a este hombre regresado de la tumba para vengarse. “Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los Ejércitos del Norte…” y ya puede uno quedarse tranquilo en el sofá, porque ha vuelto a ver el cogollo de la película, su nudo gordiano, lo que nunca caerá en el olvido.



    Lo que hubiera ligado yo, con ese nombre, con esa retahíla, en los tiempos de la juventud. Entrar en la discoteca, acercarme a la chica más guapa y decirle: “Me llamo Máximo Décimo Meridio…” Ninguna mujer se hubiera resistido a esa sucesión de nombres guerreros, y también algo filosóficos, en extraña mezcolanza que resuena en los oídos como un encantamiento. “Me llamo Máximo Décimo Meridio…” Joder: es que es impresionante.  Aunque el jeto de Russell Crowe también ayuda lo suyo, claro,  tan macho, tan sudoroso, quitándose el casco y enfrentando su rostro ante el de Cómodo, el emperador. Russell desprende hombría, seguridad en sí mismo, y lo mismo en su voz original que en la de quien le dobla al castellano, sus palabras retumban en el Coliseo acojonando a los hombres y seduciendo a las mujeres. Y sacando de sus casillas a ese emperador tan inútil como rastrero.

    “Hola, me llamo Máximo Décimo Meridio, y me estaba fijando en ti…” Hubiera sido la hostia, ay,  en lugar de este Alvaro Rodríguez Martínez que empezaba tan bien, en aquella época en la que apenas había Álvaros por el mundo, pero que luego, a golpe de apellidos, se iba diluyendo en la vulgaridad y en el anonimato. Cómo no se me ocurrió antes, idiota de mí, la romana tontería, aunque sólo hubiera sido para sortear las primeras vallas de la seducción. Pero antes del año 2000, claro, cuando vimos Gladiator por primera vez y nos quedamos con la copla. Porque ahora ya parece un cachondeo lo del Máximo y el etc., y ya son muchos los que han probado la gilipollez, rezando para que ella no haya visto la película con sus novios anteriores.



Leer más...

Sin perdón

🌟🌟🌟🌟🌟

Hoy es 4 de noviembre, día de San Carlos Borromeo, que según la Wikipedia, y el Libro Gordo de Petete, fue un cardenal del Renacimiento muy activo en el Concilio de Trento. O sea: un reaccionario muy poco recomendable. Pero en el calendario republicano de la Revolución Francesa -que es el que yo sigo en la intimidad de mi biografía, porque el gregoriano sólo lo uso para distinguir los días laborables de los festivos- hoy es el día de la endivia, o de la endibia, un vegetal insípido que yo sólo como con una anchoa por encima para prestarle su sal y su gracejo.

    Los jacobinos idearon un calendario bellísimo en el que cada día llevaba el nombre de un animal, de una planta, de un mineral, nada de santos devorados en el Circo Romano, o de vírgenes alanceadas por un legionario sanguinario. Los meses, desendiosados de la religión jupiterina, se llamaban como Dios manda: Nivoso, o Floreal, o Fructidor, nombres poéticos que resonaban en los oídos de las gentes sencillas. Este calendario, como todo lo hermoso de este mundo, apenas duró unos años de esperanza, hasta que Napoleón el traidor se lo cargó con un golpe de espada y una cagada de caballo. El calendario republicano sigue vivo en nuestros corazones tricolores; presente, en miniatura, en nuestros escondrijos hogareños y laborales. Una doble vida como la que llevaban, precisamente, los primeros cristianos en las catacumbas, aunque nosotros ya seamos los últimos republicanos de la Resistencia.



    Pero yo, para enredar aún más mis días, y ya volverme tarumba del todo, llevo otro calendario paralelo que está hecho de películas irrenunciables, obligatorias, siempre festivas, sin ningún día rotulado en negro. Este almanaque no está acabado del todo, pero confío en terminarlo antes de que los calendarios ya no me sirvan para nada. Antes de que llegue la muerte o de la demencia, reuniré, ya sin duda, 365 películas fundamentales y una bisiesta, y crearé un ciclo anual que llamará al 1 de Enero 12 de Nivoso, sí, pero también el Día de El hombre tranquilo, que será su película de obligatorio cumplimiento. Un mandato divino que sucesivamente, saltando de obra maestra en obra maestra, llegará a este 4 de Noviembre, día de la Endivia, o de la Endibia, y lo rebautizará como el Día de Sin Perdón, que será su película santificada, su misa de guardar, la que sustituirá las retahílas de los santos borromeicos por una fotografía de Clint Eastwood ajustándose el sombrero, y una relación de todos los que trabajaron en ella y la convirtieron en una película imprescindible.



Leer más...