The Master
Todo por un sueño
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Cuatro años antes de que Letizia Ortiz presentara los informativos nocturnos en CNN+, Suzanne Stone, también muy rubia y muy desenvuelta, con aspiraciones igual de elevadas en la vida, presentaba la información del tiempo en una cadena local de New Hampshire.
Es más: cuando Suzanne Stone, la mala de la película, perora ante la cámara guarda un parecido físico más que razonable con doña Letizia. Al menos a mí me lo parece. Las dos, además, esconden un ego desmedido que las convierte en unas trepas de cuidado. La diferencia es que una perdió la vida en el intento y otra llegó a ser reina consorte de Todas las Españas. Por un lado, el destino trágico; por otro, la unidad de destino en lo universal.
Suzanne y Letizia desarrollaron sus carreras en los viejos tiempos del heteropatriarcado, así que no tuvieron más remedio que acostarse con un hombre para alcanzar sus objetivos. Pero claro: menuda diferencia entre el tarugo del instituto americano y el príncipe europeo que estaba de holganza frente a la tele. Como de comer a mirar. Uno medio lelo y con el labio partido y el otro capitán de los Ejércitos y como importado de Noruega.
También es verdad que Suzanne era medio boba y alicorta, mientras que Letizia, según cuentan las crónicas de palacio, es una inteligencia desgrasada que deja patidifusos a los periodistas, y a decir de las marujas que siguen sus andanzas, una madraza como pocas, preocupada todo el día por el futuro incierto de las infantas.
“Todo por un sueño” es un título que vale para resumir la vida de Suzanne Stone y también la de nuestra reina consorte. Las dos son mujeres decididas que lo dejaron todo por un sueño. Después de asesinar al lerdo de su marido, Suzanne Stone se dejó literalmente la vida por ascender en su profesión; Letizia, por su parte, para ascender en la pirámide social y clavarse la punta en el susodicho, se dejó por el camino los valores republicanos y los viejos juramentos de pertenencia al populacho.
Napoleón
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“Napoleón”, si no lo he entendido mal, se parece mucho a “La red social”. Las dos películas cuentan la historia de un fulano que creó un imperio sólo para impresionar a una mujer. Napoleón, uno terrenal para conquistar a Vanessa Kirby, y Mark Zuckerberg, uno digital para convencer a Rooney Mara de que regresara. Nos ha jodido... Yo mismo cabalgué una vez hasta Vladivostok espada en mano, a ver si me nombraban Zar de Todas las Rusias y dejaba impresionada a Natalie Portman. Pero no hubo manera. Donde Napo y Mark triunfaron, yo fracasé. Mi hazaña frustrada salió en la prensa local -la de aquí, y la de Vladivostok- pero como no transcendió al “New York Times” me quedé compuesto y sin emperatriz.
Antes del #Metoo se decía mucho aquello de “ese culo bien vale un imperio”, y no era una simple metáfora. Ha habido hombres a lo largo de la historia que por un buen culo, o por una cara bonita, han reclutado ejércitos para conquistar los campos de Europa o colonizar los ordenadores de la peña informatizada. Si es verdad que Josefina de Beauharnais se parecía un poco a Vanessa Kirby, no me extraña que Napoleón se pasara la vida en campaña solo para merecerla. Puede que él, en el fondo, no fuera un traidor a la República Francesa ni un criminal de guerra engalanado, sino, simplemente, un hombre enamorado.
Yo mismo, el verano pasado, en Los Inválidos, rumiaba estas cosas ante la mismísima tumba del susodicho. Había que estar allí, por supuesto, pero no rendirle homenaje ni pleitesía. Por mucho que el polvo de su sarcófago sea polvo enamorado... Napoleón -como se nos recuerda al final de la película- condujo al matadero a miles de chavales con una edad parecida a la de mi hijo. Es como si ahora nos gobernara, yo qué sé, el amigo de Pablo Motos, Santi Abascal, y se le metiera en la mollera reverdecer las glorias hispanas en Marruecos, y llamara a filas a mi retoño solo para que cuatro hijos de puta se forren abriendo mercados y depredando recursos naturales. Por mucho que el plan inconfesable fuera seducir -por poner un ejemplo- a Cayetana Álvarez de Toledo, a Santi no le íbamos a reír la puñetera gracia.
En la cuerda floja
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Las relaciones humanas dependen de la química orgánica y nada se puede hacer contra eso. Hay personas que conviven en una probeta y reaccionan produciendo un perfume embriagador. Otras, en cambio, al mezclarse en un matraz, exhalan un tufo como de sulfuro o de amoníaco, estropeando su noble intento de relacionarse. O su esfuerzo de convencernos, a los espectadores, si se trata de actores y de actrices, de que se aman mucho en la pantalla de nuestra tele.
Cuando se trata de elementos de la tabla periódica, de átomos que intercambian electrones para formar nuevas estructuras microscópicas, todo tiene una explicación lógica y los científicos asienten satisfechos. Pero cuando se trata de relaciones personales, de química orgánica elevada al nivel de los humanos, todo se vuelve inexplicable y a veces un poco espiritual. Es el terreno pantanoso donde se mueven los psicólogos y los terapeutas de la pareja, que casi siempre persiguen sombras y acaban ejerciendo de gurús.
A veces nos pasa en la vida real: dos personas que parecían elegidas para entenderse juntan sus feromonas y sus electromagnetismos y producen, para nuestro asombro, unos chisporroteos que queman los tejidos corporales y dan olor a chamusquina. Y al revés: dos personas por las que no hubiéramos apostado ni un duro en el Codere de la esquina,, prueban a mezclarse en el matraz de la vida y resulta que sus feromonas encajan, y que la electricidad de sus pieles produce chispas de auténtica felicidad. Es el amor, que no deja de ser un producto químico tan raro como el oro.
Desconozco si en la vida real Johnny Cash y June Carter se amalgamaron para crear un metal tan duro y resistente como parece en la película. Y tan colorido en sus reflejos. Las crónicas cuentan que sí, y es bueno que así sea. Lo que se ve en la película, desde luego, es que Joaquin Phoenix y Reese Witherspoon no fingen acecharse y desearse, sino que se acechan y se desean. O que actúan de puta madre, más allá de los elogios.
Los hermanos Sisters
El western no forma parte de mi educación sentimental. Cuando yo era niño, los americanos dejaron de rodar tiroteos en Monument Valley y decidieron conquistar nuestra voluntad con destructores imperiales que surcaban las galaxias, y arqueólogos con sombrero que buscaban los tesoros de la Biblia.
Irrational Man
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Al principio de Irrational Man, el profesor de Filosofía
que encarna Joaquin Phoenix les dice a sus alumnos:
-
Recordad, aunque sea lo único que os enseñe, que
gran parte de la filosofía sólo es una paja mental.
Lo que Abe Lucas les pide es menos palabrería y más acción.
Menos samba, e mais trabalhar. Menos discursos sobre la esencia última de la
voluntad, y la decisión firme de aplicarla para cambiar el mundo. Menos
pancartas y más guerrilla. Que en sus clases se queden con cuatro nociones
fundamentales, y que luego muevan el culo. Que salgan a la realidad, que no se
pierdan en laberintos mentales, porque la vida, en realidad, es algo muy simple
y material: el deseo sexual, el instinto de sobrevivir, el amor por los hijos… Emma
Stone y su sonrisa. El placer y el dolor, que siempre son físicos, moleculares,
sinápticos en última instancia. Todo lo demás es perifollo verbal, cacharrería
neuronal. Juegos de palabras. La filosofía es un mero hilar palabras y conceptos
con corrección gramatical. Un edificio verbal que puede ser bellísimo o portentoso,
de mucho discutir y perorar. Pero casi nunca asienta sus cimientos en la carne,
en la sangre, en el instinto que nos mueve. Nubes de fotografía, en el aire…
La pregunta que sobrevuela toda la película es: ¿y dónde sustentar,
entonces, la ética? ¿Qué distingue la buena acción de la mala? ¿Dios, el remordimiento,
el pacto entre los hombres…? Según Abe Lucas, la ética sólo es que no te
pillen. El miedo a la cárcel, o el temor a la venganza. Nada más. No una ley divina, no
un imperativo categórico, no un gusanillo de la conciencia. Una tentación continua para el ateo y para el nihilista. Una
cuestión que ha obsesionado a muchos personajes de Woody Allen, y que ya nos perturbaba a muchos espectadores en 3º de BUB, cuando nos enfrentamos por primera vez a
la asignatura de filosofía. Mientras media clase dormitaba su desinterés y su aburrimiento,
nosotros, los que no ligábamos, y lo fiábamos todo al culturetismo y a la belleza
interior, nos dejábamos arrastrar por aquellas cuestiones como incautos, como pajarillos
atrapados en una red. Filósofos, a nuestro pesar.
Joker
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Ante tal profusión de manos tendidas que salen de las estanterías, convendría recordar que hace más de dos mil años, en la antigua Grecia, Sócrates dijo que el mandato principal de cada ser humano era conocerse a uno mismo. Nada más. No habló de superarse, de transformarse, de introducirse en el libro de algún capullo- o de alguna capulla- para pasar de gusano a mariposa, de bicho arrastrado a pájaro volador. El filósofo encontró la paz del espíritu en la aceptación, en el reconocimiento sereno ante el espejo, que es la autoayuda más jodida, pero también más eficaz, a la que uno puede encomendarse.
Estando como una puta cabra desde que tenía uso razón, Arthur Fleck soñaba con ser normal, o con llevar una vida normalizada, cuidando de su madre querida, acostándose con alguna vecina simpática, y desarrollando su carrera de cómico en los clubs nocturnos junto a la maravillosa señora Maisel… La chotadura de Arthur Fleck no le desconectaba del todo de la realidad, y aunque sufría episodios que lo elevaban por encima de las nubes, en cada aterrizaje y en cada hostiazo contra la realidad, Arthur podía reconocer que las piezas reales e irreales del puzle no terminaban de encajar.
Gladiator
Hay películas que valen por un solo instante, como Gladiator, que siendo espectacular y memorable, siempre me ha parecido de un maniqueísmo tontorrón, tan simplona como una función de guiñoles armados con cachiporra. O con espada, en este caso.
Puro vicio
Inherent vice es el término legal que designa el defecto oculto de una mercancía. Una tara que no se ve al comprarla pero que termina por estropearla, y que faculta al comprador a exigir una compensación. En el contexto de esta película inexplicable, donde es difícil acertar con los argumentos o con las metáforas, se supone que esta expresión alude a la decepción final de los amores, pues todos llevamos de nacimiento un defecto que al principio no se ve, o que se prefiere obviar, en aras del amor, pero que tarde o temprano acaba por marchitar la relación.
Two Lovers
Si el acto de amar nos convierte en mejores personas, ser amados, por contra, nos hace caer en la vanidad. Cuando alguien, en el mercado del amor, se interesa por nuestras carnes o por nuestras meninges, nos sentimos especiales, reafirmados, como si el amor nos elevara unos centímetros por encima del suelo. Como si nos distinguiera de los demás. Meritorios y cojonudos. Orgullosos de haber aprobado una especie de oposición. Pero esto es una arrogancia muy propia de los tiempos modernos, inusual en otras épocas. Los antiguos, más modestos, representaban a Cupido como un niño travieso que disparaba sus flechas con los ojos vendados, al tuntún, para señalar que el amor era un encuentro que tiene una parte de afán y de seducción, pero también mucho de casualidad y de segundo plato.
En realidad, nunca estuviste aquí
Her
Los colaboradores de Spike Jonze exponen sus propias ideas sobre el amor en uno de los extras que aparecen en la edición en Blu-ray. Uno de ellos, quizá el más inteligente, o el más sincero, afirma que el amor es un concepto tan escurridizo que se enreda en la lengua al tratar de describirlo. Que tiene su origen en las entrañas, y que lo que ahí sucede es tan primordial, tan instintivo, que el lenguaje, que es un atributo propio de seres evolucionados, no acierta a traducirlo en palabras. Un perrete, con sus ladridos, sería capaz de comunicar mucho mejor su sentimiento.
Tan solitario y triste anda Theodore con su mal, que se aferrará a la compañía de un sistema operativo para no caer definitivamente en la desesperación. No hay tal historia de amor entre Theodore y Samantha: sólo la ilusión de no estar solo en ese apartamento con vistas a la ciudad. Mejor perder la chaveta que soportar una noche más sin conversación, un desayuno más sin buenos días, un regreso a casa sin nadie esperando en el sofá.
El bosque
Les tengo un poco de resquemor a las películas de M. Night Shyamalan porque siempre me hacen quedar como un idiota, ante las amistades, y ante los cuñados. Todo el mundo es mucho más perspicaz que yo a la hora de adivinar esos desenlaces que a mí me dejan boquiabierto, como un niño engañado por un mago, mientras que ellos, simplemente, se limitan a recoger la confirmación de sus inteligentes deducciones. No es lo mismo saberse uno tonto en la intimidad del salón, a solas con la propia incapacidad, que verse humillado en la barra del bar, o en la mesa de la terraza, sometido al engreimiento de algunos fulanos despreciables, y a la sonrisa compasiva de algunas damas que me descartan.
El sueño de Ellis
Quills
Quills es una película atípica en mi cinefilia particular, porque a pesar de los muchos años que han pasado sin revisitarla, conservaba de ella un recuerdo casi exacto. Quills contiene poderosas imágenes que no se me van de la cabeza, duelos verbales entre el marqués de Sade y sus puritanos carceleros que son líneas maestras del diálogo, y de la vida.