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The White Lotus. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟


Nueve de cada diez seriéfilos encuestados aseguran que esta tercera temporada les parece un chicle estirado y una completa decepción. “¡Nada que ver con la segunda!”, gritan a coro en las tertulias del asunto. 

La mayoría, curiosamente, asegura haber llegado hasta las playas del tercer episodio y allí ya tumbarse a la bartola. Lo que aconteciese tierra adentro, en los bungalows de lujo o en los putiferios del alto standing, de pronto les traía sin cuidado. “La vida es corta y las series son infinitas”, aseguraban imitando a los monjes budistas que viven apartados de la vorágine turística.

Otros espectadores, los que a pesar de todo perseveran porque se sienten en deuda con las temporadas anteriores, reconocen que  la tercera entrega carece de un desarrollo ágil y de unos personajes carismáticos. Y que Tailandia, además, tan bonita y tan variopinta, queda reducida a una playa y a unas palmeras como las que puede haber en Lanzarote. Sólo los muy pacientes conocerán las calles de Bangkok en los últimos episodios porque de ellos es el reino de los Cielos.

Yo estoy en esa minoría silenciosa que ha llegado al último episodio altamente interesado.  Quizá es porque los ricos siempre me han resultado fascinantes, al mismo tiempo despreciables y dignos de estudio. En “The White Lotus” -como en “Succession” o en “Larry David”- yo les observo y me hago preguntas de índole muy comunista. Es una pedrada que -lo reconozco- proviene del rencor de clase y también de la envidia cochina. Viendo la tercera entrega de la serie yo me preguntaba cuánta pasta hay que tener para coger un avión en Wisconsin, plantarte en Tailandia y no salir durante toda la semana de un chiringuito de la playa. El despilfarro y la vagancia. 

Nadie que tire así el dinero puede ser una buena persona. Si es verdad aquello que dijo Jesús sobre el camello y el ojo de la aguja, las playas de Tailandia, como las de Hawai o las de Sicilia en temporadas anteriores, deberían ser alegorías del infierno: almas avariciosas quemadas por soles de justicia. 






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Los odiosos ocho


🌟🌟🌟

Justo el día en que vuelvo a ver Los odiosos ocho porque no me acordaba de nada, de la primera vez, y ahora hay tiempo de sobra para ver estos metrajes imposibles de Quentin Tarantino, en Estados Unidos, precisamente, en California, las autoridades han declarado el estado de alarma a la española, que en origen fue a la italiana, y antes a la china, como si los gobernantes fueran pasándose una receta macabra por el WhatsApp, o por el teléfono rojo.  Y de pronto, en mi cabeza, se han conectado las dos cosas: los vaqueros indómitos del Oeste, con sus pistolones, su ley de la frontera, su desprecio supino por la autoridad, y los americanos de ahora, a sólo cuatro generaciones de aquellos, que todavía no han enmendando ninguna enmienda armada de su Constitución, y que van a ser interrogados en los controles de carretera, y en los paseos marítimos del monopatín, “¿usted a dónde va, motherfucker?”, como si el Séptimo de Caballería se hubiera desplegado más allá de las Montañas Rocosas.



    Aquí, en Europa, los Fuerzos y Cuerpas de Seguridad intimidan lo suyo porque sólo ellos, fuera de los montes conejiles, pueden llevar armas al cinto. Y al hombro, y así debe ser, además, para que Puerto Urraco no se expanda hasta Castelldefels, o más allá.  Quizá también acojonen lo suyo en California los policías, y los de la Guardia Nacional, porque California, y la costa Oeste en general, y todo lo que viene a ser la Nueva Inglaterra del Mayflower, es más Europa que otra cosa, y allí se cultivan hasta gobernadores socialistas, y alcaldes prosociales, y si algún día vienen las turbas de Donald Trump a expulsarlos armados de antorchas y tridentes, sólo tienen que coger el barco y venirse a tierras más promisorias.

    Pero qué sucederá, ay, cuando el estado de alarma se declare en Texas, o en Tennessee, o en el estado natal del Gran Wyoming, y a esos tíos que ahora salen a comprar el pan con un AK-47 bajo el brazo, y un par de revólveres en el carricoche del niño, les digan que no, que muy mal, que no se puede salir en grupo, que respeten la distancia de seguridad, y que si no tienen otro supermercado más cerca de casa…



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