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Se me había quedado descolgada de estos escritos, no sé por qué, la película El fraude. Hace varios días que vi la película, pero un lapsus mental, o una vagancia primaveral disimulada de astenia, o de alergia, la habían marginado de este diario. Y ahora, cuando reparo en mi despiste, y me dispongo a teclear los habituales adjetivos sin chispa, y los consabidos chascarrillos sin gracia, descubro, como un dedo acusador señalando a la película, que he olvidado todo cuanto me sugirieron las desventuras de este hijoputa trajeado que Richard Gere -con su porte, con sus canas, con su sonrisa indescifrable- ha nacido para interpretar.
Se me había quedado descolgada de estos escritos, no sé por qué, la película El fraude. Hace varios días que vi la película, pero un lapsus mental, o una vagancia primaveral disimulada de astenia, o de alergia, la habían marginado de este diario. Y ahora, cuando reparo en mi despiste, y me dispongo a teclear los habituales adjetivos sin chispa, y los consabidos chascarrillos sin gracia, descubro, como un dedo acusador señalando a la película, que he olvidado todo cuanto me sugirieron las desventuras de este hijoputa trajeado que Richard Gere -con su porte, con sus canas, con su sonrisa indescifrable- ha nacido para interpretar.
Yo traía preparado un discurso socialistísimo, de banderas rojas ondeando al viento y puños en alto en actitud más desafiante que reivindicativa. Algo sobre los pobres del mundo y los capitalistas con sombrero de copa que nos enculan sin necesidad de bajarse los pantalones. Pero he perdido el hilo, el entusiasmo, el fuego proletario que me abrasaba las entrañas. Sería, de todos modos, más de lo mismo. Y así llevamos ya siglo y medio, los “intelectuales” de izquierda, repitiéndonos como ajos, en vez de salir a las calles a liarla parda, y que salga el sol por Antequera, o por Invernalia.
Mira que me cae mal Richard Gere, sospechoso habitual de esas comedias románticas que me producen el vómito instantáneo.Y sin embargo, en películas como ésta, o como en aquella de Hachiko, uno ha de rendirse a la evidencia de que es un actor solvente, que exprime al máximo sus cuatro registros de voz y sus tres movimientos de ceja. Y sus níveos cabellos, claro. Tampoco necesita más repertorio para despachar a un personaje tan simple como éste, al que le basta lucir un traje caro y una dentadura indestructible para que reconozcamos en él al enemigo de clase, al justiciero defensor de los tipejos que acaparan los millones. Ningún proletario va a derramar una lágrima por su suerte final...
Me enamoro como un verraco de la actriz que interpreta a la amante de nuestro protagonista: una pintora francesa a la que Gere ha puesto un piso en Manhattan y una galería de arte para que se entretenga pintando cuadros mientras él roba a los trabajadores. Al terminar la película, para mi sorpresa, leo en los títulos de crédito que ella es Laetitia Casta, la insigne top-model a la que yo recordaba por Leticia, o por Letizia, en todo caso. Del mismo modo que olvidé el mapa celestial de sus pecas, olvidé la exactitud latina de su nombre. Imperdonable todo.