El rey de Nueva York

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1. A veces transcurre tanto tiempo entre que descargo una película y por fin me siento a verla que ya no recuerdo el motivo de mi elección. Todavía no sé si mi cinefilia es un caos organizado o un desastre controlado.

Mientras veía “El rey de Nueva York” yo buscaba una respuesta a mi propio estupor de espectador estafado. ¿Qué crítico, qué podcast, qué reseña en la revista me puso en la pista de esta majadería ultraviolenta? La película es de Abel Ferrara, sí, pero como si fuera de Perico de los Palotes ¿Qué lengua malhadada o qué pluma desnortada me influyó para que yo descargara esta película que en realidad he estado rehuyendo durante meses, retenida durante 6 meses en mi disco duro porque una vocecita interior me advertía que la borrara como si nunca hubiera existido? 

Ah, mi vocecita, siempre con voz pero casi siempre sin voto...

2. De todos modos, cualquier película que tenga en su reparto a Christopher Walken siempre tendrá, al menos, un oasis donde refugiarse y reposar el asombro. Walken siempre ha tenido una cara de puto loco que no puedes dejar de contemplar. Lo mismo cuando hace de pirado a tiempo completo que de tipo inquietante que nunca sabes por dónde te va a salir. Si había alguien capaz de interpretar a este rey de Nueva York era él: un capo ultraviolento y fascinante, tierno con los niños y salvaje con los rivales.

3. La película, por supuesto, incumple todos los ítems del test de Bechdel. Las mujeres sólo están aquí para consumir droga al lado de sus maromos y bajarles los pantalones con afanes recreativos. El descanso de los guerreros... Corría el año 1990 y todavía se rodaban películas así, de tíos-tíos, para compensar las películas de tías-tías que también hacían furor en la taquilla, casi siempre de damas victorianas que tomaban el té a las 5 y despellejaban a la buena sociedad más cercana a sus mansiones.




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Teniente corrupto

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Nunca he conocido a un teniente de la policía de Nueva York, pero sí a varios guardias civiles y policías nacionales. Munipas no, ya ves tú, y mira qué he vivido en numerosos ayuntamientos. 

Los “Fuerzos y Cuerpas” de Seguridad del Estado -que dijo una vez Irene Montero en su lucha implacable contra la gramática- no son santos de mi devoción, pero la vida es traviesa y me los depara. Disolviendo las manifestaciones y frustrando las revoluciones  siempre he encontrado a familiares lejanos, a hijos de amigos, a colegas que fui conociendo en los tiempos del fútbol... Hay un poco de todo en esa viña armada del Señor: fascistas auténticos, servidores públicos, tronados de las armas, tipos peligrosos, equivocados de la vida, personas inteligentes y cenutrios incalculables. Ser policía no es garantía de ser buena persona como nos decían de pequeñines. Yo mismo dibujaba monigotes de policías en mi época de preescolar, convencido, en mi tonta inocencia, que ellos eran los garantes de una sociedad más justa y libre de delitos. Lo que yo no sabía es que las fuerzas de seguridad simplemente se ciñen a la ley -a veces ni eso- y que la ley está hecha por cuatro mangantes que defienden sus inversiones. Buenos o malos, simpáticos o chulescos, todos los tenientes corruptos o incorruptibles son siervos de nuestro enemigo. 

El teniente corrupto de la película -un Harvey Keitel en estado de gracia, quién sabe si dominado por las mismas pasiones que su personaje- ni siquiera se plantea estas politologías de bolchevique. Él es policía como pudo haber sido macarra o proxeneta, o traficante de heroína. Sospechamos, de hecho, que se hizo policía para vivir justo en la frontera con lo ilegal y poner un pie en el otro lado valiéndose de su impunidad. Es una táctica como cualquier otra. 






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El funeral

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Yo estuve emparentado con una familia de mafiosos. Bueno, de mafiosillos. De chuletas de pueblo, para ser del todo sincero. 

Mi ex familia no delinquía como esta otra tan violenta y sanguinaria de “El funeral”, pero sí manejaba los mismos códigos cenutrios que rigen en Sicilia: primero la familia y luego nadie más. Nuestro pueblo es el mejor y al que lea un libro lo apedreamos. El apellido lo es todo y separa a los justos de los malvados. Y cada domingo, y cada fiesta de guardar, que viva la Virgen del Pueblo, que además -dato escalofriante- es la misma que se adora en “El funeral”. Concomitancias.

Mi parentela política no iba por ahí pegando tiros ni jugando sucio en las apuestas, aunque uno de ellos sí que frecuentaba el puticlub más afamado de los alrededores. Eso sí: comunistas, ni uno. Todos apolíticos y ácratas de derechas. Dios, Patria y Rey y a mucha honra. En “El funeral”, sin embargo, el muerto es un mafioso comunista que lee el Daily Worker y acude a los mítines a pedir mejores condiciones para los obreros. Rara avis, la verdad. 

Ellos -los machos, digo, porque las paisanas estaban a otras cosas- reservaban su instinto delictivo para la conducción temeraria por las carreteras, siempre batiendo récords de velocidad entre Villatocino y Valdelostontos. Su rasgo sociopático no se volcaba en el crimen organizado, sino en pasarse por el forro los límites de velocidad que según ellos sólo respetaban los maricones, los imbéciles del culo y las funcionarias con gafitas. Los coches eran su único tema de conversación: cuánto costaban, cuánto corrían, cómo se mantenían... Yo aprendía mucho con ellos, pero se me olvidaba todo a los cinco minutos.

Estoy recordando todo esto porque tengo muy poco que aportar respecto a la película. “Mataste a mi hermano, hijo de puta, mereces morir, pam, pam, no, Ray, la violencia no es el camino, qué va a ser de tus hijos si vienen a buscarte para vengarse, tú calla, mala puta, que te meto una hostia del revés...” Un poco todo así. El topicazo. Pero eso sí: con el jeto impagable de Christopher Walken.





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El hundimiento

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Esta gentuza no se extinguió en el búnker de la Cancillería, ni tampoco en el cadalso habilitado en Nuremberg por los aliados. No hablo de los descendientes que portan sus genes más o menos desleídos, ni tampoco de los bulos que situaron a Hitler y sus cortesanos viviendo como reyezuelos en las selvas de Sudamérica. Hablo, por ejemplo, de los fascistas que ahora mismo aspiran a instaurar el IV Reich en Alemania, o de los patriotas con uniforme que hace cuatro años soñaron con fusilar a 26 millones de españoles.

Los fascistas ya existían mucho antes del fascismo, de igual modo que los franquistas ya existían mucho antes de la llegada del Generalísimo. Porque el fascista, en puridad, no es más que un matón, un psicópata buscando alguien a quien zurrar o asesinar, y esa estirpe ha coexistido con nosotros desde las cuevas de Altamira. Cuando no tienen claro el objetivo, alguien se lo proporciona a cambio de dinero o de favores. Estas tendencias asociales estarían condenadas a desaparecer en el acervo genético si no fuera porque la patronal lss necesita continuamente para poner orden en sus negocios.

Los fascistas que aguardan la llegada del Ejército Rojo en “El hundimiento" no son más que una variante de la estirpe, fuerzas de choque que los empresarios alemanes utilizaron dos décadas antes para poner freno a los sindicatos. Hubiera sido ridículo -y además temerario- que el dueño de la siderurgia o de la fábrica de calzones saliera a darse de hostias contra sus propios obreros. Pero como las fuerzas del orden no daban abasto apaleando a quienes pedían más dignidad y mejores sueldos, hubo que contratar a esta pandilla liderada por un histriónico que predicaba futuros de sangre y fuego por las cervecerías. 

Hitler, Bormann, Goebbels, Göring... en realidad nunca se vieron en una más gorda. Tras cada golpe de genio perpetraron una cagada monumental; tras cada demostración de inteligencia, una demostración equivalente de chapucería. Porque ellos no habían nacido para mandar, sino para meter miedo asesinando. Cuando los burgueses se confiaron, ellos, los seguratas, se convirtieron en los putos amos y crearon un precedente.






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Larry David. Temporada 12

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Por las mañanas tomo mi café en una taza “Latte Larry’s” que compré por internet. Lleva el sello “No defecators”, por supuesto. Una aspiración de pureza. 

La taza idolátrica es el primer pensamiento del día que le dedico a mi amigo Larry David. Luego vienen muchos más. En mis contactos sociales - o asociales- siempre me pregunto qué habría hecho él en mi lugar. ¿Un “parar y charlar”? ¿Un “pretty, pretty, pretty good”? ¿Qué hacer cuando un maleducado no respeta la madera? ¿Cómo reaccionar cuando alguien miente mirándote a los ojitos? ¿Se puede usar un WC para minusválidos si no hay nadie ocupándolo? Dudas y más dudas... En estos asuntos cruciales Larry es mi personal coach, mi influencer viejales. Mi amigo imaginario salido de la tele. Su presencia espiritual es tan importante para mí como la de Obi-Wan Kenobi para Luke Skywalker. 

Ayer terminé de ver el último episodio de “Larry David” y al echar cuentas descubrí que llevaba 25 años hablando con su fantasma y riéndome con sus ocurrencias. Llevo media vida viendo “Larry David” y otra media repasando “Seinfeld”, donde salía su alter ego llamado George Costanza. Larry David y Luke Skywalker han sido las dos referencias más duraderas de mi vida. Mi próximo hijo se llamará Kylian David Skywalker.

Cuando enciendo el teléfono para leer las noticias del día me encuentro a Larry David en la pantalla protectora, repanchigado en un sofá y desapegado de los imbéciles. Otros ponen en su teléfono a Jesucristo, o a Irene Montero, o a un nazi de confianza. Yo pongo a Larry para subrayar que mi teléfono, aunque muy modesto, también podría ser el suyo. Si Larry fuera funcionario y viviera en La Pedanía sería un poco como yo. Y al revés: si yo fuera millonario y viviera en Los Ángeles sería un poco como él. Los dos respetamos la madera y nos enfada que nos rechacen por nuestra fealdad. Pero también hay diferencias notables, por supuesto. No somos hermanos gemelos. Larry, por ejemplo, es un follador de suelo y yo no. Él huye de los arrumacos poscoitales y yo sin embargo los disfruto cuando me dejan.




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The Order

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Hacia la mitad de la película se produce una discusión decisiva entre el predicador de la Nación Aria y el supremacista que ha abandonado el rebaño para coger una ametralladora y declararle la guerra al Gobierno Federal. Hasta entonces yo no entendía muy bien de qué iba "The Order". La estaba viendo gracias a los servicios inestimables del eMule pero sabía que en la vida legal pertenecía al catálogo exclusivo de Amazon Prime. Y eso no me cuadraba: ¿cómo era posible que Jeff Bezos -que ahora es el lameculos de los fascistas que gobiernan su país- financiara una película que alerta precisamente de los peligros del fascismo? ¿En qué mundo al revés podría pasar que la misma persona que amordaza al “Whasington Post” y aplaude al Neoführer nos recordara que el fascismo es un ideal contrario a los valores mínimos de convivencia y que de ahí surgen sociópatas como éste tal Bob Mathews de la pelicula, o como aquel Timothy McVeigh que asesinó a 168 personas en el atentado de Oklahoma? 

O yo me estaba liando, o había que recordar que esta gente simplemente olfatea negocios y son capaces de darle una mano al demonio y la otra a los arcángeles.

Pero es ahí, en esa discusión entre el predicador y el terrorista, donde todo empieza a cuadrarme. El predicador, en una línea de diálogo que es profética y estremecedora, le pide al exaltado Bob un poco de paciencia. “Dentro de diez o quince años ya tendremos senadores, congresistas, miembros del Tribunal Supremo... Quizá hasta un presidente. No necesitamos levantarnos en armas, muchacho”. Estamos en 1984 y aún faltaban 33 años para que el predicador se cargara de razones. El tiempo ha demostrado que su apuesta por una vía “pacífica” que manipulara el relato cultural era más provecchosa que el bombazo limpio o el atraco de bancos a mano armada. 

De nuevo, como en 1933, el fascismo ha sido elegido por el pueblo.





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Escape

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“Escape” cuenta la historia de un trastornado que quiere vivir en la cárcel a toda costa. Él no nació así, desde luego, pero tras provocar un accidente de tráfico en el que murió su mujer ha decidido renunciar a su voluntad y a su curiosidad por el mundo y vivir ya para siempre como Edmundo Dantés en el castillo de If. 

La cárcel, para N., es el paraíso anhelado donde ya no tendrá que tomar ninguna decisión. ¡Al carajo el libre albedrío! La verdadera libertad consiste en no ejercerla: no optar, no elegir, no comerse la cabeza. Horarios estrictos, menús programados, ocios y trabajos marcados por Instituciones Penitenciarias... Y luego, por la noche, lo que pongan en la tele. Y si en las duchas le proponen un borrado de cero, pues bueno, aceptarlo como viene y tomar nota de la experiencia.

Para entrar en la cárcel, N. se pone a delinquir como un bellaco hasta que el juez ya no tiene más remedio que acceder a sus deseos. Todo esto dura más o menos una hora y es la más parte más entretenida de la función. He dicho entretenida, no buena. El resto, hasta el final, es una ida de olla muy grave de Rodrigo Cortés. Un extravío absoluto del oremus. Aunque me ha hecho perder dos horas de mi vida, yo en el fondo me alegro de que “Escape” sea una puta mierda. Estoy un poco hasta los huevos de que Rodrigo Cortés sea tan guapo, tan sensible, tan carismático, tan exquisito... Tan infalible. Pues mira.

Viendo la película me acordaba de Lester Burnham en “American Beauty” cuando decidió dejar su trabajo para dedicarse a cocinar hamburguesas en el McDonald’s. Cero responsabilidades y a vivir. Que manden otros. Yo mismo, el año pasado, me presenté en la agencia de viajes y pedí una excursión por Irlanda en la que no tuviera que decidir nada en absoluto. Dejarme llevar como un borrego por los prados y los pueblos. 

El año pasado también me propusieron ser director de mi cotarro y casi me dio un ataque al corazón. Yo tampoco he nacido para tomar decisiones. La compra en el súper y la película diaria, y poco más. Como el N. de "Escape", yo también he encontrado refugio en una cárcel muy confortable y metafórica, construida a mi medida. Tristona, quizá, pero segura. 




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Hipnosis

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Si nos garantizaran que con una sesión de hipnosis nuestra autoestima iba a pegar un subidón, ni siquiera preguntaríamos el precio -seguramente abusivo- de la sesión. Pagaríamos lo que hiciera falta porque a la larga una autoestima alta ahorra dinero en los bolsillos. Con la mirada alta y el orgullo vitaminado ya no hay que ahogar las penas en sustancias ni comprar cosas innecesarias. Ya no hay que pagar por el amor ni conducir un todoterreno que compense nuestra poquedad. Reconciliados con el espejo, se relajan los músculos de la cara y se camina con el cuello dos centímetros más estirado, y basta con eso para que el género deseado te otorgue el beneficio de la duda, y el género indiferente te vea como un rival en el ecosistema.

“Hipnosis”, al principio, cuenta la historia de una muchacha llamada Vera que está harta de que su novio se imponga en las conversaciones y se somete a una sesión de hipnoterapia para ganar confianza y saber contradecirle cuando toca. Vera es la que maneja el dinero en la pareja, así que no busca un empoderamiento social, sino una reafirmación personal. Pero a medida que avanza la película todo se enreda y se hace más inaprensible... Al menos para el espectador mediterráneo, mucho menos sofisticado que el sueco, o que el escandinavo en general, que ya vive en el cine y en las problemáticas del futuro. 

Hay quien dice que “Hipnosis” esconde una crítica al mundo de los emprendedores. Sí, quizá... La película es un poco como Elmer el de los “Looney Tunes”, que disparaba a casi todo y no acertaba a casi nada. Yo, por mi parte, porque soy un viejo bolchevique, entiendo mejor esa lucha de poder que se produce en el interior de la pareja que forman Vera y André. Una contienda que no tiene nada que ver con los géneros ni con las personalidades, sino con la lucha de clases que explicaba mi abuelo Karl. No todo son barricadas ni sindicatos: un dormitorio también puede ser el escenario de una contienda entre el burgués y el proletario. André, por ejemplo, es el hijo de don Nadie, y Vero la hija de mamá. Ellos creen que se aman, pero quizá no haya abismo más grande para el amor.





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