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L'Apollonide del título es una casa de putas que ahora llamaríamos de alto standing, con madame bien vestida en el recibidor, y currantas explotadas que reposan lánguidas sobre los divanes.
L'Apollonide del título es una casa de putas que ahora llamaríamos de alto standing, con madame bien vestida en el recibidor, y currantas explotadas que reposan lánguidas sobre los divanes.
La película,
onírica y barroca, cuenta el vivir diario de este prostíbulo en el París de
la Belle Époque. Allí acudían los ricachones no
sólo a follar, que al fin y al cabo sólo es una
gimnasia para el desahogo, sino a escaparse del mundo, y a olvidarse
de sus esposas ya distantes y siempre malhumoradas. En L'Apollonide, los
ricachones que explotaban a la clase obrera encontraban champán,
sonrisas, largas conversaciones mientras acariciaban un pecho o
jugueteaban con un mechón de pelo. Más importante que
el sexo, era la sensación extraña de encontrarse en un
lugar fuera de París, huido del tiempo, rodeado de jóvenes hermosas que parecían salidas de un cuadro
impresionista, o de un cielo recién inaugurado sobre los
tejados. Casa de putas, sí, pero también cápsula
del tiempo, hogar de reposo, sanatorio del espíritu.
Jamás
he entendido la expresión "esto parece una casa de putas"
cuando alguien quiere denunciar el mal funcionamiento de un hogar, o
de una institución. Los prostíbulos de postín
como L'Apollonide son modelos organizativos que valdrían lo mismo para un
cuartel militar que para una fábrica de coches alemana. Las
putas de la película -más allá de su condición de esclavas- son trabajadoras concienzudas, y muy solidarias
con sus compañeras. Dirigidas por una madame que conoce los
intríngulis del negocio, ellas ganan mucho dinero al
mismo tiempo que seleccionan a su clientela. Son putas muy
profesionales que se bañan todos los días, y se
perfuman el parrús después de cada contacto. Pasan
revisiones periódicas con el médico, y se dan de baja
en el servicio si contraen alguna enfermedad, lavando y cocinando
para las demás. A lo mejor es que L'Apollonide es un
prostíbulo francés, y ya se sabe que en Francia, como
en Europa, de toda la vida, los servicios públicos funcionan a
las mil maravillas. Tal vez la expresión despectiva “como
una casa de putas” sólo exista en nuestro idioma castellano
de la chapuza nacional. Quizá los lupanares hispánicos vayan igual de mal
que los colegios, o que los hospitales, siempre al borde
de la crisis o del cierre porque los ricos se educan en los curas, y se sanan en Nueva York, y se traen las putas directamente a los yates
fondeados.