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Star Trek y la reina Borg

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Aunque los efectos especiales sean del siglo XXIV y las aventuras transcurran al ritmo trepidante de la juventud deportista, las películas del capitán Picard y compañía tampoco añaden gran cosa a la saga Star Trek. Uno, mosqueado, va leyendo las sinopsis en internet y descubre que cada nueva película es el refrito de un antiguo episodio para la tele, dilatado en minutos y recoloreado en los ordenadores. Siempre hay un klingon traicionero, un villano loco, un planeta enigmático, una explosión en el puente de mando que a todo el mundo se lleva por los aires pero a nadie mata... Se suceden las mismas conversaciones sobre los sentimientos de los androides, sobre la naturaleza imperfecta de lo humano. Sobre la incapacidad de los vulcanianos para excitarse con un gang-bang de Sasha Grey con orejas picudas. 

Lo mismo en Star Trek: Primer contacto que en Star Trek: Insurrección, uno se entretiene pero se aburre, no sé si me explico. Es mi alma infantil la que sigue flipando con las naves espaciales y con las pistolas desintegradoras; la que echa su ancla de hierro y me deja varado en el sofá, con cara de estúpido, insistiendo en películas que no me interesan gran cosa. Ni siquiera las churris del capitán Picard le ponen a uno en estado de alerta. Cómo serán de frías estas astronautas, de poco excitantes, siempre embutidas en esos uniformes de monjas de las galaxias, que me excita mucho más la reina de los Borg, aunque sus piernas sean ortopédicas, y su pechos consumidos, y su cráneo cableado. Aunque sea una hijaputa de mucho cuidado. Es su voz, en realidad, la que me deja prendado; vibra con promesas de sabiduría, de aventuras, de sexo cibernético y muy guarro a la luz de las estrellas. Sólo por ella he persistido en Star Trek, mientras mi niño interior alborotaba en el sofá con las pistolitas de los cojones. 




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Star Trek. La próxima generación

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La tripulación que comanda el capitán Picard en Star Trek VII: La próxima generación, es más presentable y atlética que aquella que dirigía el capitán Kirk. Dónde va a parar... Estos tipos del siglo XXIV han pasado unas pruebas físicas para ganarse la oposición de piloto o de ingeniero, y se les ve más ágiles y lúcidos a la hora de enfrentarse a los klingon trastornados. Antes, en la Federación de Planetas, donde reinaba la corrupción y el enchufismo más descarado, los gobiernos dejaban que cualquiera asumiera el mando de la nave Enterprise. Pero ahora se han endurecido las exigencias, y sólo unos pocos elegidos patrullan la última frontera, allá donde buscan camorra las especies agresivas, o nacen brotes verdes en los planetas que se creían desolados. 

Para llevar a cabo esta complejísima labor del biólogo-soldado, hay que estar muy cachas, y desayunar mucho cereal con yogur desnatado. Hay que ser, además, un ser humano hermoso, sexualmente atractivo, pues se viaja en representación de nuestro planeta, y hay que lucir las mejores galas genéticas ante los vecinos alienígenas. Así lo exige la etiqueta, y el protocolo galáctico. En los tiempos del nepotismo valía cualquiera, con cualquier facha, adiposos y canijos, decaídas y culonas, y los embajadores vulcanianos se partían el culo de la risa cuando nadie los veía.

En estas nuevas películas del capitán Picard, cuando aparecen por sorpresa los klingon o los borgs, y disparan sus rayos láser sobre el puente de mando, estos chicarrones saltan con otra energía más intergaláctica sobre los paneles de mando. Ya no se desparraman sobre ellos, como hacían vergonzosamente sus antecesores, enganchándose las lorzas o las uñas lacadas entre las palancas. Cuando se teletransportan sobre el planeta en cuestión, esta muchachada moderna corre con otro garbo, con otro atletismo menos sonrojante. Yo, desde el aburrimiento en mi sofá, me siento orgulloso de que estos seres humanos me representen por ahí, por los mundos de Dios. Lo raro es que en las películas anteriores una pandilla de ancianos salvara a la Tierra cada dos por tres, al trote cochinero, en unos giros de guion ya muy poco sostenibles. En este cambio del fenotipo -a falta de tramas más enjundiosas- hemos salido ganando.




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