Playground


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Ya de poner escenas gratuitas en las películas, prefiero que las coloquen de sexo y no de violencia, la verdad. Las escenas de sexo -si no media coacción de por medio, y para no enredarnos vamos a englobar todo lo malo en el término coacción- al menos tienen a dos personas -a veces una sola, a veces más- que se aman de una manera o de otra, que se lo pasan bien, y celebran que están vivos con el éxtasis de un orgasmo. Placer, y juventud, o memorias de la juventud… La trascendencia del amor eterno, o la alegría del encuentro casual. Da igual: el sexo libre es una fiesta, y puesto en pantalla, además, siempre tiene algo de didáctico, de clase magistral, porque nos recuerda dónde hay que poner el acento, cómo era aquello y lo otro, cómo se las gastan esos gachós y esas gachíses, y hasta puede que aprendamos algo nuevo, recursos impensados, ideas brillantes, que contribuyan a reverdecer nuestras sexualidades marchitas de espectadores. El sexo en el cine, insisto, puede ser gratuito, irrelevante, innecesario, un truco vil para ponernos palotes y abarrotar las plateas, o abonarnos al Movistar + con series que prometen mucha chicha, pero en realidad no pasa nada por verlo, nada grave, sólo la incomodidad de la beata, o la santurronería del obispo despistado.




    La violencia gratuita es otra cosa. A mí me molesta, me irrita, me da asco. Me revuelve las tripas. Y además no la entiendo. No sé qué pretende este director de los cojoninsky al final de Playground. Me da igual que ponga la cámara a trescientos metros de la salvajada, que casi no se vea… Se ve. Y él lo sabe. Qué sentido tiene enseñarnos esta atrocidad descarnada... ¿Provocarnos? ¿Escandalizarnos? Quiere que reflexionemos sobre qué: ¿sobre la banalidad del mal? ¿La violencia de los videojuegos? ¿La psicopatía infanto-juvenil? ¿Las familias disfuncionales? ¿Los cimientos podridos de nuestra sociedad…? Se pueden plantear todas esas preguntas sin tener que ver -o mejor dicho, no-ver, apartar la mirada asqueado- el crimen brutal. A Haneke estas cosas le salen. De algún modo muy sabio sabe sortearlas. Cojoninsky, o como se llame, no.