Unorthodox

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Unorthodox cuenta el drama personal de Esther Saphiro, una joven de 19 años que decide huir de su comunidad de judíos ortodoxos. Un vestigio del Antiguo Testamento que sobrevive justo en medio de Brooklyn, tan fiel a la tradición que  si no fuera por los taxis amarillos, y por los edificios de ladrillo, podría ser perfectamente la Palestina del rey David, o la del rey Herodes, tan añorado por los maestros, en nuestras rabietas inconfesables.



    Mientras la modernidad dispone de buscadores en internet para hacerse las grandes preguntas sobre la existencia de Dios, o sobre lo trasplantes capilares en Turquía, en la comunidad de Esther sólo se fían del Talmud y de la Torá para satisfacer la curiosidad de los espíritus. Como si no hubieran pasado 4.000 años desde que Yahvé se apareció ante Abraham. O quizá justo por eso, porque siendo fieles a sí mismos, los judíos han surfeado cien olas asesinas para terminar siempre de regreso, diezmados, o noventamados. El espectador puede entender las razones históricas de estos ortodoxos recalcitrantes, pero no entiende que se comporten como verdaderos mafiosos cuando una joven como Esther, que descubre que esa vida no es la suya, que moriría como persona en el intento de adaptarse, decide coger un avión y refugiarse en Berlín para poner dos océanos de distancia: el acuático y el metafórico.

    Uno, por supuesto, se apiada de Esther, porque es angustioso ver cómo intenta salir del agua mientras dos cabrones le sujetan la cabeza. Pero uno, además, se apiada de Esther porque es el símbolo de todas la mujeres que los sacerdotes de cualquier religión, de cualquier época, siempre han considerado como meros receptáculos de semen. Incubadoras andantes que parirán nuevos soldaditos de la fe. Uno se echa las manos a la cabeza, sí, viendo a los rabinos que salen en Unorthodox, pero estos tipos no son distintos de los curas que hace sólo cincuenta años, en nuestro nacionalcatolicismo, pensaban exactamente lo mismo de nuestras madres: Evas del pecado, seres disminuidos en lo eclesial y en lo legal. Meras posesiones de su maridos. Muchos todavía lo piensan, pero ahora queda muy feo decirlo.