El plan

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Quizá lo que nos asusta no es morirnos, sino morirnos de algo para lo que no estamos preparados. Hasta hace cuatro días, lo normal era morirse de un disparo en la guerra, o de un catarro mal curado. De un parto que se atravesaba, o de una herida que no se limpiaba. Había mucha resignación, en nuestros antepasados, que caían como moscas...

    Los tiempos de paz y los avances de la medicina cambiaron esa percepción, y nos convirtieron casi en rebeldes de la muerte. Nos regalaron una vida extra -como si lo hubiéramos hecho muy bien en el videojuego- y desde hace décadas, en Occidente, nos hemos confortado con la idea de morirnos sólo por culpa de la vejez. De la vejez que llega de manera natural, claro, sumando años, que es la manera más digna de despedirse. Porque hay otra vejez indeseada que  llega con mucho adelanto, como el turrón en octubre. Por culpa del estrés ya hay gente que está derrotada y envejecida antes de tiempo, al llegar a los cuarenta, o a los cincuenta años, como estos personajes de El plan, que son tres parados de larga duración a los que ya les acecha la enfermedad y la demencia. Alguno, incluso, ya está más para allá que para acá, y ya se ha cobrado víctimas colaterales en su derrumbamiento de torre gemela…



    “El estrés es el gran asesino”, se leía hasta hace poco en los artículos científicos. Ahora está el virus disputándole la pole position, pero el virus pasará, o se apaciguará, y el estrés volverá a ser el sospechoso habitual en todas las ruedas de reconocimiento. El estrés te deja sin defensas, te corroe la alegría, te entrega al alcohol y al mando a distancia. Porque no siempre te acelera, sino que muchas veces te postra, y te aniquila mientras permaneces sentado. Es lo que les pasa a estos tres desgraciados de la película, que ya casi no saben ni articular las palabras, de lo gilipollas que se han vuelto.

    El plan es entretenida, tiene tres o cuatro diálogos de talento casi tarantiniano, pero me parece que los críticos patrios han vuelto a exagerar mucho con el producto. Uno no vive en el mundillo, y nunca sabe dónde está la crítica sincera y dónde el halago exagerado, cuando se trata de aplaudir un producto nacional, o el estreno de un colega.