Llegan los días sombríos, los últimos de la primavera, y yo
sólo tengo ganas de refugiarme en las películas. Quisiera invernar en este
salón durante meses, mientras los demás salen al sol como lagartijas
evolucionadas. Mitad vampiro mitad fotofóbico, me agazapo en los escondrijos
para que la luz no desvele mis miserias, y no me hiera la piel. El verano es
una putada para los cinéfilos. Durante el invierno la humanidad se
recoge en las cafeterías, o en las casas particulares, y uno puede vivir su
aislamiento sin parecer el tipo raro de la función. Las calles barridas de
gente crean la ilusión de un mundo civilizado, regulado, donde el atardecer es un
toque de queda impuesto por la naturaleza. Pero ahora llegan los mosquitos, y
las solanas, y las camisetas resudadas, y el mundo entero se lanza a las aceras
a pegar gritos de felicidad, como orates licenciados de un manicomio.
Más allá de mi ventana todo es deslumbramiento y algarabía.
Con el buen tiempo ya nadie ve películas, ni habla sobre las películas. Los
allegados quieren que te unas a su cuerda de locos, a bailar la conga, a tomar
refrescos, a desnudarse sobre las hierbas. Les entran unas ganas inmensas de
vivir, y no reparan en que existe gente a la que el solsticio le da mucho por
el culo. Uno sólo vive pendiente de que se renueven las carteleras. Y de la
Eurocopa de fútbol... La única mejoría del tiempo que a uno le interesa es la
del mar Caribe, donde se pescan las películas que no se pueden o no se deben pagar.
Todo lo demás -las alergias, los
picores, las quemaduras, las insolaciones, el mal dormir, el sofoco, el sudor,
la sed permanente – se lo dejo a mis congéneres.
¡Ah, sí! Nobody... Pues una tarantinada, pero sin diálogos
de Tarantino. Una gilipollez muy bien hecha. La manufactura impecable de la
nada. Violencia gratuita, y pasotes que te cagas. Tiros y hostias, coches y
machos.... Un truño entretenido. Sale Saul Goodman, pero no hace de abogado,
sino de matarife profesional. A pesar de todo, te lo crees. Es que es muy bueno, el amigo Bob. De todos modos, esta historia ya nos la había contado -y mucho mejor- David
Cronenberg en “Una historia de violencia”.
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