Quo Vadis, Aida?

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La gran desgracia de los bosnios en guerra fue que en su patria no había petróleo, ni prospecciones halagüeñas. Así que cuando empezaron los disparos, los marines no se lanzaron en paracaídas sobre su territorio. Iba a decir que jamás desembarcaron en sus playas, como en Normandía, pero he recordado que los bosnios se quedaron incluso sin mar, en la contienda.

Otra suerte les hubiera sonreído si allí, en los montes, hubiera brotado un chorro de crudo al cavar otra tumba. Entonces sí: alguien en el Pentágono habría dicho que los serbios guardaban armas bacteriológicas, o que experimentaban con uranio enriquecido. Un avión espía -pilotado por Tom Cruise, seguramente- habría detectado cabezas nucleares apuntando hacia Berlín. Cualquier excusa hubiera valido para lanzarse en picado sobre los manantiales. Y, aquí, por supuesto, hubiéramos aplaudido con las orejas, y hasta hubiéramos enviado una fragata, a la Bosnia sin mar, con un par de cojones.

Pero a lo que íba: en Bosnia, en los años 90, sólo había pobreza, y bosnios, y bosnias, y equipos de baloncesto, así que cuando empezaron las matanzas -porque una cosa es una guerra y otra las matanzas de civiles-, la OTAN, y la ONU, y el Sursum Corda, enviaron a unos pobres holandeses a interponerse entre los paramilitares serbios y los civiles de Srbrenica. A los holandeses les encasquetaron un casco azul  para que no les disparasen, pero no para imponer ninguna autoridad. Mladic, el carnicero, se reía de los paísesbajeños a la puta cara, como nos cuentan en la película. Él sabía que los americanos pasaban de todo, y que los rusos se lavaban las manos, hermanados en lo eslavo. Todavía hoy se sigue riendo de todo el mundo, en su celda VIP de La Haya.