Tetris

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En segundo de BUP me hicieron un test de inteligencia y salí señalado como deficiente mental. Ligero, eso sí. Un “borderline” que decíamos entonces, antes de que los eufemismos convirtieran el retraso mental casi en un superpoder, como dice Paco Calavera. 

Y no voy a decir que se equivocaron con el diagnóstico o que los test de CI no sirven para nada. Yo creo sobre todo en la ciencia y en el progreso. Lo que pasa es que nunca he sido muy listo y a las pruebas me remito... Pero disimulo muy bien, y en cuestiones de verborrea tengo cierta facilidad. Aquella mañana del test, además, yo venía casi sin dormir porque había preparado unos exámenes muy exigentes que nos esperaban tras la encerrona. Sirva de atenuante.

Como llevaba años medrando en el ecosistema escolar, me sabía los trucos y sacaba sobresalientes en casi todo, pero en cuestiones de inteligencia visoespacial -como el test puñetero atestiguaba- mi intelecto solo podía rivalizar con los loros que trajinan con formas geométricas. Ellos con sus picos y yo con mis dedos, podríamos disputar un torneo interespecies si alguien nos cronometrara y luego pusiera nuestro desafío en el YouTube.

Cuento todo esto para explicar que yo de chaval apenas jugué al Tetris. Primero porque no tenía Game Boy; segundo porque mis padres no me daban dinero para ir a las salas recreativas y no podían sufragarme la compra de un ordenador; y tercero -y lo más importante- porque la rara vez que podía jugar yo veía caer las piezas del cielo y me entraba un sudor frío de incomprensión. “¡Pero dónde coño va esta pieza! Esto es imposible...” Mi cerebro no acertaba a girar las formas en el espacio, así que todas caían a plomo, como Dios las había diseñado, y solo de puta chiripa, al llegar al suelo, formaban una bonita línea sin huecos y se desintegraban.

Pero si yo, ay, hubiera sabido entonces que el Tetris era la invención de un ingeniero soviético, y que fueron los cerdos capitalistas quienes se llevaron la fama del invento y los millones de sus derechos, hubiera perseverado en su práctica solo para hacer honor al esfuerzo de aquel camarada ninguneado por la historia.