El candidato
Los instigadores
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La alineación inicial de "Los instigadores" era para frotarse las manos: sale Matt Damon (ahora anunciante de criptomonedas), y Casey Affleck (tardé diez minutos en recordar su nombre), y Toby Jones (a éste nunca le olvido), y Ving Rhames (el inolvidable Marsellus al que casi borraron el cero), y Michael Stuhlbarg (también tardé diez minutos en recordar su nombre), y Alfred Molina (don Alfredo es de la familia), y Ron Perlman (que ya no habla occitano en sus películas) y finalmente, para darle un toque exótico y femenino a la acción, una actriz chino-americana a la que he visto un millón de veces pero a la que no logro ubicar en ninguna película concreta.
(Y de director de orquesta, Doug Liman, antaño guionista luminoso de la saga de Jason Bourne contra los malvados, pero que desde que dirigió aquella película de Tom Cruise resucitando cien veces había desaparecido por completo de mi radar).
La alineación, ya digo, prometía gran juego y casi garantizaba el resultado. Pero el cine, ay, es un poco como la tragedia cíclica del Madrid. No basta con juntar a un grupo de galácticos para que la cosa funcione. Muchas veces la suma de las partes es inferior a lo que cada parte aporta por separado. No se produce ningún fenómeno emergente. No brota nada artístico de la unión. “Los instigadores” es más bien una desemergencia. Una resta y un despropósito.
A Florentino Pérez ya le pasó una vez y está a punto de repetir la cagada. El hombre -incluso el empresario de éxito- es el único animal de bellota que tropieza dos veces con la misma piedra. Jugando juntos, Ronaldo, Figo, Zidane y Beckham apenas dejaron una liga miserable en las vitrinas (quizá fueron dos, pero da igual una mierda que un par). Mbappé y esta troupe de brasileños están a punto de marcarse un “Los instigadores” en toda regla: buen rollo y tal, pero al final juegos de artificio. Glucosa sin proteínas. Nada que alimente el palmarés. Ratos divertidos y luego marasmo general. Cabreo en las gradas con muy pocas jugadas que aplaudir. Trucos de guion un poco vergonzosos. Gominolas y no chuletón.
Tras la proyección, en mi salón, se oyeron algunos pitos en la grada.
En busca del arca perdida
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Si hacemos caso de lo que nos cuenta Steven Spielberg -y para
mí es como si hablara el mismísimo Jesucristo, uno con películas y otro con
parábolas- el Arca de la Alianza lleva 85 años guardada en un almacén del
gobierno de Estados Unidos, en un hangar kilométrico que marea la mirada.
Desconozco si a veces pasan los agentes federales para quitarle
el polvo y emplearla como bazooka en alguna guerra colonialista. Recordemos,
como dice el personaje de Denholm Elliott, que cualquier ejército que avanzara
con el Arca sería invencible y dominaría el mundo... Pero creo que no. A los
americanos, en todo este tiempo, desde que Indiana Jones les consiguiera la reliquia
dejándose la piel, les ha ido muy bien en algunas guerras y muy mal en otras, y
no creo, por ejemplo, que los marines hubieran salido corriendo de Afganistán
si hubiesen tenido el Arca para destaparla y hala, a tomar por el culo los talibanes,
derritiéndolos con cuatro rayos subatómicos.
Lo más seguro es que ya nadie sepa en qué caja está el Arca
de la Alianza. Ya sabemos cómo son los funcionarios, que lo traspapelan todo, y
los cambios de gobierno, que hacen mucha limpieza de documentos. Y es una pena,
la verdad, porque el Arca, empleada para hacer el bien, podría salvarnos el
pellejo en muchas batallas trascendentales. En manos de los pobres podría ser
el arma definitiva de la revolución, y en manos de los verdes, el arma definitiva
para detener al cambio climático. Los poderes del Arca son la hostia, como ya sabemos.
Pero Dios, como decía mi abuela, es de derechas, y no creo que al final permitiera tales usos demoníacos. Así que yo, en mi humildad, en la segunda división de los sueños, le pediría a Florentino Pérez que hiciera un esfuerzo, uno de pirata trajeado, y que se trajera el Arca de contrabando como hacen ellos, los americanos, con el oro de nuestros galeones. Aprovechando que seguimos de obras, enterraríamos el Arca bajo el césped del Santiago Bernabéu y volveríamos a ser el equipo invencible y rutilante de hace unos años, de blanco esplendoroso, como de ángeles que bailan, y no de peleles enclenques que son batidos por el viento.