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El 47

🌟🌟🌟


En La Pedanía no podemos quejarnos porque aquí llegan cuatro autobuses que nos unen con la civilización: el 2, el 5, el 6 y el 7. El servicio municipal llega justo hasta el número 7 y además hay una línea circular que recorre el perímetro de Ciudad Capital y que siempre transita vacía de viajeros. Son esos misterios de la administración competente, que lo mismo deniega líneas necesarias que pone otras donde nadie las pidió.

(Para llegar a tener un autobús con el número 47 estos territorios tendrían que multiplicar por siete su población, un objetivo utópico dado el cierre de las industrias y el tren de Mínima Velocidad que todavía nos une con la Meseta).

Los autobuses no llegan a La Pedanía porque aquí viva mucha gente, sino porque hace treinta años edificaron el Hospital Comarcal sobre una laguna donde vivían felices las ranas y las cigüeñas. Desconozco si antes de 1994 llegaban los autobuses municipales hasta aquí. Yo vine a vivir en el año 99 y me da pereza averiguarlo. Sea como sea, esto, desde luego, no es Torre Baró, con sus cuestas empinadas y su lejanía en la montaña, sino una planicie cortada a cuchillo por una línea recta y asfaltada. La logística, en el caso de La Pedanía, era prácticamente nula, pero tampoco creo que estas gentes hayan necesitado jamás el servicio municipal. No me imagino a ningún pedáneo autóctono secuestrando un autobús al grito de “¡A tomar por el culo!”.  

Aquí todo el mundo siempre ha tenido un coche -e incluso dos- y una moto, y un tractor, y una furgoneta, y hasta un quad para el hijo que nació medio tonto, y jamás he visto a uno de mis vecinos -los oriundos, digo, los que hablan esa mezcla de gallego y castellano que es el idioma de la tierra- coger un autobús para hacer nada en la capital. Los usuarios de los autobuses -dejando aparte a los que vienen y van del Hospital– somos los charnegos del lugar, los chavales semiautónomos, las viudas que nunca aprendieron a conducir y los tolais que dejamos la bici aparcada en el invierno porque aquí ir en bici -ni siquiera para recorrer 5 kms. escasos – es jugarse el pellejo en cada rotonda y en cada adelantamiento de los Fitipaldis.





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Casa en llamas

🌟🌟🌟


Hace pocos meses vi otra película española que también se llamaba “La casa”, pero a secas, sin llamas. Y voto a Bríos que son la misma película con ligeras variaciones. No parece un caso de plagio ni un remake apresurado. Podría buscarlo en internet pero me puede la pereza. Las dos películas están bien y cuentan con elencos de mucho poderío, pero no justifican que yo mueva un solo dedo para desentrañar la misteriosa coincidencia. Sé que en el fondo da igual: dentro de unos meses las mezclaré, ya no sabré cuál era la hablada en castellano y cuál en catalán, y sólo recordaré que las dos iban de pijos y pijas con un casa muy bonita para vender.

(Lo que nunca se me olvidará -también lo voto a Bríos- es que en una de ellas salía Macarena García ya curada de sus traumas en “La Mesías”. Viendo una de estas películas yo era el espectador; en la otra, el espectador en llamas).

No sé qué pasa últimamente con los pijos de las películas, que se ponen a vender sus casas en lugares paradisíacos porque ya no las usan para veranear o para pasar las navidades. Si acaso para ir a follar con sus amantes, porque los pijos ya sabemos que nunca paran de triscar. Se han vuelto tan urbanitas que ya no les mola la contemplación del mar o la vista de las montañas. Justo estos días estaba leyendo una novela de Milena Busquets y la pobre mujer también anda en la misma problemática con su casa de Cadaqués. Es como leer el diario de un ricachón depresivo que no sabe cuál de sus jets privados poner a la venta. No sé que pensaría Georgina Ronaldo de todo esto. 

De hecho, porque justamente está rodada en Cadaqués, en los tramos más aburridos de “Casa en llamas” yo buscaba a Milena Busquets al fondo de las escenas por si hacía de extra o nos regalaba un cameo en el chiringuito de la playa, o en el aeródromo donde seguramente también la han llevado a volar sus muchos amantes escogidos. Como Meryl Streep en “Memorias de África, elegida, trascendente, contemplando a los pobretones y a la gente sin gusto desde las alturas de la burguesía que desprecia sus casoplones.





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Creatura

🌟🌟

¿Una película valiente? ¿Por qué? ¿Porque sale una mujer masturbándose en riguroso directo? No sé... estamos en el año 2024. Si nos atenemos a ese criterio, el Pornhub está lleno de gente valiente que filma sus autosatisfacciones. Un comando de kamikazes, vamos. "Creatura" no es la primera película "respetable" que muestra a una mujer con un dedo bajo las bragas. Menuda tontería de meritocracia.

¿Una película atrevida? ¿Por qué? ¿Porque sale una pareja hablando de sus cosas sexuales, que si ponte tú encima o no me toques de esa manera? Insisto: estamos en el año 2024. Lo raro es lo contrario. Ya no tiene ningún mérito cinematográfico ni humanístico. La educación sexual en los institutos -quien la tuvo- no sirvió para nada porque todo el mundo iba a descojonarse, a reírse del ponente, pero la educación sexual de la vida sí nos ha enseñado a dialogar y a capear los egoísmos. Una pareja sentada al borde de la cama -y no ejercitándose sobre ella- también forma parte de nuestra educación sentimental.

Entonces, ¿por qué tanta alabanza, tanto adjetivo, tanto aplauso casi unánime de la crítica? “Creatura” es aburrida como una paja sin deseo. Chas-chás y a otra cosa, mariposa. La otra película de Elena Martín, “Júlia ist”, era bastante mejor. Arrojaba más luz sobre el universo femenino. Tenía más enjundia sin resultar tan psicoanalítica. 

“Creatura” no explica nada. El misterio de la sexualidad intermitente y caprichosa de Mila nunca se desvela. O a lo mejor se trataba de eso, de no desevlar. También entiendo que rodar una película sobre el deseo masculino es una suprema tontería. Nuestro deseo es lineal, constante, previsible. Es una ecuación de primer grado. Nos apetece siempre y a todas horas, como un “Seven eleven” abierto 24 horas. Entre y sírvase. El deseo femenino, en cambio, es un mandala, un fractal, un barroquismo de volverse uno tarumba. Y “Creatura”, en eso, nos deja como estábamos. Es más: lo deja todo más oscuro todavía. Un tocamiento subrepticio.





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