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Creatura

🌟🌟

¿Una película valiente? ¿Por qué? ¿Porque sale una mujer masturbándose en riguroso directo? No sé... estamos en el año 2024. Si nos atenemos a ese criterio, el Pornhub está lleno de gente valiente que filma sus autosatisfacciones. Un comando de kamikazes, vamos. "Creatura" no es la primera película "respetable" que muestra a una mujer con un dedo bajo las bragas. Menuda tontería de meritocracia.

¿Una película atrevida? ¿Por qué? ¿Porque sale una pareja hablando de sus cosas sexuales, que si ponte tú encima o no me toques de esa manera? Insisto: estamos en el año 2024. Lo raro es lo contrario. Ya no tiene ningún mérito cinematográfico ni humanístico. La educación sexual en los institutos -quien la tuvo- no sirvió para nada porque todo el mundo iba a descojonarse, a reírse del ponente, pero la educación sexual de la vida sí nos ha enseñado a dialogar y a capear los egoísmos. Una pareja sentada al borde de la cama -y no ejercitándose sobre ella- también forma parte de nuestra educación sentimental.

Entonces, ¿por qué tanta alabanza, tanto adjetivo, tanto aplauso casi unánime de la crítica? “Creatura” es aburrida como una paja sin deseo. Chas-chás y a otra cosa, mariposa. La otra película de Elena Martín, “Júlia ist”, era bastante mejor. Arrojaba más luz sobre el universo femenino. Tenía más enjundia sin resultar tan psicoanalítica. 

“Creatura” no explica nada. El misterio de la sexualidad intermitente y caprichosa de Mila nunca se desvela. O a lo mejor se trataba de eso, de no desevlar. También entiendo que rodar una película sobre el deseo masculino es una suprema tontería. Nuestro deseo es lineal, constante, previsible. Es una ecuación de primer grado. Nos apetece siempre y a todas horas, como un “Seven eleven” abierto 24 horas. Entre y sírvase. El deseo femenino, en cambio, es un mandala, un fractal, un barroquismo de volverse uno tarumba. Y “Creatura”, en eso, nos deja como estábamos. Es más: lo deja todo más oscuro todavía. Un tocamiento subrepticio.





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Girasoles silvestres

🌟🌟🌟

En los tiempos prehistóricos -si son como nos cuentan en National Geographic- a las mujeres les compensaba arrimarse al tipo más macarra de la tribu. Si alguien venía a molestar por la cueva o por el poblacho, el macarra le echaba de allí con un par de yoyas bien dadas del revés. Y si hacía falta traer una ración extra de carne o acceder al mejor acuífero de la comarca, el gachó, muy aficionado a levantar piedras para muscularse, no dudaba en tirar de sirla de sílex para acojonar a los convecinos. Es verdad que el macarra prehistórico -como el macarra de ahora- era un tipo inestable, marchoso en demasía, muy aficionado a ir de flor en flor para esparcir su semilla por los vientres muy diversos. Pero a fin de cuentas -porque si no sus genes no hubieran prosperado, y hoy ya no habría macarras pululando por el mundo -proveía de alimentos y sacaba las camadas adelante. 

Pero eso era mucho antes de que existieran Los Picapiedra. De hecho, en “Los Picapiedra”, se ve esa transición de la mujer atávica que suspira por el chulo-putas a la mujer evolucionada que prefiere a un compañero como Pedro Picapiedra o como Pablo Mármol, dos bobolones que salen escaldados de todas las aventuras pero son fieles y buenazos. Betty y Vilma son dos mujeres inteligentes que han comprendido que en la tecnología reside el nuevo poder y el nuevo estatus, y que el tontolaba de la cachiporra ya no es la mejor apuesta para proveer de cuidados y de alimentos.

En “Girasoles silvestres”, el personaje de Julia demuestra que todavía hay mujeres atrapadas en este instinto básico. Cualquier espectador sabe que estos maromos tatuados que ella frecuenta - chulescos, más bien cortitos, amantes de la gresca o de lo paramilitar- no van a proveer de alimentos ni de cariños a sus rapaces. Que son pan para hoy y hambre para mañana. Y también, seguramente, una torta cuando se les caliente la cabeza. 

Julia se llevará varias hostias simbólicas y alguna muy contundente antes de comprender que ese tontaina de Álex, ese soso medio guapo y sin remedio, es la mejor opción para encontrar el sosiego y no temer cada mañana por el futuro.





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El día de mañana

🌟🌟

Estábamos el amigo y yo con las cervezas en la mano cuando nos dio por glosar, el otro día, en la primera terraza al solete , la belleza sin par de Aura Garrido, que es una actriz por la que ambos suspiramos muy platónicamente al borde ya de la edad provecta, casi como Harvey Keitel y Michael Caine sumergidos en la piscina de La juventud. El amigo y yo nunca coincidimos en gustos mujeriegos, que parece que viviéramos en planetas distintos, del criterio, o de la experiencia, y por eso, cuando nos descubrimos partícipes del mismo triángulo amoroso, nos ponemos muy contentos y celebramos el evento pidiendo una cerveza de más.

    Fue ahí, en la cerveza extra, que ahora comprendo que nunca tuve que haber tomado, cuando el amigo me recomendó El día de mañana, que hace meses habían pasado por el Movistar +. Yo, en principio, me mostraba reacio a seguirle el consejo, por mucho que Aura Garrido paseara en la serie su hermosura. Pero un prurito de decencia me recordó que soy el primero en dar el coñazo a las amistades -y a los cuñados, y a los compañeros de trabajo, y a cualquiera que se ponga por delante- con que “tienes que ver tal serie”, o “no puedes perderte tal película”. Así que me comprometí, en solemne juramento, y con tres cervezas muy fermentadas, a ver la serie completa y a dar parte puntual de mis progresos, como un alumno sujeto a evaluación periódica por su profesor.

    Qué lejos estaba yo de saber, ay, que esos seis episodios iban a ser como seis siglos en la cárcel de mi propio salón. Porque la serie, desde el primer momento, se me hizo chicle masticado, y regüeldo en el esófago. Los hechos narrados en la serie forman parte de la educación sentimental de mi amigo, que es mayor que yo, y supongo que de ahí procedía su didáctico entusiasmo. Pero a mí todo esto del comisario facha y el troskista barbudo, del guateque en la boite y el magreo en el picnic, Arias Navarro y el Espíritu de Febrero, los grises dando hostias y los futuros corruptos huyendo de las porras, me suena a trama de Cuéntame, muy lejana y empalagosa. A Victoria Prego dando la monserga. Sucede, además, que nunca me creo las series dramáticas españolas. Enfrentado a la pantalla de mi televisor, sólo concibo a este país desde la comedia, la astracanada, la gilipollez supina. Azcona y Berlanga, Pajares y Esteso, Muchachada Nui... Son las radiografías más certeras. El enfoque serio no va con nosotros. No nos retrata. Eso se les da mucho mejor a los anglosajones.




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