1. IMDB sostiene que yo tenía nueve años cuando descubrí los afiches de “El hombre elefante” en el cine Pasaje, en León, donde trabajaba mi padre. Recuerdo que estaban en el pasillo transversal, camino del ambigú, en aquella pared donde se exponían los anuncios de los próximos estrenos, y que yo me cagaba de miedo cada vez que pasaba por allí. Creo que llegué a tener pesadillas con aquel hombre-engendro de la capucha de un solo ojo... La película, por suerte, era de las no autorizadas para menores y daba igual que yo tuviera la morbosa tentación de asomarme a la película.
2. Todos los animales que
he tenido se murieron con una dignidad ejemplar. Llegado el momento se retiraron a su cunita y allí suspiraron por última vez sin que
nadie les oyera. Todos se fueron sin molestar. En vida fueron alegres, cariñosos,
unos gamberros entrañables. Pero cuando llegó el adiós prefirieron ahorrarse
las miradas a los ojos y los quejidos lastimeros. Aprovecharon una distracción
mía para irse como llegaron: un buen día y sin avisar.
Así es como muere también
John Merrick en “El hombre elefante”: arropado en su cama y ahogado por el peso
de su propia deformidad. Merrick se deja morir sin dar a viso a quienes le
cuidaban y sostenían. Al igual que los animalicos que yo tuve, Merrick no quiso
hacerse el interesante ni el melodramático: ni grandes palabras ni barrocas
despedidas. Tras su fiesta homenaje, Merrick se descubrió reconciliado con el
mundo y agradecido de haber existido, y con ese sentimiento aún caliente
decidió que iba a poner el punto final. Todo un caballero.
3. La maldición de mi
memoria -tan nula para todo pero tan parecida a la de un elefante para la
cinefilia- me ha obligado a recordar que la última vez que vi “El hombre
elefante” fue al lado de la mujer-víbora. Acabábamos de
sabernos enamorados y nos besábamos después de cada escena. Al final lloramos
como dos magdalenas con la muerte de John Merrick... Luego nos fuimos a la cama
a celebrar el amor y la cinefilia. Entonces yo no vi -porque el amor es ciego-
los dos dientes afilados y las bolsas de veneno.