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En León, cuando yo era niño, también hubo un descuartizamiento
muy famoso que acaparó la crónica negra de los periódicos. El crimen de “la
descuartizadora del Portillo” fue incluso portada de El Caso, aquel
fanzine truculento que se vendía en los kioscos a la vista de cualquier chaval,
con fotos en la portada que eran verdadero snuff de fotonovela. Muchos años después, el
mismísimo Iker Jiménez, no sé si en el programa de la radio o en el programa de
la tele, se presentó en el bar donde se perpetró el crimen -clausurado, pero
todavía en pie- a buscar supongo que una energía negativa, o una psicofonía del
asesinado. A saber.
Las crónicas cuentan que aquella mujer, harta de ser maltratada, se cargó a su pareja con siete hachazos certeros en la trastienda del local, y que luego le desmembró y tiró las partes en dos bolsas de basura: una en las cercanías de León y otra en la montaña de Vegacervera, a cuarenta kilómetros de la ciudad. La primera vez que oí hablar del crimen fue precisamente en Vegacervera, recorriendo las hoces con mi padre. En un recodo del camino que mi padre seguramente se inventó, me señaló la cuneta con el dedo y me dijo: “Ahí encontraron la cabeza del muerto del Portillo...” y yo, sin saber de qué me hablaba, introducido en la crónica negra como quien es arrojado a la piscina sin saber nadar, ya no dejé de ver cabezas cercenadas en cada montón de hojas de la carretera, o en cada roca que sobresalía de las aguas del río.
La imaginación popular había mulitplicado por diez, o por cien, el número de trozos esparcidos por aquella asesina provincial, porque estas cosas, cuando pasan en España, a diferencia de cuando suceden en lugares civilizados como Dinamarca, sacan del marasmo a la población, y la convierten en protagonista aunque sólo sea por vecindad, por estar cerca del meollo, y las habladurías, y las exageraciones, deforman los hechos hasta convertirlos en leyenda irreconocible.
Dicen que una vez cumplida su condena, la descuartizadora
ingresó en un convento y que ahora ejerce de cocinera para las monjas de clausura. Pudiera
ser. También dicen que el muerto nunca fue encontrado en dos bolsas de basura, y que eso se lo inventó la autoridad competente para ocultar que el muerto, en
realidad, había sido servido en riquísimas tapas que se servían con el
chato de vino, o con la cervecita refrescante.