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Que nadie duerma

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Que tire la primera piedra quien no haya soñado alguna vez con un amor inalcanzable. Un amor matemáticamente imposible, de posibilidades infinitesimales. De todo punto ridículo visto desde fuera. Tan ridículo que no puedes ni confiarte a tus mejores amistades, para que no te tomen a pitorreo y duden muy seriamente de tu salud mental. Un amor silencioso, ultrasecreto, pero no doloroso en realidad, porque siempre hay un rinconcito de la conciencia, aunque amordazado, que se hace cargo de la situación.

Y no hablo de enamorarse locamente de la actriz de Hollywood o del cantante de la tele. Hablo de la vida cotidiana, de cuando conoces a Fulanita o Menganito por las esquinas de la realidad y las mariposas del estómago, contra toda lógica, contra toda obviedad, porque tú eres un chiquilicuatre y ella vive en el último eslabón de la cadena trófica, se empeñan en revolotear de un modo improductivo. O -como le sucede al personaje de Malena Alterio- cuando tú eres como mucho la princesa de Bekelar y el maromo es el actor de moda más  buenorro de los teatros madrileños. Y además con barbita de comechochos gourmet incorporada.

Yo sufrí una vez este enorme desvarío. Tan desvariado que es el único amor secreto que nunca le he contado a nadie, ni siquiera una vez que me preguntaron y yo me vi con demasiados licores espiritosos en el coleto. No, nunca, jamás. El pitorreo hubiera sido histórico. Quién sabe si alguno de los presentes, sin pedirme permiso, hubiera tomado mi historia para construir una película sobre un gilipollas integral.

Pero el personaje de Malena Alterio está hecho de otra pasta más comunicativa que la mía, o quizá es que conduciendo el taxi se aburre mucho y suelta lo primero que se le ocurre, por aquello de crear un clima de confianza con la clientela. O que está un poco pirada, que eso también. Por la boca muere el pez, y por la bocaza la taxista, y como además hay mucho hijo de puta suelto por ahí, y también mucha hija de puta, al final salió esta tragedia costumbrista que no es que parezca escrita por Juan José Millás, el maestro moderno de las tramas kafkianas. Es que lo está. 





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