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Su juego favorito

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En la película -que es una comedia muy loca y pintada de colorines- Roger Willoughby se gana la vida vendiendo artículos de pesca y escribiendo manuales para el buen desempeño con la caña. Pero cuando se ve obligado a participar en una competición profesional tendrá que confesar que jamás ha lanzado un anzuelo al agua ni pescado una trucha. 

Roger Willoughby es un impostor, pero al menos ahora reconoce su impostura, aunque la haya mantenido largos años en secreto. La honradez, en su caso, le hubiera supuesto el despido y la cancelación de sus contratos. Y lo primero es comer y dormir bajo techo... Pero también es verdad que sus consejos funcionaban, y que los clientes de la tienda y los compradores de sus libros venían todos los lunes para agradecerle las lecciones. 

El mundo del fútbol -que es el “fauvorite men’s sport” que yo mejor conozco- también está lleno de entrenadores que apenas le dieron una patada al balón o se la dieron siempre del revés. Lo digo por experiencia... Y sin embargo hay gente muy válida que enseña cosas útiles y razonables ¿Se pueden dar consejos sobre una materia que nunca se ha practicado? Sí, se puede. Pero solo en algunas cosas... Porque, por ejemplo, dar consejos sobre follar habiendo follado poco o nada es un dislate que deja muy en ridículo a los curas y a los fanfarrones.

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En su programa de radio, Carlos Pumares tenía un “Club de señoras” al que solo podían acceder las actrices más hermosas y reconocidas. Los oyentes proponían cada noche a una actriz de méritos incuestionables, pero Pumares, que era presidente y administrador único de aquel club virtual, las rechazaba sistemáticamente por la santa decisión de sus cojones. En realidad, tras muchos años con el rollo, solo hubo una mujer admitida en el club, Kathleen Turner, y eso porque Pumares se la había encontrado una vez en los ensayos de los Oscar y se había quedado patidifuso. 

Es una pena que ya no exista el programa, y que Pumares fuera un dictador orondo de las ondas, porque yo hubiera llamado esta misma noche para proponer a Paula Prentiss: una actriz guapísima y simpática a más no poder. Ya, sin duda, una de las mujeres de mi vida virtual. 







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Scotty y los secretos de Hollywood

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Recuerdo que la muerte de Rock Hudson dejó patidifusas a varias amigas de mi madre, que habían crecido enamoradas de él en los cines de León. Era imposible, imposible, que el viejo Rock -que en realidad sólo tenia 59 años cuando murió- fuera un homosexual clandestino que llevaba años engañándolas. Un vulgar… mariquita, que se había casado por conveniencia para que no le pillaran los reporteros, y que cuando dibujaba una sonrisa no se la dedicaba a ellas, a las mujeres que lo adoraban, sino a los hombres con los que se acostaba fuera de los focos, y de las revistas. Los maricones, hasta 1985, para los espectadores de a pie, sólo existían en Madrid, y eran diez o doce como mucho, siempre dando po’l culo en las películas de Almodóvar, que era el líder de aquella pandilla. Lo demás era la fábrica de sueños: hombres bellísimos que derretían a las mujeres, y anglosajonas impecables que provocaban erecciones. Había rumores, claro, habladurías, cotilleos que tenían mucha lógica porque en Hollywood vivía mucha gente bellísima, talentosa, en la flor de la vida y del deseo, y seguro que había homosexuales a mansalva, y hasta lesbianas, pero ya se sabe: los decoradores, los del vestuario, los peluqueros, gente así, no las estrellas de la pantalla, esos sí que no…



    Scotty Bowers hizo fortuna explotando la ley del silencio que se cernía sobre esa comunidad homosexual. Scotty fue marine en la II Guerra Mundial, luchó en las batallas más cruentas del Pacífico, y de vuelta a casa, exultante por haber salvado el pellejo, decidió que había llegado el momento de celebrar la vida uniendo los cuerpos, y no destrozándolos. Desde su gasolinera estratégicamente situada en Hollywood, Scotty se llevaba una comisión de 20 de dólares por facilitar chicos a los homosexuales, chicas a las lesbianas, tríos u orquestas superiores a los cineastas más juguetones de la ciudad . Y luego, claro, de vez en cuando, se sumaba a la fiesta… Ahora, con noventa años, y un riñón paralizado, convertido en un anciano con síndrome de Diógenes, Scotty ha escrito un libro para contar quiénes eran sus clientes, y sus clientas, ahora que casi todo el mundo está criando malvas en los camposantos. Pero no lo hace por joder la marrana, ni por señalar a nadie. Al revés: su testimonio es una denuncia de los tiempos oscuros, de los tiempos de silencio. De cuando había que acudir a gente como él para concertar una cita, y quién sabe si un amor, con alguien del mismo sexo prohibido. Los homosexuales de Hollywood follaban mucho, asegura Scotty, y a veces incluso a lo grande, pero en realidad no eran muy felices.




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