Sans Soleil

🌟🌟🌟

Venía muy recomendado este documental francés, Sans soleil, del recientemente fallecido Chris Marker. "Un embrujo, un ensueño, poesía filmada…". Cosas así decía la prensa y escribían los foreros. Y quizá fuese así, en el año 83, cuando nada sabíamos de Japón -del Japón, decíamos- y cualquier parrafada poética que sonara a orientalista nos dejaba el alma arrebatada. Pero ahora, casi treinta años después, Sans soleil no pasa de ser un documento curioso, entretenido, y también muy pedante. Han sido treinta años muy fructíferos en lo que al conocimiento de Japón se refiere: muchas siestas de La 2, mucho canal Viajar en las plataformas de pago, muchos españoles por el mundo que terminaban recalando allí por trabajo, o enamoriscados de una geisha complaciente… 

Ahora paseamos virtualmente por las calles de Tokio y nada nos sorprende en demasía. Ya sabemos tanto de los japoneses como de los extremeños. Sans soleil redunda, pero no aporta. Y en algunas cosas, como en la parte dedicada a la esencia taoísta de los videojuegos -o un rollo parecido- se ha quedado antiquísimo. Tanto como el PONG de Atari. O la primera película de Tron.

¿Hay alguien, de verdad, entre tanto entusiasta del documental, que entienda el sentido último de lo que narra la voz en off? ¿Hay alguien que sepa explicar esos saltos narrativos que de repente nos conducen a Cabo Verde, o a Islandia? ¿Qué pretende Sans soleil? Más allá de sus bellas imágenes, su discurso resulta arcano y cargante. Eso sí: quien tenga la suerte de escuchar la voz original francesa, podrá disfrutar, si no del contenido, sí del continente. Poco importa que el discurso sea inconexo y pretencioso si la voz de esta mujer, Florence Delay -gracias, IMDB- te acaricia con la suavidad de una amante. Ya he dicho en algún sitio que en francés, si es una mujer quien te habla, todo suena a seducción y a sexo presentido. Aunque sean filosofadas sobre el carácter peculiar de los nipones. Sans soleil es, en ese sentido, un documental erótico como pocos. 



Leer más...

Una mujer en África

🌟🌟

Durante unas horas terribles del atardecer he temido estar loco. Loco de remate. De los de verdad, de los que son conducidos al manicomio arrastrados por cuatro forzudos de bata blanca. O eso, o que estaba sufriendo un delirium tremens sin alcohol. O un rapto psicótico sin marihuana. O un traumatismo craneal sin accidente. Así he pasado la tarde, con el sofocón, con el acojone, barajando las distintas explicaciones de mi mala cabeza, hasta que los foros de internet, a veces tan frustrantes, a veces tan salvíficos, vinieron a demostrarme que no estaba loco, o que al menos mi locura era ampliamente compartida: Una mujer en África, dijeran lo que dijeran algunos críticos insignes, era una sandez inexplicable, inexplicada, el despliegue emocional de una Isabelle Hupert entregada a la causa de la nada, entrando y saliendo del jodido cafetal sin más propósito aparente que entrar y salir. 

Tengo que apuntar el nombre de estos críticos en una libreta. Siempre lo digo, pero nunca lo hago. Luego pasa el tiempo y se me olvidan sus nombres. Y así nunca me desembarazo de ellos, porque tarde o temprano vuelvo a toparme con sus gustos antipodianos, con sus opiniones marcianas, con la autoridad intimidante que otorga el escribir en un periódico de prestigio, o en una web de lujo. Esos reductos donde sueltan -sin que les tiemble la escritura- que Una mujer en África es la obra maestra del último cine francés. Tengo que apuntarlos, sí… A estos sospechosos habituales.




Leer más...

Conspiración de silencio

🌟🌟🌟

Mientras los pueblos de España celebran sus fiestas en honor a la Virgen, yo, escondido en la oscuridad del salón, me rasco la cabeza preguntándome por qué estoy viendo Conspiración de silencio a la hora de la siesta. Y no porque sea una mala película, ni mucho menos, aunque Spencer Tracy haciendo de héroe viejuno en el Far West sea una cosa de mucho pasmo. El guión juega sus cartas con habilidad, y los actores tienen carisma y jetos contundentes. Por ahí pululan Walter Brenan, Lee Marvin, Robert Ryan..., hombres hechos y derechos que nacieron para bordar estos papeles de pistoleros curtidos. Ya digo que no es una mala película, aunque grandiosa, la verdad sea dicha, tampoco.

Sucede, simplemente, que no puedo rebobinar el hilo mental que me llevó hasta Black Rock. ¿A quién perseguía yo cuando me topé con Conspiración de silencio? ¿A Spencer Tracy, quizá, que es uno de los espíritus que más se pasean por mi televisor? Es la opción más probable, porque Lee Marvin, por muy buen actor que sea, es un tipo al que me voy encontrando por casualidad, como esos amiguetes sin cita que suelen aparecer por el bar. Y el director de la función, John Sturges, apenas es un conocido al que saludo de vez en cuando. 

Preguntado así, a bocajarro, sólo podría mencionar de su obra Los siete magníficos, y La gran evasión. Mi ignorancia es, como ya ha quedado patente, lamentable en muchas materias. Mi pretendida cinefilia no es más que un queso gruyere con más agujeros que queso. El cinéfilo fetén se echará las manos a la cabeza cuando lea estas cosas. ¡El gran John Sturges, ninguneado por este mequetrefe! ¡El soberbio artesano, el gran maestro, el clásico director, maltratado por este mentecato que dice ser aficionado al cine! Pues sí, señores. Así son las cosas. No les voy a quitar la razón. Pero eso no hará que me ponga a bucear en su filmografía. Y no es que me regodeé en el error: es, simplemente, que ya no tengo tiempo para rectificar. ¿La filmografía incógnita de John Sturges o los próximos estrenos en la tele de pago? ¿Los inicios prometedores de John Sturges o la enésima temporada de mis series preferidas? ¿La época de madurez de John Sturges o el repaso gozoso a la filmografía íntegra de Azcona y Berlanga? Estudiaré a John Sturges en otra vida, con todo el tiempo por delante. Emprenderé un aprendizaje más sistemático, con una paciencia más refinada, con un tutor que me enseñe bien las lecciones, una a una, sin saltarme ninguna esencial. Como en esta vida han hecho los alumnos más aplicados.






Leer más...

El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina

🌟🌟

Y aquí está, por fin, la primera película búlgara de mi vida. Se hizo de rogar, pero cuando llegó, lo hizo con el título más largo imaginable: El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina. Frase que pretende ser un canto a la vida, un acicate a nuestra lánguida voluntad, y que esconde algo de verdad y mucho de mentira. Porque que el mundo sea grande es asunto relativo y de mucha discusión, como bien saben los que viajan a Moscú y se encuentran al vecino del quinto en la Plaza Roja, visitando la momia. Y por otro lado, que la felicidad esté a la vuelta de la esquina, siendo muchas veces verdad, nada dice de la posibilidad real, casi siempre nula, de alcanzarla. Ahí está, sin ir más lejos, el despacho de quinielas que nunca me hace rico, o la pelirroja cuyo asentimiento me haría un hombre feliz. Ahí están, tan cerca, y tan lejos…

Ahora que ya no hay tanques soviéticos rondando por sus calles, los países del Este aprovechan sus películas para soltarle unos buenos palos al comunismo. Ahí están los extintos alemanes repúblico-democráticos, con Good bye, Lenin o La vida de los otros, o los polacos, con Katyn, o Popieluzsko, tan grata esta última a nuestra ultraderecha católica. Los rumanos dejaron testimonio de los grises tiempos de Ceaucescu con 4 meses, 3 semanas y 2 días, y los checos, pioneros en la denuncia, ya protestaron lo suyo en Kolya, o en La insoportable levedad del ser, aunque esta última la pagaran los americanos, y saliera en ella la belleza divina de una francesa muy chic. Eso sí: fueron los mismísimos rusos quienes gracias a Nikita Mijalkov filmaron la crítica más demoledora contra el sistema soviético, la más honda, la más poética, la que es distinta a todas las demás: Quemado por el sol.

Del cine búlgaro, en cambio -como del húngaro, o del eslovaco- nada sabíamos hasta la fecha. Y poco, muy poco, de la propia Bulgaria. Y por eso mismo, porque somos muy ignorantes, se agradecen las películas que vienene de países tan ignotos, ya que además de una historia que nos conmueva, nos traen noticias de cómo son sus gentes: qué comen, a qué juegan, qué programas ven por la televisión... De El mundo es grande y tal y tal, yo, la verdad, he sacado poca cosa. He aprendido, eso sí, que allí juegan mucho al backgammon. A todas horas. Que el backgammon, más que un juego, es una metáfora nacional de la vida. Que los abuelos regalan a sus nietos un tablero de backgammon como ritual de entrada al mundo de los adultos. Que el backgammon tienen pinta de ser un estrujamentes de mucho cuidado. Y cosas así... Porque sucede que una mitad de la película transcurre en Alemania, de cuya fauna y flora ya lo sabíamos casi todo, y la otra mitad en una taberna de la Bulgaria rural, que lo mismo podría ser el bar Paco de Villamulas del Peral, con su tabernero, sus parroquianos, sus mesas de formica. Floja como película, escasa como documental. La olvidaré, muy pronto.



Leer más...

Últimos días de la víctima

🌟🌟🌟

Emperrado en la tarea de completar mis círculos imperfectos, veo -o más bien malveo- Últimos días de la víctima, una película  de Adolfo Aristarain. Y digo malveo porque la única copia que ofrece internet es una versión sacada de un VHS casero, con imagen borrosa y sonido lamentable. Millones de hispanohablantes aficionados al cine no han sido capaces, en años, de colgar en la red una versión más apañada. Y es extraño, porque por muy vieja que sea la película, se trata de Adolfo Aristarain, ya digo, y de Federico Luppi, dos pesos pesados a ambos lados del Atlántico. Así que uno, a pesar del cabreo, debe dar las gracias a este inspirado fulano -o fulana- que un buen día decidió que su cochambrosa grabación podía serle útil a alguien.

Últimos días de la víctima es un thriller patagónico que no consigue emular la atmósfera que sí crean sus primos californianos, aunque Luppi, como siempre, se deje el bigote en el intento. Pero debo de ser su único espectador defraudado, porque las opiniones en internet son todo loas y alabanzas. El que menos, la pone de magistral y de thriller modélico. ¡Su guión lo firmaría el mismísimo Borges, o el mismísimo Kafka!, claman los más entusiastas. Y yo, ante tal torrente de simpatía, me siento como un estúpido en mitad de la multitud, a solas con mi hosca opinión, que es la mía, faltaría más, pero en la que es evidente que algo no funciona. Algo me he perdido que los demás opinantes, todos de muy alta prosapia, sí han visto en Últimos días de la víctima: un tono, una alegoría, un magisterio. En las otras películas de Aristarain yo era uno más con la masa, que aplaudía casi unánime. Pero ahora vuelvo a ser el Jeremíah Johnson de las estribaciones cantábricas. Vuelvo a ser el cegarato de la platea, el despistado de lo artístico, el más estúpido de los espectadores. Tendría que volver a verla, para deshacer este equívoco. Repasarla con otra atención, con otra actitud, más sentado que tumbado, más despierto que somnoliento. 

Pero para verla de nuevo tendría que volver a descargarla, pues la he borrado del disco duro en un arrebato de decepción. Otra vez el tiempo infinito de la descarga, otra vez la imagen pésima y el sonido cochambroso…




Leer más...

El vuelo de la paloma

🌟🌟🌟🌟

Cuánto nos reíamos, en los años ochenta, de los fachas... En las películas españolas los ridiculizaban  como espantajos risibles del pasado. Y nosotros aplaudíamos felices y liberados. Qué tontos fuimos.

    Termino de ver El vuelo de la paloma, comedia entrañable del dúo García Sánchez y Azcona, y una insidiosa melancolía se instala en mi ánimo. Aquí se ríen de un fascistilla que regenta la Asociación de Amigos del Tirol, y que se pasa todo el día asomado al balcón, lanzando proclamas, exhibiendo banderas, riñendo a los artistas porque ya no ruedan películas como las de antes, como Raza, o ¡A mí la legión!, o Los últimos de Filipinas... Cuánta risa nos daban entonces los fachas, sí. Cuando de jóvenes íbamos al cine pensábamos que estos tipos ya eran toro pasado, carne de carcajeo, fantasmones sin susto. Pensábamos que España era un país definitivamente moderno, liberal, europeo. Eran los años de la movida, del revolcón, de los armarios abiertos. Los socialistas siempre ganaban las elecciones. Chanchullaban, mentían, traicionaban los principios, pero también construían hospitales, y escuelas, y repartían condones entre los jóvenes, aunque muchos no llegáramos ni a estrenarlos, perdedores eternos en la ideología ancestral de las mujeres guapas.

    En los años ochenta pensábamos que todo el monte era orégano. Qué poco sabíamos.... Sólo cuatro años después de estrenarse El vuelo de la paloma, un admirador de los viejos tiempos, con mostacho falangista y cara de mala hostia, gobernaba este país con una máscara de sonrisa falsa que te helaba la sangre. Luego se le subió la megalomanía hasta el bigote, y envuelto en banderas y en himnos militares nos llevó al borde del abismo moral. Desaparecido del panorama, creímos que su presencia sólo había un mal sueño, la psicosis colectiva de un puñado de votantes engañados. Y alegres y triunfantes volvimos a reírnos de los fachas, de los derechistas carpetovetónicos, de los pijos de Nuevas Generaciones. De las rubias con mechas que sabían perfectamente cuanto costaba un bolso de Loewe y no tenían ni puta idea de lo que costaba un kilo de tomates. Cuánto nos volvimos a reír de ellos, sí.

     Y de repente, en una cascada vertiginosa de acontecimientos que todavía no hemos acertado a digerir, unos fulanos dejan de pagar sus hipotecas en Estados Unidos y por arte de magia los tenemos otra vez aquí, aprovechando la ruina y la depresión, a los nietos de los fachas, a los hijos de los fachorros, trajeados, engominados, melifluos, riéndose ahora de nosotros: de los progres, de los rojos, de los perdedores de la historia, de los tontainas del buen corazón, de los ignorantes de la vida.





Leer más...

Generation Kill

🌟🌟🌟

Termino de ver los siete episodios de Generation Kill. Si lo que pretendía David Simon era que uno empatizara con estos marines de bajo escalafón, no lo ha conseguido. Pretende hacernos creer, con una insistencia machacona en los diálogos, que estos locos con sus gatillos son gente sensible y humanitaria. Unos simples mandados, en esto de asesinar moros comunistas  en el desierto. No, hombre, no.... Uno sí se apena, por ejemplo, de los soldados de la II Guerra Mundial, porque eran tipos, en su mayoría, arrancados de sus granjas, de sus pueblos, de sus talleres en la ciudad, a los que ponían un fusil en la mano y enviaban al matadero. ¿Pero estos marines de las guerras modernas, voluntarios todos en el oficio, hipertecnificados y chulescos? Bah
            Ahora mismo termino de ver un partido de la selección norteamericana de baloncesto, en los Juegos Olímpicos. Han ganado 100-0, o algo así, a un país de esos que suelen bombardear cuando el negocio vive horas bajas, o cuando el presidente de turno se presenta a la reelección y quiere dar un subidón en las encuestas. Son la hostia, sí, los atletas de la NBA. ¿Pero quién puede sentir simpatía por ellos, más allá de los adolescentes, o de los pijos vendidos a Nike, gente toda ella sin criterio? Ahí están, descojonándose en cada canasta propia, partiéndose el culo en cada cagada ajena, saludándose a todas horas con gestos raros de las manos. Ellos son los soldados invencibles y prepotentes del deporte, como los chicos de Generation Kill son los soldados imbatibles y pendencieros de la guerra. Insoportables, todos



Leer más...

Hilary y Jackie

🌟🌟

Con la biografía atribulada de Mozart, Milos Forman rodó hace tres décadas Amadeus, un clásico intemporal alejado de cualquier cliché de los biopics. Por el contrario, con la vida igualmente atribulada de Jacqueline du Pré, este tal Anand Tucker filma un bodrio de cuarta categoría titulado Hilary y Jackie, sólo comparable a las TV movies con las que Antena 3 rellena su programación vespertina. Esa es la diferencia entre el gran cineasta y el mero colocador de cámara; entre el hombre cultivado que sabe dónde poner los subrayados y el mequetrefe sin luces que se deja llevar por la vena lacrimógena y marujil.

Llevo años escuchando la música de la malograda Jacqueline du Pré mientras escribo, o mientras sueño con mundos mejores en la oscuridad del habitación. Sus dúos con Daniel Baremboim son piezas que obran ese raro milagro de reconciliarte con la vida. Es por eso que Hilary y Jackie, de cuya existencia supe hace unos meses, era parada obligatoria en este periplo estival por las cinefilias menos transitadas. Y digo bien, obligatoria, y no deseada, porque ya en el mismo título de la película había algo que me desagradaba: Hilary y Jackie, como Banner y Flapy, como Pili y Mili, algo que sonaba a cursilón y tontaina, y que luego se vio lamentablemente cumplido ¿Qué nos importa la vida de su hermana Jackie, la flautista, si nosotros vamos detrás del genio, de la vida excepcional, de la artista irrepetible?  Si al menos se odiaran como Joan Crawford y Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane?, habríamos disfrutado de un melodrama tenso y malévolo, con ex-estrellas de la música en lugar de ex-niñas prodigio de Hollywood. Pero Hilary du Pré, además de personaje real en la película, es coguionista de este culebrón, y no iba a permitir que una buena historia estropeara su mermeládica participación. Con el ego hemos topado, amigo Sancho.




Leer más...