Agente contrainteligente

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Caca, culo, pedo, pis... y semen. Así es el humor de Sacha Baron Cohen. Leche, cacao, avellanas y azúcar: nocilla. Una escatología muy completa y nutritiva. Y si luego mezclas los ingredientes con una sátira política que también es para mearse de la risa, o para cagarse por la pata abajo -incluso para correrse del gusto con un golpe de barriga- ya tienes una película tan divertida como “Agente contrainteligente”: la versión loca de Borat haciéndose pasar por 007.

Sacha Baron Cohen podría enviarnos el mismo mensaje social haciendo películas al estilo de su compatriota Ken Loach, cojonudas pero tristes, circunspectas y trágicas. Pero él prefiere camuflar la medicina en un excipiente más jovial y guarrindongo. Y en vez de por la boca, metérnosla por el culo, a manera de supositorio. Quiero decir que Sacha es un cerdo cavernícola solo en apariencia, porque por debajo hay un tipo muy serio que conoce los males del mundo y propone maneras inservibles pero muy divertidas de acabar con los hijos de puta.

Yo, al menos, que crecí en la barriada, en los bajos fondos de León, me mondo con sus muy marranas ocurrencias. Sucede, además, que el bueno de Sacha tiene una manera muy retorcida de estirar los chistes que él sabe más ofensivos para las beatas y las maestras de escuela. Y eso es oro puro... No solo les mete el dedo en el ojo y el pene en las meninges, sino que además los retuerce con una saña malévola. Es mi puto ídolo. Un genio. Un provocador maravilloso. 

Las maestras de mi colegio -las maestras del ancho mundo en general- se desmayarían viendo los gags más pervertidos de “Agente contrainteligente”. Vomitarían la cena, o quedarían traumatizadas, o lanzarían una campaña de quejas en internet. Me imagino sus reacciones en el sofá y mi carcajada se multiplica por dos o por cien. Gracias, de verdad, amigo Sacha.