🌟🌟🌟
En El amor es extraño, una
pareja de homosexuales que comparten cama desde hace años contrae matrimonio en
Nueva York aprovechando la nueva y tolerante legislación. Ben y George son dos
señores que desean vivir su vieja relación como los dioses mandan,
con todos los pros y contras que la ley reserva para el amor.
El día de la boda, rodeados de amigos y familiares, todo es felicidad en el
coqueto apartamento que los cobija. No es que ahora, bajo el manto
de la ley, se quieran más o se quieran mejor. Pero de algún modo se sienten
normalizados y aceptados, vencedores de un largo litigio que durante décadas
defendió la dignidad de sus sentimientos, como si un asunto de culos o de coños
pudiera dividir a las personas en dos clases sociales
separadas.
Pero
hemos topado con la Iglesia, amigo Sancho, porque George, al que da vida este
actor superlativo que es Alfred Molina, imparte música en un instituto regido
por los curas católicos, y nada más regresar a las aulas es llamado a capítulo por el director para ser expulsado con efecto inmediato.
Era vox populi que George era una oveja descarriada, que convivía con otro
hombre y que por las noches, en los arrebatos de pasión, vertía su simiente en
recipientes no preparados para concebir. Los curas lo sabían, o hacían que no
se enteraban, pero el matrimonio, para terror de las gentes decentes y bien
nacidas, es harina de otro costal. El matrimonio es un sacramento otorgado por
Dios para garantizar la procreación de nuevos católicos que abarroten las
iglesias y bla, bla, bla...
En esos instantes decisivos de su vida -que lo
condenan de repente al paro, al apretón del cinturón, a la venta casi segura
de su apartamento- George, por debajo de su
semblante furioso, se pregunta cómo es posible que las enseñanzas de un hombre
del siglo I, que decía ser Hijo de Dios y predicaba el amor fraternal y el
perdón universal, hayan llegado tan retorcidas hasta ese despacho del
instituto. Tan deformadas. Tan mal interpretadas por estos exégetas del
alzacuellos. Por estos castrados de la mente y del corazón que finalmente,
después de tantos años de sonrisas y parabienes, de hipocresías melifluas en
la sala de profesores, le han dado bien por el culo, ya ves tú qué ironía.