Puñales por la espalda


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Se suponía que estos escritos eran una consecuencia de las películas, y no su causa. Que la cinefilia era lo primordial, y luego emborronar el Word una tarea secundaria, el deber escolar que mantiene la mente activa y el culo aplanado. Como la famosa curva…

    Cuando inicié esta costumbre que ya se ha hecho tan cotidiana como sacar al perrete o descubrir canas en el espejo, se suponía que yo primero elegía una película, la veía, se me revolvían los pensamientos con el éxtasis o con el bostezo, y luego, en un rato robado a las obligaciones, escribía un folio más o menos decente en lo literario pero siempre muy honesto en su contenido: cosas de mi vida, de mi ombligo, a veces autorretratos al desnudo, y otras, según el humor, un cuadro más bien misterioso, con sombras que tapan la verdad sin desmentirla. A veces, las menos, asuntos del mundo, de la sociedad, siempre en plan bolchevique de salón, revolucionario de pacotilla que jamás ha gestionado nada ni piensa hacerlo hasta que la jubilación lo libere ya de cualquier responsabilidad.



    Sin embargo, en estas cuatro semanas de confinamiento, la escritura se había convertido en causa, y la película en consecuencia. No era yo el que elegía libremente las películas, sino el blog, de pronto autoconsciente y vivo, el que me las pedía a gritos para alimentarse y hacerse el interesante: títulos apocalípticos, películas con moraleja, series sobre políticos para establecer paralelismos cachondos o sangrantes... Así que hoy me he rebelado, he respirado profundamente mientras manejaba los mandos a distancia, y he puesto la película que me ha dado la real gana. Una que es imposible de encajar en cualquier esquema autobiográfico o coronavírico. Pura… dispersión. Puñaladas por la espalda es una película como de Agatha Christie, con su muerto, sus varios sospechosos y su detective sólo tontaina en apariencia. Un lío, y un descojono, y un respiro para esta cinefilia mía que vivía secuestrada por la actualidad.