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Jurado Nº 2

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De momento voy teniendo suerte. Nunca he recibido una notificación para formar parte de un jurado popular. En caso de tal no me dolería el tiempo perdido, ni el cataclismo de la rutina, sino la suprema responsabilidad de tener que decidir sobre el futuro de una persona. No es como ver una película desde el sofá, donde puedes salvar o condenar alegremente como un césar romano de pacotilla. La realidad es muy seria y yo llevo toda la vida tratando de esquivarla. En la vida real, los pulgares alzados o abatidos tienen consecuencias irremediables. 

A lo largo de nuestra cinefilia hemos visto mil ficciones americanas en las que el culpable más obvio luego resulta ser inocente e incluso más majo que las pesetas, así que ya vive uno incrédulo y condicionado. Hollywood nos ha convertido en ciudadanos recelosos. Quién de nosotros, a nuestra edad, con tantas películas en la mochila, se atrevería a condenar a nadie en la Audiencia Provincial o en los juzgados de Ciudad Capital. El eco de los viejos clásicos retumbaría en nuestras conciencias.

“Jurado Nº 2”, por ejemplo, es de esas películas que le quitan a uno las ganas de participar en los “deberes democráticos”. No hago ningún spoiler si escribo -porque el meollo se desvela casi al principio- que ninguna persona razonable absolvería al novio de esa pobre chica asesinada. Es todo tan evidente, tan de manual... y sin embargo ya ves, pobrecito mío, qué concatenación de casualidades. Y si es verdad que la ficción supera muchas veces a la realidad, la realidad, lo tenemos comprobado, también supera muchas veces a la ficción.

El truco sería, al recibir la carta certificada o la visita de la policía -desconozco el procedimiento- fingirse uno loco, o racista, o misógino de aúpa, partidario de fusilar a los rojos tras torturarlos -esto quizá no arredre a los poderes del Estado- o de quemar a los ricachones dentro de sus palacetes. No sé: gritar muchas barbaridades, o ponerse un embudo sobre la cabeza como aquellos locos de los tebeos 




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Puñales por la espalda


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Se suponía que estos escritos eran una consecuencia de las películas, y no su causa. Que la cinefilia era lo primordial, y luego emborronar el Word una tarea secundaria, el deber escolar que mantiene la mente activa y el culo aplanado. Como la famosa curva…

    Cuando inicié esta costumbre que ya se ha hecho tan cotidiana como sacar al perrete o descubrir canas en el espejo, se suponía que yo primero elegía una película, la veía, se me revolvían los pensamientos con el éxtasis o con el bostezo, y luego, en un rato robado a las obligaciones, escribía un folio más o menos decente en lo literario pero siempre muy honesto en su contenido: cosas de mi vida, de mi ombligo, a veces autorretratos al desnudo, y otras, según el humor, un cuadro más bien misterioso, con sombras que tapan la verdad sin desmentirla. A veces, las menos, asuntos del mundo, de la sociedad, siempre en plan bolchevique de salón, revolucionario de pacotilla que jamás ha gestionado nada ni piensa hacerlo hasta que la jubilación lo libere ya de cualquier responsabilidad.



    Sin embargo, en estas cuatro semanas de confinamiento, la escritura se había convertido en causa, y la película en consecuencia. No era yo el que elegía libremente las películas, sino el blog, de pronto autoconsciente y vivo, el que me las pedía a gritos para alimentarse y hacerse el interesante: títulos apocalípticos, películas con moraleja, series sobre políticos para establecer paralelismos cachondos o sangrantes... Así que hoy me he rebelado, he respirado profundamente mientras manejaba los mandos a distancia, y he puesto la película que me ha dado la real gana. Una que es imposible de encajar en cualquier esquema autobiográfico o coronavírico. Pura… dispersión. Puñaladas por la espalda es una película como de Agatha Christie, con su muerto, sus varios sospechosos y su detective sólo tontaina en apariencia. Un lío, y un descojono, y un respiro para esta cinefilia mía que vivía secuestrada por la actualidad.




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