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El programa de radio Hora 25 se emitía originalmente
de 00:00 a 01:00 de la madrugada, que era propiamente la hora 25 del día, y la
primera del día siguiente. Lo de “hora 25” era como una metáfora del tiempo
extendido. Una prórroga de la jornada. Ahora que ha terminado el día, vamos a
diseccionarlo con tranquilidad, venía a ser el eslogan. Recuerdo la voz tan peculiar
de Manuel Martín Ferrand, y también la de José María García, que tenía un pequeño
espacio para los deportes. Poco después, García se separó de la célula madre y
fundó su propia biología, porque necesitaba más tiempo para cantar y contar las
verdades del barquero, y los desmanes de los chupópteros y los lametraserillos.
Mi padre escuchaba Hora 25 cuando llegaba a casa del trabajo,
en la mesa de la cocina, mientras cenaba un plato frío que mi madre le dejaba en
aquellos tiempos sin microondas. Yo, no sé por qué, a veces
estaba despierto a esas horas, zumbando por la casa, y me sentaba a su lado
para preguntarle por la película que daban en el cine, y si estaba prohibida o
no para menores de 14 años. Y luego, porque mi padre era de pocas palabras, nos
quedábamos en silencio, y escuchábamos la radio. Ahí cogí este vicio nocturno
que todavía me acompaña, y que luego hizo metástasis en lo diurno, y que me obliga
a llevar un pinganillo casi a todas horas, mientras friego los platos, o camino
con Eddie, o dejo que el sueño descienda sobre mi cabeza. Cualquier cosa, menos
pensar...
En la película que he visto estos días -a cachos, a saltos,
porque había fútbol y la verdad es que es aburrida de narices- la hora 25 es la
metáfora de la última hora de vida. La que se concede a los infortunados de la
guerra antes de caer en combate, o de ser fusilados en el campo de
concentración. La metáfora está bien y tal, y es más antigua que el programa de
la radio. Pero la película es un porro: la historia de un bobalicón al que le
pasan mil desgracias y siempre sonríe como si le hubiera tocado la lotería. Un
pre-Forrest Gump descabalado que sólo se sostiene porque Anthony Quinn llena la
pantalla como nadie. Qué grande era, en todos los sentidos.
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