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A falta de personas que se parezcan a mí en diez
kilómetros a la redonda -para lo bueno y para la malo, sobre todo para lo malo-
he encontrado en Cecilia, el personaje de La Rosa Púrpura de El Cairo,
a uno de mis heterónimos más inquietantes. Un personaje tan parecido a mí, y a
mi circunstancia, que ella, personaje sin apellidos, bien podría apellidarse en
verdad Rodríguez, Cecilia Rodríguez, como una cantautora sudamericana, o una
candidata de izquierdas al Parlamento. O, por qué no, apellidarme yo Farrow, Álvaro
Farrow, como un vaquero del Far West, o un candidato de la extrema derecha al
Parlamento. El mundo al revés...
Cecilia, como uno mismo, como otros muchos naufragados
de la realidad, trabaja para sobrevivir, sobrelleva la soledad y aguanta a los
pelmazos -y a las portavozas- como puede. Tacha los días en el calendario
esperando simplemente que no lleguen las desgracias o las muertes. Vive en el
desaliento cotidiano de quien ya no espera la llegada del meteorito salvador: una lotería, una herencia, una compañía, un impulso literario... El bombo
de la vida se nos detuvo en seco, y expulsó un número feúcho y no premiado. Ni
pedreas, ni pedreos, ni hostias en vinagre. Cecilia a veces siente una alegría sin
fundamento, como de niña, o como de loca, pero se disipa en apenas unos
segundos, nacida de la nada como una pompa de jabón, irisada y muy poco
longeva.
Otros muchos matan sus penas en el alcohol, en el dominó, en la peluquería del barrio. Otros se zambullen en el trabajo, cazan mariposas, construyen barcos dentro de una botella... Cecilia y yo, en cambio, matamos nuestras penas con una película diaria, o con dos, si la pena es muy grande, y el tiempo libre se hace demasiado largo. Marginados del mundo real, probamos suerte en el mundo de las películas, a ver si allí corremos las aventuras románticas que la vida nos negó. Las neuronas espejo... Para ellas comemos y respiramos, y guardamos nuestras horas de sueño. Ellas son las joyas de la corona, en nuestros organismos desaprovechados. Gracias a su labor sináptica viajamos a países lejanos, corremos peligros, amanecemos en las playas, besamos en labios, salvamos al mundo, probamos la felicidad. El cine es nuestra diversión, nuestra salvación, nuestra pétrea muralla que nunca se derrumba.
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