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El Mal anida en Mordor, nunca descansa, y en eso es como el
franquismo sociológico, que siempre estuvo ahí, agazapado, esperando su
oportunidad. A veces nos llegaban rumores en el viento, y presagios en los
cuervos, pero pensábamos, como tontos del haba, que era otra cosa: un eco del
pasado, un déjà vu de las películas. Pero no, eran ellos, los orcos, preparándose
para la reconquista. Aquí tengo que reconocer
que la metáfora empieza a fallarme un poquito, porque los siervos de Sauron son
feos como demonios, contrahechos que dan grima, mientras que los siervos de la
ultraderecha, los cayetanos y las cayetanas, suelen ser hombres guapos para
envidiar, y mujeres guapas para enamorarse. A la belleza ancestral de una
sangre que jamás conoció el hambre ni la necesidad, se suma la buena vida de quien
nunca sufre estrés, come de lo mejor, apenas suelta radicales libres y folla en
chalets de cinco estrellas riéndose del mundo. Los orcos de la Moraleja -ojo,
que también empieza por Mor- ahora tienen hasta un guerrero
Uruk-hai, el tal Abascal, que emergió del barro como un Adán babilónico con
ojos de lunático.
¿Sauron? Buf, se me ocurren mil tonterías... Como de momento,
en la primera entrega de la saga, el Puto Jefe sólo es un ojo que vigila,
podría ser el ojete de Aznar, o el ojazo de Ayuso -el derecho, que es el que
más me pone-, o el ojo lánguido y bellísimo -como de Charlotte Rampling- de
Cayetana Álvarez de Toledo. He elegido símiles sexuales porque el ojo de Sauron
es ardiente como la pasión y frío como el odio. ¿El Monte del Destino?
Las Montañas Nevadas de aquel himno falangista...
Lo de la Comunidad del Anillo en sí no necesita mucha explicación:
una oposición de izquierdas desunida, desconfiada, al borde siempre de la
traición o de la deserción. En ella hay tanta bondad como mentecatería; tanta
buena intención como contratiempos y chapucerías. En la Comunidad hay un
arquero con pelo largo, un guapetón de la hostia, un hechicero de segunda división, un enano
que no para de gruñir y una minoría parlamentaria de la Comarca que sólo piensa
en regresar a su terruño. Mujeres ninguna, porque en la Tierra Media todavía no
conocían la paridad. Pero a mí me da que Arwen de Rivendel podría ser nuestra
Yolanda Díaz. Ay, ojalá...
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