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La Rosa Púrpura de El Cairo

🌟🌟🌟🌟🌟


A falta de personas que se parezcan a mí en diez kilómetros a la redonda -para lo bueno y para la malo, sobre todo para lo malo- he encontrado en Cecilia, el personaje de La Rosa Púrpura de El Cairo, a uno de mis heterónimos más inquietantes. Un personaje tan parecido a mí, y a mi circunstancia, que ella, personaje sin apellidos, bien podría apellidarse en verdad Rodríguez, Cecilia Rodríguez, como una cantautora sudamericana, o una candidata de izquierdas al Parlamento. O, por qué no, apellidarme yo Farrow, Álvaro Farrow, como un vaquero del Far West, o un candidato de la extrema derecha al Parlamento. El mundo al revés...

Cecilia, como uno mismo, como otros muchos naufragados de la realidad, trabaja para sobrevivir, sobrelleva la soledad y aguanta a los pelmazos -y a las portavozas- como puede. Tacha los días en el calendario esperando simplemente que no lleguen las desgracias o las muertes. Vive en el desaliento cotidiano de quien ya no espera la llegada del meteorito salvador: una lotería, una herencia, una compañía, un impulso literario... El bombo de la vida se nos detuvo en seco, y expulsó un número feúcho y no premiado. Ni pedreas, ni pedreos, ni hostias en vinagre. Cecilia a veces siente una alegría sin fundamento, como de niña, o como de loca, pero se disipa en apenas unos segundos, nacida de la nada como una pompa de jabón, irisada y muy poco longeva.

Otros muchos matan sus penas en el alcohol, en el dominó, en la peluquería del barrio. Otros se zambullen en el trabajo, cazan mariposas, construyen barcos dentro de una botella... Cecilia y yo, en cambio, matamos nuestras penas con una película diaria, o con dos, si la pena es muy grande, y el tiempo libre se hace demasiado largo. Marginados del mundo real, probamos suerte en el mundo de las películas, a ver si allí corremos las aventuras románticas que la vida nos negó. Las neuronas espejo... Para ellas comemos y respiramos, y guardamos nuestras horas de sueño. Ellas son las joyas de la corona, en nuestros organismos desaprovechados. Gracias a su labor sináptica viajamos a países lejanos, corremos peligros, amanecemos en las playas, besamos en labios, salvamos al mundo, probamos la felicidad.  El cine es nuestra diversión, nuestra salvación, nuestra pétrea muralla que nunca se derrumba. 




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Hechizo de luna

🌟🌟🌟

“El gorrino y la mujer, acertar y no escoger”, decía Marcial Ruiz Escribano, que era el garrulo al que daba vida Ernesto Sevilla en Muchachada Nui. Marcial era un cateto fetén, manchego, pero extrapolable a cualquier lugar de nuestra geografía, con su boina, y su chaleco, y su palillo entre los dientes. Y aunque algunos se vistan de Armani y se perfumen con lo nuevo de Christian Dior, en el fondo, enfrentados al espejo, desnudicos con nuestros pelos y nuestras foferas, todos somos unos catetos que sonreímos con la chorraduca de Marcial, porque la intuimos muy cierta, y sabemos que el amor no resiste un análisis racional de pros y contras, de ventajas e inconvenientes, sino que uno se enamora, así, pum, en una mirada, en una cita del Tinder, y que el resto ya queda en manos de la diosa Fortuna.



    Me he acordado de Marcial mientras veía Hechizo de luna porque todos sus personajes andan muy preocupados por escoger bien, a su marido, y a su mujer, e incluso quien ya escogió sigue preguntándose si hizo bien, y si hay tiempo todavía para el arrepentimiento, y salen de picos pardos con la luna llena a ver si encuentran un candidato que reúna mejores cualidades. Una película de adúlteros, y de adúlteras, de gente que hace y deshace compromisos porque andan al mejor postor, y juegan con dos barajas, y sudan la gota gorda pensando que llevan la peor baza en la partida. Un no parar. Un angustia existencial. Hechizo de luna es una comedia porque en su día la vendieron así, y porque al final, la verdad sea dicha, todos terminan encontrando su acomodo y su cama acogedora. Y como decía Fernando Trueba que dijo una vez Marcel Pagnol:

    “En el cine, como en el teatro, no hay más que un argumento: un hombre encuentra a una mujer, y si follan, es una comedia, y si no, ¡es una tragedia!”

    Pero en el resto de la película se masca el nerviosismo, el sufrimiento casi coronario de quien se enamora pero recula, de quien recula pero no se aleja del todo, y es como una gran tragedia griega ambientada en el Nueva York que aún tenía dos Torres Gemelas en la bahía. Que salen justo al principio de la película, enmarcando el hechizo de la Luna, pero que no se beneficiaron mucho de él, la verdad.


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