En algún momento crucial que ahora no recuerdo- y que quizá
me pilló buscando una Coca-Cola en el frigorífico, o haciéndole una carantoña
al perrete- El metódo Kominsky pasó de ser una comedia mordaz y molona, con
diálogos que a veces daban ganas de anotar en el cuaderno para presumir luego
de ellos como si fueran propios, a un drama sobre los problemas de la tercera
edad que no necesita ser emitido en una plataforma de pago, o ser buscado como
un tesoro en los outlets de internet. Porque como esta tercera temporada de las
andanzas de Mr. Kominsky hay dos o tres truños cada día en las cadenas
generalistas, allí donde aún quedan huecos de programación entre los anuncios.
Es verdad que en El método Kominsky siguen saliendo
Michael Douglas y Kathleen Turner haciendo como una segunda parte imposible de La
guerra de los Rose, dado que los Rose, si mal no recuerdo, murieron en mitad
de su proceso de divorcio, tan jodido y amoral. Pongamos, entonces, que Douglas
y Turner están en la tercera parte de Tras el corazón verde, pero ya
retirados de la selva, claro, jubilados de la lianas y los tantarantanes, él reducido
a un soplido y ella inflada en una bocanada. Pero ni aún así, ni siquiera por
los viejos tiempos, ellos -¿elles?- consiguen remontar el vuelo de las tramas,
rodeados de personajes medio bobos o medio listos, a saber, planos y huecos, nada
incisivos en lo que dicen, o en lo que callan, como si hicieran una serie de no
sé, yo mismo, soltando vaguedades y tonterías sobre la vida, en la cola del pan.
De todos modos, tampoco descarto que mi súbito
distanciamiento con El método Kominsky no sea un asunto climático, un
desfallecimiento de la atención provocado por las altas temperaturas que estos días
azotan la meseta. No es lo mismo ver una serie en invierno, con la mantita, la
sopita, los chuzos de punta cayendo al otro lado de la ventana, que verla ahora
en verano, refrito, sudando, rascándote las picaduras de los mosquitos. Tanteándote
las agujetas del cuello, ahora que diez meses después te has lanzado de nuevo a
la piscina, moviendo los brazos al tuntún, descoordinado,
cagándote en todo, como un Moussambani cualquiera de los Juegos Olímpicos de La
Lorza.
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