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Siempre he pensado que en nuestro colegio también hay un
infiltrado, o una infiltrada, tomando nota de nuestros desaciertos y nuestros
descarriles. Alguien que trabaja en la sombra para la Dirección Provincial, o
para la Consejería de Educación, o quizá, directamente, para el Ministerio de
Madrid, apuntando en un documento secretísimo los permisos excesivos, los
desatinos didácticos, las cosas que se dicen en la sala de profesores cuando
uno se desata la corbata, o una se suelta la sandalia, y entre el café y las
pastas Cuétara se da rienda suelta al hartazgo o a la desilusión.
Según mi teoría, en todos los centros existe un maestro -o
maestra, o maestre, joder con la neolengua- que pertenece a un cuerpo secreto
de soplones que serían nuestros Asuntos Internos de las películas americanas. Diplomados
en Magisterio que un día fueron citados en el despacho de un mandamás y
seducidos por el lado oscuro del chivatismo, y del sobresueldo. O quizá,
simplemente, como Leonardo DiCaprio en la película, funcionarios entusiasmados
con servir al sector público denunciando sus grietas, sus telarañas, sus
aspectos mejorables, y sus pecadores de la pradera.
Lo sospecho, pero nunca he conseguido desenmascarar a nadie.
Por el colegio -y ya llevo 22 años entre sus pasillos- ha pasado gente que
estaba obviamente sobrecualificada para estas labores, y que nadie entendía muy
bien qué pintaba allí, pudiendo ganarse la vida en otros escalones más elevados
de la pedagogía; y también, claro, gente obviamente subcualificada, inútiles de
llevarse uno las manos a la cabeza, e inútilas de pensar uno mismo qué pinto en
este barco. Gente desubicada, fuera de contexto, que sin embargo, por ser tan
evidente su extravagancia, no tienen pinta de ser los topos que yo busco. Creo, más bien,
que el infiltrado, o la infiltrada, es alguien del montón, funcionario de
carrera, establecido, acomodaticio y cumplidor, sin muchas luces ni demasiadas
sombras, el docente gris de toda la
vida. Alguien que no destaca, pero que tampoco hace el ridículo, ni avergüenza a la profesión. Alguien, no
sé, como yo.
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