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Larry David. Temporada 10

🌟🌟🌟🌟🌟


El episodio 10x7 de “Larry David” se titula “The ugly section”. Puede que sea la mejor ocurrencia de toda la serie. Y eso es mucho decir. La pera limonera. Es tanto como afirmar que un gol es el gol más bonito en la carrera de Maradona, o que Menganita es la chica más guapa en un desfile de Victoria’s Secret. La crème de la crème.

La acción transcurre en un restaurante de Beverly Hills donde los clientes son asignados al ventanal o al interior del local en función de su belleza física. Los guapos y las guapas disfrutan de vistas a la calle y del sol radiante de California; los feos, como nuestro querido Larry y su panda de amigotes, son relegados a mesas interiores donde la iluminación se regatea y el camarero atiende con su sonrisa menos verosímil.

La primera vez que Larry entra en el restaurante apenas tarda dos minutos en darse cuenta de este apartheid fenotípico. No es racismo, ni clasismo: es aspectismo y también escuece lo suyo.

A medias enfadado y perplejo, Larry se lo hace ver al maître, pero éste niega seguir cualquier política empresarial:

- Es solo casualidad -le responde-. No me fijo en esas cosas.

Larry, obviamente, no se lo traga, y al día siguiente regresa en compañía de una mujer hermosísima para hacer dudar al mentiroso. El castigo a su tocapelotez será un nuevo destierro a las zonas interiores del local, donde Larry se quejará amargamente y prometerá justa vendetta. Así son, más o menos, todos los episodios de esta serie inobjetable.

Viendo el episodio por tercera o cuarta vez empecé a pensar que las aplicaciones del amor -la vida misma, en general- también son restaurantes de Beverly Hills donde nos acaban sentando en nuestro sitio por las pintas. La diferencia es que aquí no hay ningún maitre al que hacer responsable de la marginación -Dios, si acaso. Aquí todos somos como somos y hay que asumir nuestro destino. Es la ley del mercado. El aspectismo puro y duro. Relegas y te relegan. El liberalismo económico es un invento del diablo, pero el liberalismo erótico es de una justicia inapelable.







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Ted

🌟🌟🌟

Si a Ted le quitas la sorpresa del planteamiento, la canción de los compitruenos -que mi hijo y yo canturreamos cuando arrecian las tormentas en La Pedanía- y cuatro chistes que todavía conquistan a los que no hemos superado el "caca, culo, pedo, pis" de la película de Enrique y Ana, lo demás, la película des-tedizada, es una comedía romántica de lo más tontorrón y previsible. Una TV movie de las que pasan por el Disney Channel a las cuatro de la tarde, con el sello sanitario para los jovenzuelos alegres de Kentucky.

    Pero da la casualidad, como diría Ignatius Farray, de que en Ted sale Ted, el osito que es como un huracán peludo, como un tipo salido de las comedias de Kevin Smith: el amigo perdido de Jay y Bob el silencioso. Y yo, la verdad, que ya digo que tengo cuarenta y seis tacos y es como si tuviera dieciséis, o diecisiete, me parto el culo con el jodido muñeco, con su lenguaje soez, con sus chistes de doble filo. Con sus jodiendas carnales y verbales. Y es como si volviera a estar de risas con un amigo cualquiera de la adolescencia, sentados en el banco donde "junábamos a las jais" y nos entreteníamos contado chistes de ojetes y lefas, de pollas y culos, esperando como unos tontos del ídem que alguna de ellas se detuviera a nuestro lado reclamada por las risotadas.

    Treinta años más tarde, sentado con mi hijo en el sofá, no se sabe muy bien quién es el hombre adulto y quién el vástago que se despliega. Uno debería guardar las formas, el recato, mantener una pose como de hombre que ya va enfilando los cincuenta años, con sus gafas de arcipreste, sus canas de político, su vesícula ya incinerada en el quemador del recinto hospitalario. Pero no me sale, tal teatralidad. En otro contexto disimularía y me haría el hombre ya hecho mayor y templado. Pero aquí, en mi casa, en mi sofá, hay confianza, y mientras Ted suelta sus paridas yo sonrío con dentadura de babuino, y puedo aporrearme el pecho y enseñar las encías como el chimpancé que resiste vivo bajo la piel.





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