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Regresé a “Jungla de cristal” porque en el podcast de los pollaviejas
la pusieron en un pedestal y me abrieron unas ganas locas de revisar. ¡Yipi ka
yei, motherfuckers! Muchas gracias.
Justo ese día -la casualidad- leí en una revista que cuando los
herederos de Ingmar Bergman entraron en su mansión de la isla de Farö,
descubrieron, entre su videoteca kilométrica y surtidísima, varias copias de la
película de McTiernan: versiones extranjeras, y dobladas, y subtituladas. De todo
un poco. El que fuera maestro de la introspección y del diálogo congelado, de
los tiempos muertos tan largos como los inviernos en Escandinavia, era el admirador
secreto de una película que en realidad no es más que una ensalada de tiros. Un
western puesto en vertical que cuenta con un argumento tan fino como el pubis
de muchas de sus examantes, que eran las meritorias de sus películas, o las
actrices de su teatro, porque el señor Bergman era un poco como el marqués de
Leguineche, insaciable y rijoso. Rijösö, en su idioma vernáculo.
Ensalada de tiros, he dicho, que es “Jungla de cristal”, pero
una ensalada completa y nutritiva que no se puede rodar mejor. Un guion redondo
que cuenta el desafío entre un atracador con carisma y un vaquero que acude al
rescate. Rickman y Willis. Los demás -los rehenes, los policías merluzos, los
reporteros más dicharacheros de Barrio Sésamo- sólo son la guarnición de estos
dos filetes enfrentados a cara de perro, y a punta de metralleta. El superhéroe
en camiseta imperio y el villano en traje de ejecutivo de Wall Street. Pura
moda ochentera. Abanderado contra Emidio Gucci. Decía Paco Fox en el podcast de
los pollaviejas que la película es tan buena que hasta el doblaje merece la
pena y al final te quedas con él. Te pierdes los acentos de Rickman, eso sí,
que al parecer pasaba del alemán comunista al inglés de California con una
facilidad abrumadora, siendo él más londinense que el Big Ben. Pero ganas a
Ramón Langa diciendo “Yipi kai yei” con su voz cavernosa de Varón Dandy, que no
tiene ni punto de comparación con la voz más bien escuálida y decepcionante del
policía McClane. Un trasvase poco común de testosterona.
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