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Ben Affleck y Matt Damon han escrito una historia sobre el
MeToo pero sin el MeToo, ambientándola en Francia, en el siglo XIV, donde
cualquier ordenador hubiera sido confundido con la magia, y cualquier hombre decente
-al parecer- con un ángel del Señor, o con un alienígena inconcebible.
Me pregunto, de pronto, qué pensarían los hombres medievales sobre
la vida en otros mundos, porque lo que pensaban sobre las mujeres parece bastante
claro: un puro concepto ganadero. Mujeres para aparearse, hijas para extender
linajes, incubadoras andantes ceñidas con corsés. Apenas vacas erguidas, o
bípedas lecheras. Un Afganistán moderno pero sin burkas en los rostros y sin
metralletas en los combates. Todo a puro cojón y a pura espada, gritándose a la
cara las maldiciones.
Los hombres de la película son todos deleznables y
asquerosos, y en eso “El último duelo” no escapa del nuevo anticiclón que nos
ilumina. En el mapa de las isóbatas continúan los vientos justicieros, o
vengativos, o simplemente pendulares. Ahora toca esto como antes tocaba lo otro:
la mujer pérfida y doble, inútil o llorona. En el mainstream de las plataformas ahora toca
que el hombre sea un neandertal sin corazón -pobres neandertales-, un cejijunto
sentimental, un castrado de la empatía. Un macho pirulo. Un lerdo. Un amasijo
testosterónico que nunca sabe dónde le comienza el pito y dónde le termina
la cabeza. “Un violador en potencia”, y
a veces en acto, como dijo aquella secretaria de Estado del no sé qué, pasándose
cuatro pueblos y tres veranos en la costa. Ya digo que los winds are changing
de cojones, como cantaban los Scorpions.
¿El rey de Francia?: un sádico con pocas luces; ¿el marido de
Marguerite?: un gañán que nada sabe de orgasmos clitorianos; ¿el violador?: pues
eso, un violador; ¿el padre de Marguerite?: pues eso, un ganadero; ¿el conde-duque
de Normandía?: un rijoso nepotista; ¿el representante de la Iglesia?: un imbécil
confundido por el latín. No se salva nadie. Al final muere uno, pero merecerían
morir todos. Supongo. Un gran auto sacramental de hombres medievales y algo menguados.
Dan ganas de renegar y de cortarse la picha. Bueno, tanto no...
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