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Lo cierto es que antes tenían
más gracia, cuando eran dos hombres y medio de verdad y el niño no entendía los
afanes sexuales de sus mayores. Ni sus melopeas habituales, cuando el sexo se
arruinaba y solo quedaba la desolación etílica de los cuarentones. Alrededor de
Jake, en los tiempos gloriosos de la serie, los personajes hablaban en
metáforas, en floripondios muy divertidos sobre el amarse y el quererse. Eran
los tiempos en los que el tío Charlie dormía con “amiguitas” y papá era un hombre
asexuado que tarde o temprano volvería con mamá. Era, también, la infancia
feliz en la que Berta era una pariente lejana de Mary Poppins con el único
defecto de comer demasiadas hamburguesas en los descansos.
Antes de la séptima temporada
tuvo que ser un descojono trabajar de guionista para la serie, practicando la autocensura
cuando llegaban las masturbaciones o las prostitutas, las borracheras o las pornografías.
Se tenían que oír las carcajadas desde el otro lado del valle cuando estos
tipos se reunían para hablar de guarrerías sin que nada pudiera verse o decirse
en los fotogramas. Pero ahora, con Jake ya convertido en un hombre -porque cumplidos
los catorce años ya es un homínido con todas las de la ley, obsesionado con el sexo y con poner en riesgo
su salud- el lenguaje de “Dos hombres y medio” ha pasado a ser directo, sin filtros,
como de conversación de hombres en la barra del bar. Ahora los personajes ya
dicen follar, y paja, y condón, y “se me puso tiesa”, y “jodó, vaya que si me
la tiraría...”, y a mí, que no me escandalizan estas expresiones que yo mismo
utilizo en los contextos más cavernarios de la semana, me entra un no sé qué de
nostalgia literaria. De inocencia perdida del niño Jake, y quizá también de mi
propio hijo cuando creció.
De todos modos, nunca
está de más perderse en los episodios de “Dos hombres y medio” -ideales
mientras se friegan los cacharros o se barre la cocina- para recordar que los
machos de la especie somos sexo y poco más. Tan simples como un pirulí; tan predecibles
como la tabla del 1. Lo otro – lo de hacernos los intelectuales o los
interesantes- también es un ejercicio de literatura.
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