El caso Figo

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Al terminar de ver el documental, leo con sorpresa que Luis Figo jugó en el Madrid los mismos años que en el F. C. Barcelona: cinco. Confieso que no recordaba ese dato, siendo yo tan futbolero y tan merengón. Pero es que para mí, el paso de Luis Figo por el Madrid fue una nebulosa y una farsa futbolística. Puede que hasta un engaño. A veces pienso que nos lo vendieron medio lesionado, o medio fatigado ya de la vida futbolística. Luis estaba casado con la mujer más bella del mundo, y eso, quieras o no, te altera un poco el orden de prioridades.

A veces creo que Luis Figo -el mismo que nos llamó “llorones” desde un palco ceremonial- nunca llegó a enfundarse nuestra camiseta. De esos cinco años vestido de blanco no queda ninguna jugada memorable, ninguna gloria individual. Nada como el escorzo de Zidane, o como los zambombazos de Roberto Carlos. O como las pillerías de Raúl, nuestro Raulito. Nada. Figo rindió, sí, pero a medio gas, para que no se notara mucho su quintacolumnismo. Figo vino al Madrid sin pretenderlo, obligado por el pesetero de su representante. Y acuciado, también, por su propia pesetería, por mucho que él jure que lo que necesitaba era “amor y reconocimiento” por parte de la directiva del Barcelona. All you need is love, no te jode... Hoy diríamos que Figo es un eurero, aunque yo nunca haya escuchado esa expresión. Me la apropio, en caso de tal. Digamos que Figo fue un mercenario del balón, quizá el más famoso de todos los conocidos. Su fichaje fue el acontecimiento más sonado del año 2000, mucho más que la llegada del milenio mismo o que el miedo a que se escoñaran nuestros ordenadores.

“El caso Luis Figo” es un documental para los futboleros ya talluditos que recordamos con pasmo todo lo que entonces sucedió. Por mucho que lo veamos jamás terminaremos de creerlo. Pero también es un recordatorio shakesperiano de dos verdades humanas como puños: la primera, que nadie dice la verdad; la segunda, que donde hay mucho odio hubo mucho amor.