El secreto de la pirámide

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Me acordaba. Han pasado 35 años, pero me acordaba. Son esos escaparates siempre iluminados de la memoria... Me acordaba de que al final de la peli, tras los títulos de crédito, cuando ya no quedaba nadie sentado y salíamos del cine comentando el efecto especial de la vidriera y lo guapa que era la chica protagonista, había otro re-final que te dejaba con cara de tonto y abría la puerta a una secuela que finalmente -creo- nunca se rodó.

Quiero decir que con ese final me quedé con más cara de tonto todavía, porque yo, con trece años -y las fotografías de entonces no me desmienten- aún la tenía más agudizada, la cara de tonto, que ya es decir; esa cosa como de empanado, como de autista con luces que siempre me acompañó. Muy lejos de la cara de listo del joven Sherlock Holmes, siempre tan vivaz y tan despierto

Yo era un tolai, sí, pero tenía muy buena memoria. Y eso me ayudaba mucho con los estudios y con el recuerdo de las cosas cinéfilas. Daba el pego tan bien como ahora, que me desenvuelvo entre los adultos con cierta solvencia, incluso con cierta fama de intelectual. Mi memoria, si la materia me interesa, sigue siendo prodigiosa a su modo estúpido y dislocado. Sobrevivo por asociaciones, por traer a colación cosas remotas, pero no por entender de verdad los asuntos primordiales. Ese es el secreto de mi pirámide. El secreto que me llevaré a la tumba egipcia cuando decida no enterrarme aquí, en La Pedanía, sino en las arenas del desierto, preservado de la humedad, para que los extraterrestres del futuro encuentren mi cuerpo más o menos momificado y me concedan una oportunidad de resurrección gracias al ADN conservado.

Mi mente es como un bazar chino desordenado; como un puesto en el rastro de cachivaches curiosos pero inservibles. Mi memoria jamás se ha quedado con nada útil que me ayude a guiarme. En eso soy más lerdo que las amebas, o que los gusanos nematodos, que al menos esquivan lo que una vez les produjo un dolor o un calambrazo. El hombre -ya lo decían los sabios griegos- es el animal que tropieza dos veces con la misma piedra, o con la misma pirámide, e incluso tres, las que sean menester.