Los amores de Anaïs

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Las mujeres, si buscaran la belleza, deberían de ser todas lesbianas. Pero no lo son. Supongo que la presión evolutiva todavía es demasiado fuerte para ser barrida por la cultura. 

Digo esto porque entre un cuerpo de hombre y un cuerpo de mujer no hay punto de comparación. Nosotros, por mucho que nos cuidemos, que nos rasuremos, que nos musculemos el body, somos feos. Y feos de cojones también. La mayoría quedamos ridículos enfrentados al espejo, metiendo barrigón y tensando el culo en un esfuerzo de contención. Nos salen pelos en lugares insospechados y exudamos olores a veces desagradables. Nuestros pies son la evidencia más cruda de nuestro pasado arborícola, de nuestra triste condición de antropoides con teléfono móvil. Es por eso que muchos hombres prefieren hacer el amor con los calcetines puestos, no por frioleros, sino por no romper el hechizo del amor.

Y el pene, claro: un órgano feo, morcillón, alimentado por venas y arterias que sobresalen bajo la piel. El pene tiene algo de monstruo extraterrestre, de experimento de laboratorio. Está muy lejos de la hermosura de unos pechos o de una sonrisa vertical. Hablo en términos generales, por supuesto... Una polla en erección todavía tiene su gracia, pero en estado flácido, replegada sobre sí misma, es el órgano menos erótico imaginable. Yo, con la mía, tengo confianza y ya no me asusta su fealdad, pero nunca he entendido que algunas mujeres -pocas, eso sí- depositaran su deseo en semejante carnalidad. Es por eso que yo siempre fui muy agradecido con ellas.

Anaïs, la chica de la película, iba como loca por su vida amorosa, acelerada sin encontrar ningún hombre que la aquietara. Se comprometía y traicionaba; prometía y se desdecía. Les juraba su amor y les negaba su compañía. Los traía locos con su belleza tan chic, tan delgadita ella, tan lasciva, tan impechada... Anais sufría y hacía sufrir. Nada le iba bien hasta que un día, por casualidad, enamorada a su modo de un hombre casado, comprendió que le gustaba mucho más su mujer. Y en ese momento alcanzó la serenidad que tanto andaba buscando. Un rayo de luz cayó sobre ella y el instinto fue vencido finalmente por la evidencia.