Mad Men. Temporada 5

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Los sabios griegos -porque no todos los griegos eran sabios- afirmaban que el carácter es el destino. Que así naces y así te irá. Grosso modo. O sin grosso, qué cojones. El inteligente medrará, el tonto fracasará, el loco enloquecerá... Es de cajón. Todo lo demás es literatura o autoayuda, o autoayuda literaria.

La ecuación que iguala carácter y destino es atribuida por los estudiosos a Heráclito de Éfeso, que era un ermitaño autodidacta y un poco desastrado, y yo casi estoy por poner un retrato suyo en mi habitación. Pero siendo verdad lo del carácter, no es menos verdad lo del fenotipo. Y de eso, que yo sepa, los griegos no dejaron escrita una sentencia tan rotunda e intemporal. 

Lo pensaba mientras veía a Don Draper en la quinta temporada de “Mad Men”, de nuevo imparable en su rol de ejecutivo agresivo y de conquistador de las mujeres más atractivas de Manhattan. Yo quisiera ser como él, ay, pero para eso tendría que nacer como él: empezar de cero, desde los cimientos, proteína a proteína.  Renacer en otra vida con esa suerte combinatoria en el ADN. Por mucho que yo tratara de imitarle en este entorno empobrecido de La Pedanía, sería eso: una imitación: lamentable y contraproducente. Es verdad que uno tiene que mostrarse tal como es, pero no por gusto, sino por necesidad. 

Guardo ya cinco cuadernos, uno por cada temporada, repletos de anotaciones y de bosquejos. En un concurso de imitadores de Don Draper yo calcaría todos sus gestos de galán y tiburón. Lo que mejor se me da es lo de encender el pitillo con el Zippo, ahuecando así la mano. Y lo de levantar la ceja en la barra del bar, mientras la bella señorita me sondea con la mirada. Son muchas horas las que he pasado estudiándole al dedillo por si acaso, No creo en la resurrección de la carne, pero sí en los avances de la ciencia. Espero que antes de palmarla, los americanos inventen una Fenotipic Configurator Machine (FCM) que nos deconstruya como a las tortillas de patatas y luego nos reconstruya al estilo de nuestros fuckers predilectos. Me quedarían pocos años para disfrutar de tal metamorfosis, pero jo, qué años...