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¿Qué fue de Jorge Sanz? III

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Cuando las cosas van bien conviene prepararse para lo peor. La cima de la felicidad es también el kilómetro cero de la desgracia. Lo dice el I Ching y yo firmo debajo con mi número del DNI. 

Un pesimista es un realista que ha vivido lo suficiente para saber que a una buena racha le sigue, más temprano que tarde, un revés de la fortuna. Y no sólo eso: que a una mala racha no tiene por qué seguirle forzosamente una buena. Esto no es un camino de ida y vuelta. Los estados malditos o desgraciados, aún no sabemos cómo, tienden a perpetuarse o a volverse más desgraciados todavía. Es como un axioma gamberro de la vida. Una entropía que es la cuarta ley de la termodinámica.

En la tercera y última entrega de “¿Qué fue de Jorge Sanz?”, el trasunto de Jorge  ha dejado de hacer el panoli y ha vuelto a probar las mieles del éxito. Es por eso que desde el minuto 1 ya sabemos que la desgracia va a cernirse sobre él en el minuto 105... Pero hasta entonces que le quiten lo bailado. El infarto de miocardio, como sucede en muchas resurrecciones, pudo haberle matado pero le ha regalado una segunda oportunidad. Jorge ya no bebe, ya no esnifa, ya no eliges malos proyectos. Ha vuelto a rodar una película gracias a la confianza de los hermanos Trueba. Jorge ha tomado las riendas de su carrera y para ello ha contratado a una representante de verdad tras despedir al amigo gordinflas que antes vendía quesos por las ferias.

Jorge ya no se acuesta con directoras de sucursales bancarias para que le aporten dineros metidos en un sobre. Si en temporadas anteriores sus hijos casi eran una molestia, ahora se los lleva a los rodajes y les da consejos de padrazo que sabe cosas de la vida. Se le ve tan maduro y tan jovial que hasta cree haber encontrado el amor verdadero en Úrsula Corberó. Nos ha jodido. Y quién no... Jorge sigue mariposeando, claro, porque su picha curtida en mil seducciones no conoce el descanso ni el compromiso, pero cuando está con Úrsula se siente por fin un hombre maduro y en la cima de su éxito. 

Ya digo que es tanto el regocijo que la hostia venidera va a ser de campeonato y además de las que provocan mucha risa.






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¿Qué fue de Jorge Sanz? 5 años después

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A no ser que te toque la lotería o que te asalte una enfermedad incapacitante, cinco años no te cambian la vida ni el talante. Algunos dirán que cinco años son tiempo suficiente para encontrar el amor verdadero o reconciliarte con Jesús nuestro Señor. Incluso para viajar a la India y conocerse a uno mismo mirándose en el Ganges. Pero a partir de ciertas edades los espíritus, como las venas, se esclerotizan  y se vuelven inflexibles para el cambio.

Hace cinco años, por ejemplo, yo estaba más o menos como ahora: el trabajo, el perrete, la cinefilia, el snooker cuando toca y el fútbol los domingos y fiestas de guardar. Los amigos de siempre y el hijo por encauzar. Existe el Dia de la Marmota y también el Año de la Marmota.

Eso sí: estos cinco años han teñido de blanco tres cuartos de mi cabellera, y me han dejado tres puntos de dolor de esos que crujen al levantarse y ya nunca se recuperan. Son las abolladuras de la vieja carrocería. Pero por dentro todo está más o menos igual: los órganos y el madridismo, y la misantropía, y el desencanto continuo con la izquierda. Quizá me he vuelto un poco más maniático, lo reconozco, pero son las mismas manías de siempre y además he comprobado que le pasa igual a todo el mundo.

Cinco años tampoco le cambiaron la vida a este Jorge Sanz que es un poco el Jorge de Schrödinger, medio real y medio ficticio, en dos estados superpuestos de la existencia. En esta segunda parte de su Quijote de los Madriles, Jorge sigue en decadencia artística pero en plena forma sexual, porque las titis nunca le faltan al muy suertudo: unas por famoso, otras por medio guapo y otras porque vive en un ecosistema muy favorable al folleteo. Le ponía yo en mi entorno laboral, a ver qué rascaba el muy galán...

La gracia de esta segunda temporada es precisamente ésa: que nada ha cambiado, ni Jorge Sanz ni la caterva que le rodea. Se les ve a todos un poco más gordos, eso sí, un poco más dejados, pero con la misma mala pata de bobos entrañables. Yo soy de los que niega el cambio al estilo de Parménides y siempre me río mucho con lo invariable.




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¿Qué fue de Jorge Sanz?

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La serie que nunca se estrenará en Movistar +, ni en ninguna otra plataforma de la tele, se titula “¿Qué fue de Augusto Faroni?”. Porque yo, a mi modo, también fui un niño prodigio: de las tareas escolares, y hasta que otros me superaron, pero un niño prodigio, famoso en los entornos familiares y en las tiendas del barrio porque mi madre, cuando otras se ponían alabanciosas con sus hijos, decía que yo sería ministro en Madrid y que me iban a llevar en coche oficial los chóferes con gorra de plato.  

Mientras Jorge Sanz ganaba la fama internacional por actuar en “Conan, el bárbaro”, y la adoración nacional por hacer de niño enamorado en “Valentina” -aunque ya con 13 años y seguramente con erecciones en la bragueta- yo, en los Maristas de León, era el niño mimado de las maestras externas y de los curas residentes: un alumno repelente que clavaba la lectura de los textos, la ortografía de los dictados, la suma de las fracciones, la ubicación de los afluentes y la fecha exacta de las conquistas imperiales. 

Antes de que surgieran de la nada otros alumnos igual de asquerosos como yo -como aquel Carlos Calleja de mis pesadillas- yo era el alumno modelo que recibía parabienes en público y sobresalientes en los boletines. Y collejas, la hostia de ellas, cuando jugábamos en el patio.

Ahora que todos los niños ya nacen superdotados -porque si nace tonto también se le presupone una inteligencia oculta bajo la superficie- tengo que decir que yo, en los tiempos en que la superdotación era una rareza psicológica, fui tomado por un portento hasta que la realidad demostró todo lo contrario. En “¿Qué fue de Augusto Faroni?” me reiría de todo aquello, de mis torpezas de adulto y de mis tontunas de engreído, como hace Jorge Sanz en su serie intachable y divertidísima. 

En la serie saldría, no sé, en mi vida diaria, aburriéndome con Vargas Llosa, o equivocándome en un cálculo sencillo, o encogiéndome de hombros cuando me piden que señale Antequera en un mapa... Cosas así, de ex niño prodigio venido a menos. O a mucho menos.




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